¿Cuál es el lugar más hermoso del universo? Es aquel que del cual desconocemos aun lo que creemos conocer de él. ¿Qué otro lugar podría ser más emocionante, interesante y fascinante que nuestro propio mundo? Siglos de historia que trascurrieron a lo largo de los años hasta formar el mundo que vemos hoy.
Este lugar llamado Grand Century Hotel, es donde se reúnen los protagonistas de esta historia. Todos son diferentes entre sí, aunque algunos comparten similitudes. Todos comparten unidos el día a día, aunque nunca hace falta uno que otro traspié. Este día, una nueva persona llega a formar parte de este gran lugar, aunque ella es más pequeña que el resto de los presentes.
—Ella es Hospite, será nuestra invitada por un tiempo —anunció el Gerente—. Seamos todos amables con ella.
—¡Sí, señor Gerente! —respondieron todos amablemente.
—Estaré a su cuidado desde hoy —dijo ella, haciendo una leve reverencia.
—Vaya, vaya —exclamó la pelirroja de ojos verdes del fondo—. Hacía tiempo que no teníamos un invitado. Que adorável!
Ella se le acercó y levantó la quijada de Hospite.
—No estarás pensando acaparar a la invitada, ¿verdad, Portugal?
Otra mujer irrumpió en medio de todos. A diferencia de los demás, ella lucía más radiante, alegre; su vestido rojo con volantes negros iba a juego con su labial y la rosa que adornaba su cabello.
—No sé de qué estás hablando —replicó ella—. Sólo me parece adorable. Tú eres una paranoica, España. Siempre eres tan descontrolada.
—¿Qué dijiste?
—No la tomes enserio, España —comentó el caballero de mostacho sentado en la mesita mientras sostenía una copa de vino—. Ella sólo está jugando, ¿no es así, Portugal? —añadió con una mirada calculadora, a lo que ella simplemente dio la espalda.
—¡Oh, Francia, cuanto tiempo sin verte! —exclamó España con emoción.
—Sí, he estado ocupado con algunas cosas, ¿gustas un poco de vino?
—No, sabes que prefiero la cerveza.
—Sí, sí. ¿Y? ¿Qué es toda esta conmoción?
—¿Ya conociste a la invitada?
—¿Invitada? —preguntó con notable sorpresa.
—Sí, soy yo —dijo Hospite, dando un paso al frente—. Es un gusto verlo, señor Francia.
Él se sorprendió con lo adorable que era esa persona, curiosamente más baja de estatura que los demás, aunque cualquiera sería más pequeño delante de ese elegante caballero con traje. Hospite se acercó a Francia; él pronto notó esos ojos llenos de expectativa y curiosidad debajo de sus anteojos. Con una ojeada rápida hacia ella de la cabeza a los pies, su vestimenta también era algo poco común: camisa blanca con un listón olivo, a juego con el que sostenía su cabello dorado, y una falda verde como el césped que descendía hasta por debajo de sus rodillas, eso además de la enorme mochila a su lado, que por muy poco no era más grande que ella.
—¿Eso... no es pesado? —preguntó Francia, levantando una ceja.
—No, para nada —contestó Hospite—. Estoy acostumbrada a llevar esto. También tiene rueditas.
—¿Y qué llevas ahí, si se puede saber?
—Nada importante —dijo sin más.
—Entiendo. ¿Gusta un poco de vino, Mademoiselle? —le ofreció acercándole la copa, y ella sin titubeos la tomó y bebió. Francia no supo qué pensar al verla, pues literalmente lo había dejado sin palabras.
—Es extraño que sólo estén ustedes por aquí —dijo el Gerente—. ¿Dónde está el resto?
—No los he visto hoy —le respondió España—. Ellos están siempre en sus cosas. Japón casi nunca sale de su habitación. Y a Rusia, pues no la he visto tampoco.
—Claro. Bueno, los dejaré para que sigan en sus cosas —dijo el Gerente, habiéndose dado vuelta para subir las escaleras, pero se detuvo antes de subir el primer escalón—. Señorita Hospite, espero que su permanencia aquí sea muy placentera. Ya se preparó todo conforme a su petición, si tiene cualquier duda o inconveniente, no dude en visitar mi oficina, ¿bien?
—Ah, sí, entendido —dijo ella, asintiendo repetidas veces.
—Bien, hasta pronto.
El Gerente entró en las escaleras y empezó a subirlas un paso a la vez, no tenía prisa. En la recepción permanecieron los que antes estaban: España, Francia, Portugal y también Inglaterra, aunque este último se mantuvo oculto todo el tiempo. Hospite dejó a un lado su carga y empezó a explorar el lugar; estaba lleno de cosas misteriosas, como jarrones y otras figuras geométricas como pirámides hechas de piedras. Ella sacó una pequeña libreta y una pluma, empezó a escribir algo en su libreta mientras miraba los alrededores con sus ojos brillantes como estrellas.
—Bueno, ha sido un gusto ver a la invitada —dijo España—. Volveré más tarde, tengo algo pendiente por hacer. Vosotros divertíos mientras tanto.
—No me digas que aún sigues con esa idea de ir al otro lado —dijo Portugal—. Te hemos dicho que no encontrarás nada allí.
—¿Cómo sabéis que no hay nada, eh? —replicó—. Estoy segura de que encontraré algo. Este lugar es tan grande que ni siquiera hemos terminado de explorarlo, o mejor dicho, no lo hemos hecho. ¿Por qué?