Cuando volví a despertar era bien entrada la tarde. Lo sabía porque el sol ya no daba en mi ventana pero seguía esparciendo claridad.
Mi cama de hospital estaba completamente vacía más allá de mi y me preocupó no encontrar a Noa.
Me incorpore bruscamente para buscarla y una ráfaga de dolor me invadió tras el movimiento tan brusco.
—Mierda. —solté aguantnadome la cabeza mientras intentaba quedarme lo más quieta posible para que mitigase el dolor.
—Cariño pero como se te ocurre. —reprocho una voz a mi lado mientras se acercaba y tomaba mis manos entra las suyas. Se le escuchaba preocupado— El doctor a dicho que no puedes hacer movimientos bruscos. —sonreí ante el tono de regaño de Michael.
—¿Dónde está Noa? —fue lo primero que pregunté cuando logre evitar el dolor y buscar su mirada.
Esos ojos grises que tanto amaba y tan parecido a los de mi hija se encontraron con los míos. Se le veía tan cansado y aliviado a la vez.
—Con Terry en la cafetería. —apenas y fue un susurro para volver al silencio y a sus ojos en los míos.— Dios como amo poder volver a ver tus preciosos ojos. —susurro justo antes de inclinarse y apoyar su frente en la mía.
—Yo amo poder ver a todo tú. No solo tus ojos. —asegure.
Una sonrisa se dibujo en sus labios justo antes de inclinarse un poco más y colocarlo sobre los míos.
Al principio fue un beso tierno y sin mucha demanda. Era como si llevase tiempo sin beber agua y encontrase un oasis en medio del desierto. Tras comprobar que era real su ansia creció y devoró mis labios como si bebiera de ese oasis.
Yo ame tenerlo tan cerca.
Lo había extrañado tanto y solo había pasado un día. Lo extrañaba incluso mientras dormía o mientras la oscuridad intentaba arrastrarme.
—Dios, te he extrañado tanto. —susurro contra mis labios justo antes de apartarse.
Sus ojos brillaban ahora. Y aunque presente el cansancio, ya no era tan visible entre tanto deseo y amor.
—Yo también te extrañe. —asegure.
Michael volvió a sonreír y se inclinó para abrazarme esta vez.
—Mía. —susurro luego de un silencio tan largo como aquel abrazo.
—¿Qué sucede? —pregunte.
Pareció pensárselo un segundo antes de preguntar.
—¿Por qué no me lo contaste?
Sabía muy bien a que se refería.
Se alejo un poco sin separarse completamente de mi pero si lo suficiente para poder verme a los ojos.
—Quería estar segura de ello. —conteste y luego se me escapó una sonrisa— Y una parte de mi quería que fuese una sorpresa a pesar de que me tomo un poquito hacerme la idea.
El sonrió mientras parecía comprender mis palabras.
—Una familia. —dijo— Una de cuatro ahora. —específico y asentí. El volvió a sonreír y me abrazo más fuerte.— Ahora solo queda decírselo a Noa.
Pensar en mí hija me sacó una risita.
—Se pondrá como loca cuando se entere de que tendrá un hermanito. —asegure.
O hermanita.
Su ojos brillaron al imaginarse a nuestra pequeña recibiendo la noticia.
—Un hermanito con tus ojos. —aseguro antes de acariciar mi mejilla y colocar un mechón de pelo tras mi oreja— Y tu sonrisa.
—Y tendremos que lidiar con antojos y hormonas. —añadí.
—Eso no importa cariño. —aseguro— Además ya estare yo ahí para cuando tengas antojos.
—¿Y las hormonas qué? —preguntó.
—Tenemos muchos amigo con los cuales puedes desquitarte. —aseguro— Y tu hija estará encantada de escucharte despotricar por horas contra su padre.
—Oh si. —sonreí— Será tu culpa cuando esté gorda y hormonal.
El también sonrió.
—Y estaré orgulloso de ello. —aseguro.
***
Había pasado como una semana desde el accidente. Como volaba el tiempo. Los doctores me dieron de alta al segundo día de despertar. Estaban como nueva, o eso decían ellos. Eso sí, tendría que volver a una revisión dentro de un mes para comprobarlo.
