Nuestra Estación

Secundario. 3.

3

Secundario

Vanesa🌸

Miércoles 1 de marzo del 2023.
Al llegar a la casa de Mia, comienzo a subir los grandes escalones de la escalera principal, cubiertos por una larga alfombra de color salmón. Camino despacio, con las manos sudorosas por los nervios. No es la casa lo que me pone así, sino la idea de encontrarme con alguien. Las altísimas paredes, decoradas con dibujos de árboles y raíces doradas, me observan mientras avanzo. Los candelabros dorados con diamantes de fantasía brillan demasiado. Paso la mano por el pasamanos dorado, sintiendo la textura de las raíces talladas en la madera. Continúo subiendo, dirigiéndome hacia la habitación de Mia.
Matías baja las escaleras con un aire divertido. Lo miro y él me devuelve la mirada. Era probable encontrarme con él en su casa, obviamente, pero ¿justo ahora que estoy sola? «Solo actúa con normalidad, Vane. Todo va a salir bien. Solo necesitas llegar a la habitación de Mia.»
—Hola, preciosa —dice sonriéndome.
—Hola, Mati —respondo con simpatía, intentando parecer tranquila. Él llega al escalón donde estoy parada, pasa su mano por el pasamanos hasta llegar a la mía y la aprieta suavemente—. Tengo que ir a ver a Mia, es urgente.
—Mia puede esperar, solo es un problema de ropa y seguro que ella se arregla sola —dice, restándole importancia.
—Sí, es un problema de ropa, pero hoy es nuestro primer día de secundario, así que es un gran problema de ropa —explico, soltando una risita nerviosa.
Matías voltea los ojos y baja un escalón más. Sigo mirándolo cautelosa porque ahora está a mi altura.
—Ya me voy —anuncio.
Intento subir al siguiente escalón, pero él no me suelta la mano. La aprieta más fuerte, haciéndome chillar por dentro.
—Quédate un ratito conmigo. Todavía es temprano y Mia puede esperar, no exageres —dice, mirándome con fascinación.
—No puedo, Mati.
—¿No podés o no querés? —pregunta, sin apartar sus ojos de los míos.
Bajo la mirada. Él aparta el flequillo de mi cara, se acerca y me da un beso en le cachete. Un escalofrío recorre mi cuerpo y él sonríe, mientras yo intento devolverle una sonrisa nerviosa.
—Me haría muy feliz que te quedes un ratito conmigo —dice en un suspiro.
—¿Haciendo qué? —pregunto, tratando de ocultar mi nerviosismo.
Él desvía la mirada y piensa por unos segundos.
—Mati —insisto, esperando que me deje ir.
Mueve la cabeza para mirarme, aparta su flequillo rubio hacia un lado y se acerca más, dejando solo unos centímetros entre nosotros.
—Podemos empezar por tomar algo —propone. Meto mis labios dentro de mi boca y niego con la cabeza—. No te niegues, Vane. Todos sabemos que somos el uno para el otro.
Acaricia mi barbilla con su pulgar y luego la agarra con fuerza, obligándome a mirar más de cerca esos ojos celestes que empiezan a inquietarme. Mati es demasiado atractivo para cualquiera, pero no me gusta, y en realidad, me pone muy incómoda.
—Solo somos amigos, Mati, y así quiero que sea —digo. Él baja la mirada, niega con la cabeza y vuelve a mirarme.
—No quiero eso —dice, con un tono demasiado serio. Suelta mi mejilla y pone su mano en mi hombro, acariciando mi piel con su pulgar. Sube un escalón; ambos estamos en el mismo nivel, tan cerca que me quedo helada y solo puedo mirar sus ojos celestes.
—Basta, Mati. ¿Qué va a pensar tu papá? —pregunto.
—Él da igual, te quiere. No le molestaría que algo pasara entre nosotros, eso te lo prometo —asegura.
Suelta mi mano, la pone en mi cintura, me empuja hacia él y pongo mi mano libre en su pecho, intentando alejarlo un poco de mí. Matías se acerca despacio a mi oído y roza mi oreja con sus labios.
—Te quiero, Vane —confiesa en voz baja.
—¡Vanesa! —grita mi nombre.
Nos separamos de inmediato y levantamos la mirada para ver quién gritó. Es Mia; baja rápidamente las escaleras hasta quedar a nuestro lado y nos mira con enojo. Mati se aleja un poco de mí, baja un escalón y sigue mirándome con picardía.
