Giorgio
Al salir de mi trabajo no pude evitar enfocar mi atención en una figura femenina parada cerca del edificio. Detuve mi auto a su lado bajando el vidrio del lado del lado del piloto y deteniendo mis ojos en la mujer.
Sofia al darse cuenta de mi presencia arrugó el ceño. No se ve muy feliz y eso me confunde.
—Sofía —dije sorprendido, pues su lugar de trabajo esta lejos de este lugar, y por su vestimenta es evidente que salió de este para venir a este lugar—. ¿Qué haces aquí?
—Vine a esperarlo, señor Santoro —habló con sequedad.
A pesar de su tono frio, el solo hecho de que haya venido a buscarme fue suficiente para sentir un cálido sentimiento brotar de mi interior.
—Claro, sube te llevaré a tu casa y hablamos —le dije animadamente.
Pero Sofia no se movió de su lugar. Me quedé inmóvil sin entender que pasa por su cabeza.
—No es necesario, no para lo que vengo a decirte —señaló antes de cruzar los brazos.
Me quedé en silencio. Todo lo que esperaba de este reencuentro está lejos de lo que me había imaginado. Descendí del auto y me quedé mirándola fijamente,
Sofia chasqueó la lengua como si mi presencia fuese lo suficiente para fastidiarla.
—Quiero exigirte que me deje en paz, ya te dije que no me interesa tener nada contigo —habló con frialdad—, no me mandes flores, no me hables, no me escribas, ni nada. Solo tener tu presencia frente a mi me da el suficiente asco para no querer nada contigo ¿Puedes entenderlo? ¿O no puedes entender lo repugnante que eres para mí? Serás muy apuesto físicamente pero dentro estas podrido, lo suficiente para no querer nada serio contigo.
Y dicho esto abrió su cartera para lanzarme en la cara algunas de las flores que le mandé esta mañana a la oficina. Me quedé paralizado ante su acción. Esto es algo que nunca me esperé, ver la expresión con que me mira, el rechazo en su mirada fue suficiente para sentir un doloroso puñal en el pecho.
Tragué saliva sin ser capaz de decir nada en ese momento, es una situación a la cual jamás me he enfrentado antes. Sí, es patético considerando que siempre he sido una bestia en el tema de los negocios o de amedrentar a pequeños emprendedores. Un hombre que hasta ahora muchos consideran que no tiene sentimientos, cuya sangre es hierro líquido.
Pero ahora me siento… triste. Tal vez debí entender que corría el riesgo de ser rechazado, pero escuchar de la boca de Sofia que le soy repugnante no lo esperaba ¿Es por lo que le hice a Rafaela? Si es así entonces lo merezco.
Bajé la cabeza mordiéndome los labios. Solo alcé mis ojos viendo que me daba la espalda dispuesta en alejarse de este lugar. Pero se detuvo como si se olvidase de algo.
—Y no, no creo que su servicio sexual vale más del dinero que le di, he tenido sexo más esplendido con otros hombres que se merecerían más que unos miserables dólares. El sexo contigo es bueno, pero nada más, su inexperiencia deja un mal sabor de boca.
Abrí los ojos, no puedo negar que tenga razón. Debido a mi problema de contacto con otros ella sería mi primera experiencia sexual.
Al verla alejarse algo me dijo en mi interior que si no hacia nada la perdería para siempre. Aun cuando siento mi orgullo pisoteado en el piso y deba humillarme más, me duele pensar que no la volveré a ver. No quiero eso, no sé que es lo que buscó, pero no quiero perderla.
Con desesperación corrí detrás de ella.
—¡Sofía, no te vayas! Dame una oportunidad, puedo demostrarte que…
Bufó deteniendo mis palabras.
—Parece que no entiende —agregó apretando ambos puños, pero luego al girarse la vi sonriendo con ironía—. ¿Quiere una oportunidad, Señor Santoro? Entonces tráigame una flor de hielo, de esas que crecen en el polo sur y podría pensar si merece esa oportunidad o no.
Y sin esperar mi respuesta siguió su camino.
Una oportunidad ¡Una oportunidad! Aunque suene patético el solo hecho de aferrarme a esa oportunidad era suficiente para mí. Corrí devuelta al auto llamando a mi secretario para que me ayudará a encontrar esa flor. Sin saber que realmente no existía.
Sofia
Avancé molesta, no puedo dejar de sentirme más inquieta luego de decirle eso. Le acabo de pedir una flor que no existe, con la sola idea que me deje en paz.
Pero ¿Por qué en vez de sentirme aliviada de quitarme ese tipo de encima me siento aún más molesta?
Esto no es igual a cuando tuve que deshacerse de otros hombres igual de molestos. No siento el mismo alivio, ni las ganas de celebrar con mis amigos. Me siento con rabia, con el cuerpo pesado, con ganas solo de ir a mi departamento y encerrarme.
Que frustrante toda esta situación. Me detengo suspirando con fastidio, a punto de soltar una maldición y alzó el puño con ganas de golpear un poste de luz cuando una voz me detiene.
Me giró viendo a una de mis ex parejas sexuales, aquel me contempla con curiosidad.
—Sofia, tanto tiempo ¿Cómo has estado? —me habla con cordialidad.
Respiro, furibunda, y luego sin el tono más amigable le respondo.
—¿Quieres tener sexo?
Se queda mirándome sorprendido ante tal propuesta directa.
—Claro, contigo siempre —responde con exagerada galantería.
Termino en un hotelucho teniendo sexo hasta el amanecer, y luego enciendo un cigarro mirando a mi compañero de cama dormir. Fue placentero, mucho más que tener relaciones con el mimado de Santoro, pero me siento vacía.
—Maldita sea el día que ese tipo se me cruzó en el camino —maldigo de mala gana antes de darme una ducha y salir de ahí sin despedirme.
Por lo menos luego de ese día no supe nada de Giorgio Santoro. Pasó casi un mes antes de volverlo a ver, un mes que se hizo eterno. Incluso ridículamente me vi leyendo las secciones de economía de la empresa de Santoro y buscando noticias suyas por internet. Me di cuenta de que solo era mi obsesión por verlo sufrir, o eso quise creer, me niego a sentir por él otro sentimiento que no sea repulsión. No podría traicionar a Rafaela metiéndome con quien tanto daño le hizo. No soy capaz.