Giorgio
Contemplo mi propia imagen a través del espejo detrás de la barra, mi mirada luce apagada y cansada. No puedo evitar observar mis manos y ver los guantes que las cubren, y entrecierro los ojos.
Odio vivir así, esa soledad que parece carcomerme cada día. Llegar a esa casa vacía, oscura y silenciosa, en donde los sirvientes se van apenas llego, donde la comida servida queda en esa enorme mesa sin compañía.
Entrecierro los ojos dándome cuenta de que solo estoy buscando sentir pena por mí, como un hombre patético. Mi hermana se reiría de verme actuar de esta forma.
“No te quedes solo, busca formar nuevas amistades, se bueno y no olvides de dejar que tu corazón actué primero”
Pero no hice nada de lo que ella me aconsejó antes de morir. Me dedique a los negocios a pisotear a pequeñas empresas y ponerles problemas a otras. Negocios sucios que, aunque hicieron crecer el imperio familiar no me sentiría orgulloso de contar frente a mi hermana.
Aun así, preferiría escucharla reprenderme por mi mal accionar en vez de estar cada atardecer sentado en una enorme mesa sin compañía.
Nuestros padres murieron en un accidente automovilístico, desde entonces solo fuimos ella y yo, huérfanos desde niños, con mi hermana con sus dieciocho años recién cumplidos y yo con diez años. Con mi fobia a tocar a otras personas ella era la única que podía aceptar cerca. Me cuidó para evitar que nuestros ambiciosos tíos me tomaran a cargo solo soñando con apoderarse de la herencia de nuestros padres.
“Puede que esté vida sea difícil para los dos, pero de seguro en la otra vida las cosas serán distintas”
Claro, porque al destino no solo le bastó arrebatarme a mis padres, también se la llevó a ella. La vida se ensañó con mi hermana, enfermó de gravedad y murió antes de cumplir los treinta años. Desde entonces está casa se ha quedado en silencio, vacía, sin su risa, sin su voz dándome los buenos días.
Me enfoqué en el trabajo, enfoqué mi ira por hacerle mal a los demás. Y en mi desesperación cometí el peor error en mi vida, cuando conocí a alguien que pensé que llenaría el vacío que sentía; forzar a una mujer a estar conmigo, en mi ansiedad de volver a sentir el contacto humano y alejar la soledad que se aferraba a mí.
Pedí otra copa de Whisky, necesito dejar de pensar así. La bebí en silencio mirando de reojo mi reflejo en los espejos del bar.
Cuando conocí a Sofia me di cuenta de que todo era distinto, no era la misma desesperación que sentía hacia Rafaela, sino una especie de apego menos enfermo. La quería a mi lado, pero a la vez no quería ser rechazado por ella, me importaba lo que aquella mujer sentía.
Quería a Rafaela, pero por no sentirme solo, pero con Sofía fue sentir que ella era una parte de mi alma, un trozo que podía llenar en mi pecho.
—Pero me odia… —murmuré alzando el vaso antes de beber.
Una risa conocida llegó a mis oídos haciéndome reaccionar. Sofia en unas mesas lejanas comparte junto a un grupo de personas, parece divertirse mucho y me quedé paralizado mirando esa sonrisa sincera.
Nunca la había visto sonreír, las pocas veces que tuvimos juntos nunca sonrió, y si es que lo hizo solo fue forzada como una mera cortesía. Luce natural, encantadora, es evidente que se siente cómoda.
Hace meses que no sabía nada de ella, no quise buscarla para no hacerla sentir que la estaba acosando, y aunque sea tonto, por mi orgullo pensé que ella vendría a mí, pues soy un rico y próspero empresario. Pero ella nunca apareció.
Envalentonado con el alcohol en mi sangre me coloqué de pie acercándome a la mesa, llevando una mano en el bolsillo y el vaso en la otra. Camine derecho con una seguridad que se reflejaba en mi mirada.
—¿Podría unirme a ustedes? —les pregunté apenas estuvo al lado de ellos.
Todos dejaron de reírse y me miraron confundido, claro no debe ser normal que un total desconocido se acerque a pedir ser parte de su jolgorio.
—Vaya, que guapo —dijo una de las mujeres—, yo estoy de acuerdo con esa petición.
—No me opongo tampoco —agregó un hombre sonriendo con gesto jovial.
Pero Sofia arrugó el ceño dejando su vaso en la mesa.
—Ahora que recuerdo debo irme, tengo algo importante que hacer —y sin despedirse salió del lugar.
Dejé mi vaso encima de la mesa y salí detrás de ella buscando alcanzarla. ¿Por qué huye de mí? ¿Acaso le soy tan desagradable? No pude evitar notar como su expresión cambiaba al notar mi presencia y como incluso su rostro se llenaba de amargura. La encontré pidiendo un taxi y justo cuando se detuvo uno la detuve para que no se subiera.
—Creo que la última vez fui lo bastante clara, señor Santoro —masculló de mala manera.
—Lo sé, pero… —me quedé en silencio sin saber cómo refutar sus palabras—, he querido verte todo este tiempo, no te he buscado para no atosigarte y fue una casualidad verte en el mismo bar ¿Podemos hablar? ¿Me puedes dar una oportunidad?
—¿Una oportunidad? ¿De qué habla? Pensé que las cosas ya habían quedado claras ¿O acaso lo que busca es otra cosa? —dicho esto le indicó al taxista que no iba a abordarlo.
Me sonrió con ironía rodeándome con sus brazos por el cuello. Y acercó su rostro colocándome nervioso. Sentí su respiración encima y con un gesto coqueto rozó mis labios, pude sentir el olor a alcohol en su aliento, pero aun así se encuentra en sus cinco sentidos pues noto el sarcasmo en su mirada.
—¿Extraña sentir el calor de una mujer? ¿Piensa que soy una prostituta con quien descargar su frustración sexual? —señaló ante mi sorpresa.
Abrí los ojos sin creer lo que acabo de escucharle decir. Ha malinterpretado mis palabras, y por ello quise corregirlas de inmediato.
—No, no…
No pude terminar porque en ese momento me besó.
Sofía
No sé ni siquiera como llegamos al hotel ni como terminamos enredados en la cama, este tipo es bueno en lo que hace, aun así, su falta de experiencia no pasa desapercibida. Me lleva al éxtasis como nunca lo ha hecho otro hombre.