Nuestra Estación

Reina. 6.

6

Reina

Tobías
Viernes 10 de marzo del 2023.

Me levanto, bostezando y camino al baño, arrastrando los pies. Al entrar, noto que está sucio: el espejo está salpicado y hay un olor impresionante a cloro que me hace arrugar la nariz. Me lavo las manos y la cara, sintiendo el agua fría despertarme un poco. Me despeino con las manos mojadas.
«¿Y esas ojeras? ¿Ya estaban ahí? Sí, pero no se notaban tanto; ahora parecen más marcadas. ¿Estoy muy pálido? Da igual, estoy bien.»
Salgo del baño y me dirijo a la cocina-comedor, donde me siento frente a mi vieja, que está tomando mate sola. Suspiro. Martina está tomando una chocolatada fría, con la mirada perdida en su taza naranja de plástico. Observo a mi vieja, que tiene la cabeza apoyada en una mano mientras aprieta su mate con fuerza.
—¿Por qué Martu no está en el colegio? —pregunto, rompiendo el silencio.
Mamá sigue en sus pensamientos, probablemente pensando en todas las cosas que tiene que hacer. Se ve muy estresada, con el ceño fruncido y los ojos cansados.
—Ma.
—¿Qué? —pregunta, levantando la vista con un suspiro.
Suelta el mate, pone las manos bajo la mesa y me mira, esperando mi pregunta.
—¿Por qué Martina no fue al colegio? —insisto, preocupado.
—No tenía ganas de llevarla. Estoy cansada. ¿Qué? ¿No tengo derecho a dormir hasta tarde un día? —me responde, frustrada, con su voz cansada sin fuerza para levantarla.
Cuando era chiquito, mamá trabajaba todo el día y el viejo no, así que él nos llevaba al colegio cuando le daba la gana. Y cuando no nos llevaba, yo llevaba a Lautaro conmigo al colegio. Íbamos por la mañana; ahora voy por la tarde, y él sigue yendo por la mañana. Lo que me da bronca es que a Martu le va a ir peor que a mí, porque ella no puede ir sola. Ni su papá ni su mamá la llevan, porque ambos trabajan. Lo único que puede tener esa nena es una educación, y ni eso va a tener.
Me levanto y me dirijo a mi habitación, la cual comparto con Kevin, y al entrar él sigue durmiendo. Se destapa la cabeza y me mira con los ojos entrecerrados, todavía medio dormido. Lo observo, aprieto mis manos y se forma un nudo en mi garganta, sintiendo una mezcla de frustración y tristeza.
—Apagá la luz —dice y vuelve a taparse la cabeza con su acolchado fucsia.
Suspiro fastidiado y apago la luz. Me siento en mi cama y agarro mi celular.
—Pedés levantarte y hacer algo por la vida, ¿no? —sugiero, y él se ríe.
—¿Te referís a mí? —pregunta.
—No, a tu abuela —respondo.
—No quiero hacer nada, Tobi. Preocúpate por vos.
—Yo tampoco quiero hacer nada —confieso, bajando la mirada.
Saco mi celular del bolcillo de mi jean holgado, lo prendo y miro la hora: son las doce del mediodía. Me saco la remera y abro un cajón de mi cajonera. Saco mi remera de los Barderos, me la pongo y suspiro. Me siento en mi cama y busco mis zapatillas debajo de ella. Encuentro mis Jordans blancas y negras y no ato los cordones al ponermelas; los dejo desatados a propósito. Paso mi mano por mi cara y camino hacia la puerta. Agarro mi mochila, que siempre está en el piso al lado de la puerta, y me dirijo al secu.
Del bolsillo de mi pantalón saco una cadenita plateada y me la pongo alrededor del cuello. Acomodo la mochila y llego a la estación de subtes. Paso por arriba de los molinetes y camino hacia el andén.
Apoyo mi espalda en la pared y la golpeo con fuerza. Siento como mis huesos dueles, pero no importa. Este lugar me da alivio. Sin embargo, no está todo aún. Saco mi celular y mis auriculares del bolsillo. Rápidamente me coloco los auriculares, prendo el celular y reproduzco "Ciudad gris" de C.R.O. La melodía empieza a sonar en mis oídos. Siento alivio y, al mismo tiempo, angustia. Aprieto mis manos con fuerza y cierro los ojos. Me falta el aire, intento respirar normalmente. Escucho un subte pasar y siento cómo mis pelos se mueven, pero no abro los ojos.

"Mi identidad en el bar, no me acuerdo el lugar, no lo veo del todo claro, igual voy a llegar. Mi alma pide paz, no sé dónde estará. La calle me habla y yo como siempre voy a escuchar. Tantos años en está porquería creo que me hicieron así. Dime cuándo te faltaba quienes estaban ahí, chica yo no sé porque sigo yendo detrás de ti. Tú solo reza por mí, ya me hundí. De nuevo me pierdo en tu deseo y en la nada. De nuevo me pierdo en el calor de tu frazada. Chica ya no queda nada, ¿o no es así? Prende fuego tu mirada, ¿o no es así?"

"Puedo sentir ese calor quemándome de nuevo las alas" —murmuro en voz baja, siguiendo la letra de la canción.
El dolor en mi pecho intenta matarme por dentro sin piedad. Es como si me agarraran el corazón con fuerza y lo apretaran. Esto hace que me falte el aire y se forme un nudo en mi garganta, dificultándome la respiración.
Sigo con los ojos cerrados, y una lágrima escapa de uno de mis ojos. La limpio rápidamente con la mano y continúo escuchando la canción.
No quiero llorar acá, pero ese nudo en mi garganta me tortura. Abro los ojos, avanzo hacia adelante, acercándome a las vías. Siento un fuerte viento acercándose a mí. El subte llega; miro, no hay nada nuevo, es el mismo subte de siempre. La canción termina y comienza una propaganda. Obviamente, no tengo premium, y probablemente nunca lo tendré. Las puertas se abren, bajan dos personas. Entro, huelo el olor característico del subte como a polvo y sudor, me agarro de un caño y me siento a la derecha de la puerta, junto a una chica que entró detrás de mí.
Saco mi celular del bolsillo, lo enciendo y empieza a sonar "Reina" de C.R.O. Otra de mis canciones favoritas y un clásico que nunca me harto de escuchar. Miro la letra de la canción e intento concentrarme en ella:




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