Novia desafortunada

Extra: Un destino que no es nuestro 2

Sofía

Al otro día no pude creer lo que llegó a la oficina, un enorme arreglo floral ocupa todo mi escritorio, estuve a punto de escupir una maldición hasta que mi jefe Ángel se detuvo curioso mirando aquella monstruosidad.

—Tiene un admirador muy impresionante —indicó con una sonrisa cómplice.

—Sí… ya lo creo —reí nerviosa—, pero me desharé pronto de esta cosa.

Una de mis compañeras de inmediato se quejó.

—Pero está muy bonito, Sofi, déjalo aquí.

—Sí, es un gozo a nuestros ojos que exista un hombre capaz de hacer esto por la mujer amada —agregó otra.

Sonreí con una mueca, sé de quien fue la idea de semejante estupidez y no estoy dispuesta a soportar una vergüenza como esta por ese infeliz. No es necesario indagar para descubrir al idiota que se le ocurrió mandarme algo tan vergonzoso a este lugar. Arrugué el ceño mientras marcaba en mi teléfono y me alejé de la muchedumbre que se había agolpado en el lugar.

—¿Qué mierda significa esto? —le pregunté apenas me contestó el teléfono.

Mi ex se quedó callado para luego reírse.

—¿De qué hablas, estás loca? Me llamas y me preguntas de algo que no tengo ni idea ¿Estás borracha? —me preguntó en tono burlesco.

—Habló de las flores en mi oficina —le respondo en tono cortante.

—¿Qué flores?

Estoy a punto de contestarle cuando una de mis compañeras encuentra una tarjeta oculta y sin pedir permiso comienza a leer.

“Si crees que mis servicios valen unos miserables $20 dólares, te aviso que me debes más. Nos encontraremos pronto para que te pongas al día.

Un abrazo.

G.S.”

Me quedó paralizada mientras cortó la llamada antes de quitarle la tarjeta a la impertinente que lo ha leído en voz alta. Siento que mis mejillas se sonrojan de rabia. El único G.S. que conozco es Giorgio Santoro, y de seguro me ha enviado esto como venganza por mi intento de tratarlo como un simple gigolo.

—Si les gusta tanto las flores se las regalo, muchachas, vengan y saquen las flores que quieran —exclamé intentando ocultar mi molestia.

Fue cosa de decir esto para ver cómo se abalanzaron como pirañas al arreglo floral, en cosa de segundos lo desarmaron por completo. Solo me quedé con la tarjeta que rompí en pedazos y boté al tacho de basura.

Por lo menos al fin pude deshacerme de esa cosa horrible y bebí café con amargura con ganas de buscar a ese hombre y apretarle el cuello ¿Acaso no entendió que lo desprecié lo suficiente para no verlo nunca más?

Apenas volví a mi escritorio me encontré a Rafaela hablando con otras compañeras de la oficina. Aquella al verme alzó su mano desocupada, saludándome, en su otra mano sostiene a una criatura de meses que no deja de mirar a todos con una expresión tan seria que incomoda.

Es la mirada de su padre, eso es claro. Pobre bebé, tan lindo, pero con una mirada tan gélida que parece que con solo mirarte te estuviera condenando por tus pecados.

—¿Qué haces aquí? —le pregunté sin mostrar mi mejor cara.

Rafaela pestañeó confundida y se acercó a mi lado en actitud cómplice.

—Vine a buscar al señor Almendarez para ir a almorzar —respondió acunando a la criatura en sus brazos que soltó un leve quejido.

—¿Por qué llamas a tu marido “señor Almendarez”? —señalé pareciéndome extraña esa rara costumbre que tiene de llamarlo así cada vez que viene a la oficina.

Rafaela me miró con gesto divertido.

—Es un juego de rol, cada vez que vengo a la oficina finjo que no estamos casados y luego en su oficina nosotros…

—Ya entendí —la interrumpí sintiendo que el calor se me acaba de subir a la cabeza ¿Qué cosas dice frente a todos?

—Es una broma, tonta —exclamó echándose a reír—, lo llamo así por costumbre, se me hace raro en la oficina llamarlo “Leo” o “Leonardo”

Bufé de mala manera al notar como no deja de reírse a pesar de las quejas de la criatura en sus brazos.

—Ahora cuéntame ¿Quién es el galán que te envió las flores? —se acercó a susurrarme al oído.

—Ya te fueron con el cuento esas chismosas —repliqué con molestia—. Nada, un tipo con quien solo pasé una noche de pasión y ya se armó películas conmigo.

Me contempló con cierta desilusión. Sé que todas mis últimas relaciones, sobre todo con mi ultimo novio no han resultado, pero no es necesario que se ponga así de triste. No pude evitar echarme a reír ante su confusión.

—No te preocupes, viviendo así de libre soy más feliz que cuando tenía una pareja —le indiqué tratando de lucir sincera—. Por lo menos ya no tengo que preocuparme de que me sea infiel…

Movió su cabeza dispuesta a decirme algo cuando en ese momento un hombre nos interrumpió.

—Rafaela, te estaba esperando —el gerente de la empresa, Leonardo Almendarez apareció en escena.

Su presencia, como siempre, llama la atención. De buena altura, rostro apuesto, contextura armoniosa ¿Quién no podría evitar mirar a un hombre como ese? Claro, Giorgio Santoro también es apuesto, no es tan alto como nuestro gerente, pero cuando sonríe se forma dos pequeños hoyuelos en sus mejillas, eso lo hace lucir más interesante.

Al pensar en eso no pude evitar golpearme ambas mejillas para reaccionar ¡No debería estar pensando en un hombre como ese!

—Señor Almendarez, disculpe mi retraso, el bebé hoy no apareció de muy buen carácter —respondió Rafaela con cierto gesto malicioso.

Su marido pestañeó confundido.

—¿Señor Almendarez? ¿Por qué me llamas así? —le preguntó.

Rafaela jugueteó con su corbata.

—Le responderé en la intimidad de la noche —respondió en forma coqueta.

Noté como el rostro, de nuestro serio y frio jefe, se tintaba de rojo ante las palabras de Rafaela. Me llevé la mano a la frente sin creer que Rafaela pueda decir ese tipo de cosas cursi en frente de todos.

Pero aquel sonrió de repente. Empecé a darme cuenta como las otras mujeres no dejaban de mirarlo a ambos. Es evidente que ninguna podría ser capaz de ocupar el lugar que ahora Rafaela tiene en el corazón de aquel hombre, e inconscientemente ha dejado en claro eso. Sonreí moviendo la cabeza.




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