Samantha me miraba con lástima mientras que Rosana me miraba burlonamente, no podía juzgarlas, yo me daba las dos emociones. Sabía que mi familia era diferente, extraña y estricta, pero era el colmo de que me están obligando a conseguir pareja. Tenía veinte años y nunca había tenido novio, pero para mí era completamente normal, no tenía interés en conseguir a alguien que no sólo me quitará tiempo, dinero, sino las ganas de enfocarme en lo importante, mis metas. No quería enamorarme, no necesitaba del amor, me bastaba conmigo misma y mis amigos. Y si por sexo fuera, no me importaba, era virgen, así que la "calentura" no me era tan frecuente más allá de una película donde el sensual y semental Zac Efron aparecía.
—Venga, Dakota, algo harás —añade mi prima, Samantha, y un mechón de su pelirrojo cabello cae sobre su frente, ella tiene uno de los mejores cabellos de la familia—.
—Ya, lo sé, ahí veré qué hago.
—Recuerda que un novio no cae del cielo, primita —la irritante voz de Rosana me lo recordó y bufé.
—Lo sé, Rosana, pero igual tengo muchos pretendientes —ella alzó su ceja y sus ojos azules me dejaron perpleja.
No tenía ni el más mínimo parecido a mis primas, mientras ellas eran altas y esbeltas, yo era como diez centímetros más baja que ellas, con rollitos y un cabello negro alisado. Rosana sacó los ojos de la familia, mientras que Samantha y yo sacamos el color de ojos por parte de nuestras madres. Mis ojos eran de un café profundo mientras que Samantha tenía los ojos grises, me dolía ser un recordatorio de un ser sumamente mortal mientras que ellas parecían unas diosas.
Basta, autoestima, súbete —me pedí.
—Escoge al más guapo, que vergüenza que en la foto familiar aparezca un muchacho feo, arruinaría la belleza colectiva —pide Samantha con una sonrisa ladeada. Olvidaba que los novios de ellas dos parecían sacados de Hollywood.
—Bien, les ganará a los suyos, lo prometo —alcé mi mano y la otra la puse en el pecho. Samantha rio mientras que Rosana bufó.
—Quiero que lo intentes.
Al día siguiente, cuando estaba saliendo de la universidad, acompañada de mi mejor amiga, Emma, le contaba con lujo de detalles lo que mis primas me habían dicho la tarde anterior. Mi mejor amiga me oyó atentamente, no habló hasta al momento en el que terminé, con una cara totalmente seria, me dijo:
—Sé que puedes conseguir a alguien jodidamente caliente —Emma me golpeó el brazo amistosamente e hice un puchero.
—La verdad es que ninguno de los que me escriben en Messenger me gusta, no sé qué hacer. O sea, ¿cómo consigo un novio en menos de una semana? ¡Es imposible!
—Pero salimos a vacaciones ésta semana. ¿Cuándo es el viaje familiar? —pregunta Emma totalmente curiosa.
—La otra semana, para el miércoles.
—Estás completamente en la mierda, chica.
—Lo sé.
Me ajusté la maleta y caminé con la compañía de mi mejor amiga a la cafetería más cercana a la universidad, Emma estudiaba filología conmigo, ambas apenas y podíamos con la poca vida social que teníamos y los trabajos que parecían infinitos. Hablamos un poco más hasta que se tornó de noche, habíamos bebido una gran cantidad de café, no podamos parar de reír y soltar chistes sobre lo que sea que pensáramos. Somos dos chicas tan unidas como diferentes, no sólo en el ámbito personal sino físico. Emma es afrodescendiente, y aunque no era tan oscura como sus parientes, se notaba que no era blanca, mientras que yo era tan blanca que parecía pálida, ninguna se ve a sí misma menos o más que a la otra, cosa que mucha gente parece sorprenderle, pero nosotras somos la prueba de que una amistad no involucra colores de piel.
Al salir del establecimiento, aún entre risas y bromas, con la mayor energía posible gracias a la gran cantidad de cafeína que consumimos durante la tarde, parecía que no nos podían separar. Iba caminando al lado de mi mejor amiga de camino a la casa de ésta —que quedaba como a unas quince cuadras de mi casa— y en esas tropiezo, cayendo al suelo, donde lo primero que enfocó mis sentidos fue el dolor en las manos por evitar golpearme en el rostro, pero mi mirada se posó en la tarjeta negra con un logo dorado. Parecía el dibujo de un conejito minimalista.
—¡Dakota! ¿Estás bien? —me pregunta mi mejor amiga, y yo me levanto, tomando entre mis manos la tarjeta.
—Sí, mira esto —le muestro la tarjeta y noto que atrás del logo hay una dirección.
—Uy, se ve cara, ¿y si es de algún viejito podrido en dinero? —pregunta Emma con emoción—, deberíamos ir.
—No sé... me causa intriga, pero no la suficiente para arriesgar mi vida, Emma —respondí, pasando mis dedos por el relieve de las palabras.
—Te acompaño si quieres, pero vamos, ¿y si es una nota del destino?
—Deberías dejar de ser dramática, Emma, en serio, es por tu bien —comenté guardando la tarjeta en mi maleta.
—Pero en serio, tienes que ir, si quieres te acompaño mañana después de clases —se ofrece mi amiga y yo niego.
—No, en serio, Emma, dejemos así. Se ve peligroso, no sé, eso me inspira —mentí. Ella bufa, pero termina cediendo.
Cuando dejé a Emma en su casa y me dirigí a la mía, no podía parar de pensar en esa curiosa tarjeta, ¿por qué? Porque lo que en verdad me inspiraba era suerte, que algo ahí me traería una de las suertes más grandes del mundo, y egoístamente no quería compartir ese presentimiento. Así que cuando llegué a mi habitación luego de saludarme con mis padres y mi hermano, subí directamente a mi habitación a revisar la tarjeta de nuevo. Definitivamente iría a ver qué lugar era y qué rayos significaba esa tarjeta.
Con muy poco sueño, y con energías arriba, me levanté y arreglé más de lo usual, el lugar inspiraba clase y dinero, así que, si quería ir luego de clases, debería verme bien vestida. Desayuné brevemente con mi familia y corrí a la universidad, mi primera clase empezaba a las 8h, y eran las 7h con 48m. Exasperada tomé un taxi y le di la dirección del lugar. Parecía que me esperaba un día largo.