—¿Qué estaban haciendo? Te estuve llamando y te dije que vinieras rápido —dice, molesta.
Mia golpea la mano de Mati que está en mi hombro. Él me suelta y no parece importarle lo que hizo su hermana; incluso parece que le divierte.
—No te preocupes, hermanita. Ella ya iba a subir.
Me doy la vuelta rápidamente y subo un escalón. Mia sube rápidamente delante de mí. Miro atrás, donde está Mati, lo observo con pena por última vez y luego me apresuro a subir las escaleras.
Cierro la puerta de la habitación de Mia, apoyo mi espalda en ella y suspiro de alivio. Mia me mira de reojo mientras saca perchas con distintas blusas de colores de su ropero.
—¿Estás bien? —me pregunta.
—No —respondo en voz baja.
—¿Te hizo algo?
—No.
—Entiéndelo, él te quiere mucho, Vane. Lo tienes loco —dice, divertida.
Pone las perchas con las blusas en la cama y las mira con atención.
—Le dije que solo quiero ser su amiga.
Me acerco a ella y me siento en la cama.
—No sé qué hacer. Quiero llamar la atención, pero no quiero que se note que lo hago a propósito. Además, estamos en una escuela de pobres, y probablemente llame la atención con cualquier cosa —dice, ignorándome.
—Estábamos hablando de otra cosa —le recuerdo, y ella me mira sin expresión.
—De cosas que no son importantes. En dos horas y cuarenta minutos tenemos que irnos al secundario, y ya no aguanto la presión. Es demasiado para mí. —Hace una pausa, se pone una mano en la cintura, se lleva una uña (o lo que queda de ella) a la boca y vuelve a mirarme—. ¿Vas a ir con eso? —me pregunta, refiriéndose a mi ropa.
Me miro: llevo una blusa celeste y un jean azul oscuro.
—Sí.
Ella voltea los ojos, agarra una percha con una blusa roja oscura con detalles dorados y mangas largas y holgadas.
—Me probaré esta, ¿te parece bien? —pregunta.
—Me parece muy linda —respondo. Se pone detrás del cambiador y empieza a cambiarse.
—¿Viste que Daniel va a ir al secundario? Eso me pone incómoda. Su familia tiene bastante plata para mandarlo a uno mejor, pero no, él quiere estudiar allí.
—Pensé que lo odiabas —digo, levantándome y sentándome en una silla del tocador.
—Lo detesto, solo que me molesta que diga que yo era mala con él. O sea, me hace mala fama con los chicos, y eso puede hacer que ellos no me tomen en serio —dice, frustrada.
—No importa, amiga. Él es parte de tu pasado, ¿no? —pregunto.
—Exacto. Si te gusta, te lo regalo con moño y todo, ¿eh? —dice, riendo, y niego con la cabeza—. Búscate un novio, Vane, pero uno que valga la pena.
—Basta, Mia —pido.
—Si no, quédate con Mati. Él es el indicado para ti, además, seríamos cuñadas —dice.
—No me gusta, ni me gustará —aseguro. Ella suspira fastidiada, sale del cambiador luciendo una blusa roja con detalles dorados. Sonrío, pero ella se ve muy estresada—. Te ves linda.
—No lo sé. Creo que mejor me voy a poner la negra, o... ¿la verde? No, verde nunca, o si no...
—La roja te queda bien —opino.
Ella se mira en un espejo largo con un marco blanco y con luces.
—Me voy a probar la blanca sin mangas —dice, abriendo su ropero y sacando la blusa blanca sin mangas junto con dos más, una violeta y otra azul.
Observo la vereda a través de la ventana del auto, viendo a la gente que va y viene apurada: algunas personas con sonrisas en sus rostros, otras con facha y algunas que parecen haberse levantado recién. El bullicio de la ciudad se mezcla con el murmullo del motor del auto.
—Me alegra que este sea su último año; ya son señoritas —dice Sergio, el papá de Mia, con una sonrisa orgullosa mientras mantiene la vista en la calle.
—Sí, qué lindo —responde Mia desinteresada, concentrada en limarse las uñas con movimientos precisos.
—¿Qué vas a hacer cuando termines el secundario, Vane? —me pregunta Sergio, mirándome a través del espejo retrovisor.
—Voy a ir a la universidad y seré abogada, como mamá —contesto, tratando de sonar convincente.
Sergio me observa con atención a través del espejo, sus ojos reflejan una mezcla de curiosidad y preocupación.
