La ruta hacia el Nuevo Mundo estaba abierta. Tras el logro de España, algunos tomaron la osada decisión de aventurarse hacia ese lugar. Portugal fue una, así como Francia, quien no tardó en irse de aventura. Todos ellos habían encontrado muchas cosas maravillosas y otros huéspedes que nadie había visto antes. Sin embargo, en esta ocasión, no se trata de lo que ellos hicieron, sino de lo que... un joven atormentado estaba por lograr.
—¡Hermano, ¿dónde estás?! —gritaba la jovencita del lindo traje verde con un trébol que adornando su cabello mientras abría cada puerta del corredor—. ¡Aparece de una vez!
¿A quién estaba buscando esta jovencita en primer lugar? Para entender esto, repasemos lo que pasó hace apenas unos quince minutos. En una de las habitaciones más grandes del hotel, Gales y Escocia se hallaban sentados a la mesa mientras bebían cómodamente su té verde. De pronto la puerta se abrió estrepitosamente y ambos regresaron las tazas a la vajilla de porcelana.
—Ah, hermanos, son ustedes. Oigan, ¿quieren jugar?
—Lo siento, Irlanda, estoy ocupado —respondió Gales, quien levantándose de su silla se retiró.
—Está bien... ¿Qué hay de ti, Escocia?
—Tendrás que disculparme, hermana, hoy tengo muchas cosas que hacer —se excusó y, dándose vuelta, se fue detrás de su hermano.
—Ellos nunca tienen tiempo para estar conmigo... Oh, es cierto, aún me queda otro hermano, ¡sí! —recordó y levantándose salió corriendo—. Estoy segura que Inglaterra no está ocupado, él podrá acompañarme. Iré a buscarlo.
Y así, ella se dio a la tarea de encontrar a su hermano por todo el hotel. Irrumpió en cada habitación sin importarle en lo más mínimo los huéspedes, quienes pronto se quejaron con el Gerente, pero este solo sonrió apenado y lo dejó pasar. La razón por la que ella no daba con Inglaterra era que él la había visto antes y escuchó la conversación, así que desde entonces había permanecido escondido en el ático.
—Ahora qué quiere de mí —musitó Inglaterra mientras observaba a Irlanda corriendo por los pasillos—. Otra vez mis hermanos me dejan solo con Irlanda...
—Es una linda chica, ¿por qué no juega con ella? —preguntó Hospite, apareciendo otra vez de la nada y asustando al joven.
—T-tú... ¿serías tan amable de dejar de hacer siempre lo mismo? No es gracioso.
—¿De qué habla? —inquirió inocentemente.
—Ah, olvídalo —suspiró.
—Parece que todos evitan a Irlanda...
—Eso es porque a lo que ella llama "juegos", en realidad son torturas.
—Ya veo... espera, ¿cómo dice?
—Jugar con ella es como una pesadilla. Te obliga a cagarla sobre la espalda como si fueses un animal y tira de tu cuello con cuerdas. A veces toma una de las espadas de Japón y juega a partir sandias...
—Eso no suena tan mal.
—No dirías lo mismo si estuvieras enterrada en la arena y tu cabeza entre las sandías mientras ella se acerca a ti con los ojos vendados y una espada afilada.
—Retiro lo dicho.
—Sea como sea, el caso es que, por lo brusco de sus juegos, nadie quiere estar con ella, ni siquiera nuestros hermanos —su semblante decayó al mencionarlos.
—¿Qué ocurre?
—No es de tu incumbencia, además, sé que te reirás de mí si te digo.
—Por supuesto... que no me reiré.
—¿Lo prometes?
—Sí, claro —afirmó. La curiosidad estaba impresa en sus ojos.
—Pues, la verdad... siento que mis hermanos no me respetan.
—¿Eh? ¿Por qué dice eso?
—Jamás me invitan a las fiestas de té, o a sus conversaciones. Me miran por encima del hombro y siempre tengo que limpiar el desastre que Irlanda provoca para llamar su atención. De sus bocas jamás he oído decir que están orgullosos de mí.
—¿Por qué sigue haciéndolo?
—Es mi hermana pequeña. No puedo simplemente dejarla sola sin más. A pesar de todo, quisiera que mis hermanos me sonrieran al menos una vez.
—Inglaterra...
—Les he demostrado que puedo ser tan grande como ellos, incluso puedo comerciar con los demás. Todo para enorgullecerlos. Sin embargo, jamás ha pasado.
Viendo lo decaído que estaba, Hospite no sabía cómo reaccionar. ¿Era prudente abrazarlo? ¿Sería correcto sobar su espalda? ¿Tal vez un golpe en el hombro? «¿Qué debería hacer?», se preguntaba, pero fue entonces que sobre su cabeza se encendió un bombillo. Se le había ocurrido una brillante idea.
—Se me ocurre algo...
—¿Eh? ¿Qué es?
—¿Qué le parece si logra algo que ni sus hermanos han podido? —sugirió.
—¿Algo que ni Gales ni Escocia... han podido? —replicó—. ¿Qué podría ser eso?
Hospite señaló con su dedo aquella puerta abierta, la entrada al Nuevo Mundo.
—Conquistar el Nuevo Mundo. España lo logró, Portugal y Francia también. No pierda la oportunidad.