—No pareces muy convencida. Si no fuera eso, ¿qué te gustaría hacer? —insiste.
—No lo sé —respondo, aunque en realidad sí lo sé, pero a mamá no le gusta la idea.
—Cuando eras una niña, ¿qué querías hacer? —continúa, sin darse por vencido.
—Papá, no insistas —interviene Mia, con un tono serio y cortante, sin despegar los ojos de sus uñas mientras las lima, cortas y redondeadas.
—Solo quería saber —dice él, levantando las manos en señal de rendición.
—Concéntrate en manejar, que no quiero morir todavía —dice Mia, con un toque de dramatismo.
Sergio hace un gesto de desaprobación, y yo niego con la cabeza, tratando de ocultar una sonrisa.
—¿Busco a Maite en su casa? —pregunta Sergio, cambiando de tema.
—No, queremos dar una buena impresión con Vanesa —responde Mia, con un tono decidido.
Me siento mal por Maite, pero Mia siempre ha sido quien manda en el grupo. Sergio detiene el auto y baja para abrirle la puerta a Mia. Ella se quita los anteojos de sol y mira el edificio con una expresión evaluadora.
Sergio vuelve a subirse al auto y baja la ventanilla del lado de la vereda donde está Mia.
—Hija, que tengas un buen día, igual vos, Vane —nos dice Sergio, con una sonrisa cálida.
Le saludo con la mano mientras le sonrío, apreciando el gesto amable de habernos traído.
—Sí, gracias, papá. Chau, ya ándate —dice Mia, sin dejar de mirar el lugar, su tono impaciente.
Sergio arranca el auto y se va. Me acerco a Mia y me quedo a su lado. El secundario es grande y está muy bueno a pesar de no ser privado; las paredes son blancas y hay un árbol florecido en la vereda. Hay chicos y chicas adolescentes muy arreglados, otros más sencillos, unos muy lindos y otros muy... raros. Hay chicas muy arregladas, pero ninguna supera a Mia. Ella se destaca entre las demás, con sus botas negras cortitas y brillantes, su pantalón de cuero negro y una blusa blanca sin mangas. Lleva el pelo suelto, ondulado y corto hasta los hombros. Nadie la supera, y obvio llama la atención de los chicos, y las chicas la miran con envidia. Pero yo nunca le tuve envidia, porque me gusta mi vida como está, y me gusta cómo soy y cómo me visto.
Caminamos hacia la entrada. Busco con la mirada caras conocidas; hay demasiados chicos que conozco gracias a Mia, pero de las chicas, conozco a Yamila, una chica relinda pero un poco presumida. Es amiga de Mia, supuestamente, pero siempre compiten.
Abren las puertas y entramos al secundario. Buscamos nuestro nuevo salón; una preceptora muy amable nos dio las indicaciones de cómo llegar. Es uno de los que están en el segundo piso. Subimos las escaleras mientras sonrío por la emoción de empezar las clases.
Vemos a Daniel sentado en un escalón al lado de otro chico cuyo nombre no sé ni me interesa, y menos a Mia. Los chicos usan sus celulares. Daniel tiene buen estilo, es amable y callado, a diferencia de sus amigos. A la mayoría de las chicas les gusta, pero solo se sabe que estuvo con Mia y, supuestamente, tiene el corazón roto por culpa de ella. Mia pasa de largo, ignorándolos. Ellos levantan la mirada y la observan sin descaro. Paso detrás de ella, Dani me mira, me sonríe y me guiña un ojo. Volteo los ojos, ignorándolo, y subo rápido para alcanzar a Mia.
Pasamos por un pasillo y entramos al primero de tres salones. El salón es grande, las paredes son azules, el piso tiene cerámica color marrón claro.
—¿Dónde nos sentamos? —pregunto.
—Al lado de la ventana al frente de todos, como siempre. Así todos pueden mirarnos desde cualquier lado del salón —responde como si fuera obvio.
—En la tercera fila de mesas y sillas, ya que somos el trío perfecto —digo, refiriéndome a Mia, Maite y obvio yo.
Mia se sienta al lado de la ventana, hay dos ventanas con marcos blancos. Ella se saca la mochila y la pone sobre la mesa que es de madera y las patas de hierro. Yo hago exactamente lo mismo y me siento a su derecha. Empiezan a entrar chicos y chicas, se sientan y se acomodan en sus lugares.
—Chicas —dice una voz femenina conocida.
Levanto la vista, y me asusto al ver que arriba de la ventana hay un aire acondicionado. Con razón no hace calor aquí.
Es Maite.
—Hola, Maite —saludo, simpática.
Ella nos mira nerviosa, sus ojos reflejan una mezcla de enojo y decepción.
—Me iban a ir a buscar a mi casa, Mia. Tu papá nunca llegó. Encima les mandé un montón de mensajes —nos dice Maite, claramente enojada.
—Se me olvidó, perdón. Igual, mi papá estaba muy ocupado y Vane vino temprano a mi casa, así que no tuvimos que desperdiciar tiempo buscándola a su casa —responde Mia sin despegar la mirada de su celular, con un tono despreocupado.
—Lo importante es que llegaste antes de que empiece la clase —digo, intentando animarla.
Maite se sienta atrás de nosotras. Miro de reojo a Mia. Es su culpa, nuestra culpa. «Ay, ¿por qué le mentimos a nuestra amiga?». Sé que a Mia no le importa, pero a mí sí. Me siento estúpida por no haber hecho nada.
—¡Hola, muchachas! —nos saluda Yamila, acercándose con su habitual energía.
Ella nos saluda con un beso en la mejilla, como es costumbre.
—Hola, ¿cómo estás? —pregunto.
—Bien, por suerte todo está bien. ¿Y vos? Mia, ¿cómo estás? Supe que hiciste algunas fiestas en las vacaciones. Qué raro que no me invitaste.
—No, no eran fiestas. Era algo más íntimo, ¿viste? Si no, obvio que te invitaba —dice Mia a Yami, sin levantar la vista de su celular. Yamila no le cree y se va a sentar, visiblemente molesta.
—Hola —saluda una mujer con aspecto cansado, entrando al aula.
Es rubia y lleva un vestido con un estampado de flores rojas. Encima del vestido, lleva puesto un guardapolvo verde. Tira sobre el escritorio —frente a nosotras— una planilla llena de papeles, se sienta en el escritorio, suspira con cansancio, saca una lapicera del bolsillo de su guardapolvo y nos mira a todos con indiferencia.
—Vamos a hacerlo rápido, ¿sí? —dice, haciendo una pausa. Todos dejan de hablar y le prestan atención a la rubia—. Soy su nueva preceptora, me llamo Ivana. Me pueden decir Ivana o prece, cualquier cosa, siempre que no me falten el respeto.
—Buenos días, prece Ivana. Me llamo Yamila, pero me dicen Yami —se presenta Yamila, sonando muy tierna.
La preceptora le sonríe sarcásticamente mientras achina los ojos, y Mia sonríe por eso.
—No me importan sus nombres, pero quiero que todos me los digan para tratar de recordarlos. Lo más probable es que se me olviden; solo recuerdo los nombres de los especiales y, a veces, los nombro por el apellido. Así que díganme sus nombres y apellidos —dice la preceptora, mirándonos a Mia y a mí.
—Empecemos por ustedes —nos dice, bajando la vista y abriendo su planilla—, las escucho.
—Mia Estefanía Sack —se presenta la rubia a mi lado. La preceptora escribe en la planilla; creo que le puso el presente, y me mira a mí.
—Vanesa Lola Rodríguez —me presento.
Ella sigue preguntando nombres hasta que alguien la interrumpe. Yo no miro, solo escucho que alguien entra: un chico. Miro a la preceptora; ella lo mira enojada, y el chico se va al fondo del salón. Quiero darme la vuelta para mirarlo, pero a la vez no quiero que me encuentre mirándolo. Además, entró sin saludar a nadie, así que buena onda no parece.
—Tarde —dice la preceptora, enojada—, pero ya es costumbre, ¿viste? ¿Piensa empezar así el año, Álvez?
El chico no contesta. Ella suspira y vuelve a mirar su planilla, le pone el presente y vuelve a mirarlo con una sonrisa falsa.
—Preséntese a sus compañeros. ¿Hum? —ella espera su respuesta, él no dice nada—. Bueno, para quienes no lo conocen, él es Tobías Alves. Va a ser su compañero; repitió un año, así que es más grande que ustedes. Es callado, así que no lo molesten por eso, ¿sí? —nos advierte la prece.
Agarro mi celular y lo uso para ver en la pantalla el reflejo de ese chico. Es el mismo que vi el otro día en la estación de subte, el mismo que me ignoró, el mismo que usaba esos auriculares y no dijo nada, igual que ahora. Y como antes, sigo queriendo escuchar su voz.




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