Durante esta semana toda habia ido muy tranquilo y había podido relajarme en casa e intentar olvidar todo lo que había pasado.
Cuatro noches después del accidente y mi primera noche de vuelta en casa, Michael me contó que el accidente había sido provocado —ni se imaginan lo que me asuste— y también me contó que ya sabían quien lo había llevado a cabo y que estaba entre rejas y a espera de juicio.
Debo decir que me sorprendió mucho cuando me entere que se trataba de Lilibeth. Aunque no me compadeci de ella pues casi logrado matarme o hacerme algo peor que una contusión leve, por no hablar de lo que hubiese pasado con mi embarazo si hubiese pasado algo peor.
De eso así ya, como ya había dicho, una semana. Ahora me encontraba también en un hospital pero por razones diferentes. Y se trataba de mi segunda visita en realidad.
Cuando Michael me permitió salir de casa, aunque fuese acompañada de él, me propuse ir a mi ginecólogo y pactar las citas para poder comprobar mi embarazo y saber de cuantas semanas estaba. En realidad estaba muy ansiosa por ver a mi pequeño.
Aunque no contase que Michael cancelase la cita, en plena cita, al comprobar que mi ginecólogo era un hombre.
Según el, no permitiría que ese hombre me volviese a poner un dedo encima.
De echo llegó a amenazale con romperle los dedos por haberlo echo ya.
Al principio me enfade por su falta de respeto a la profesionalidad de mi doctor pero no me quedo más remedio que aceptar buscar otro doctor, más bien doctora.
Por eso es que ahora me encontraba en la sala de espera de una ginecóloga que nos había recomendado mi anterior doctor y con la que teníamos una cita en casi nada.
Tuvimos que esperar varios días más y todo por culpa de Michael.
—Aún no me creo que estemos aquí. —dije mientras le miraba acusadoramente, cosa que ignoro de sobre manera.
—¿Por qué no? —preguntó— Es una excelente idea. Además tiene buenas recomendaciones y tu doctor dijo que era muy buena.
Como si le importase lo que dijese mi doctor.
—Michael, se que te importa una mierda lo que piense mi doctor —o el que era— me lo demostraste en su consulta. Por eso estamos aquí en primer lugar.
El me miró y tuvo el descaro de sonreír.
—Cariño, claro que me importa lo que piense tu anterior doctor. —aseguro dejándome con la boca cuadrada— Lo que no me gustaba es que te viera desnuda y te pusiese un dedo encima. —me giro un ojo y su sonrisa risa se ensancho.
Yo resople frustrada con su actitud y permanecí en silencio.
Tenía unas ganas de perderlo de vista aunque fuese solo por unas horas.
El muy idiota no iba ni a la empresa y se pasaba todo el día a mi lado ostigandome con sus preguntas sobre cómo me sentía o si quería algo.
Si que quería algo, tiempo a solas y un poco de descanso mental.
No me dejaba ni pintar a solas y yo odiaba que me mirasen durante todo el rato sin dejarme concentrarme.
Pero sabía que lo hacía por mi, así que tenía que callarme y aceptar. Pero mi límite estaba llegando y pronto explotaria.
—Mía Montés. —llamo una enfermera desde unos metros más allá de nosotros.
Ambos nos pusimos de pie y escuche como Michael refunfuñaba por lo bajo pero no llegué a distinguir lo que decía.
—Soy yo. —dije acercándome a la enfermera.
Ella asintió y anoto algo en su tableta.
—Es por aquí. —anuncio mientras entraba nuevamente en otra sala.— La doctora los espera.
Busque a Michael sobre mi hombro y el sonrió mientras me ofrecía la mano. Se la tomé y seguimos a la enfermera.
El consultorio estaba muy bien iluminado y tenía una decoración sencilla y tranquila. Era un lugar bonito.
La doctora Martínez nos sonrió al vernos y se acerco a ambos.
—Señora Montés es un gusto. —me ofreció su mano.
Se la acepte y sonreí un poco sonrojada.
—En realidad en señorita. —aclare— Aun no me he casado.
La doctora me miró extrañada y luego le dio una mirada a Michael detrás de mi.
—Oh, —parecía sorprendida y verdaderamente extrañada— en ese caso bienvenida señorita Montés.
—Puedes llamarme Mía. —pedí— Y el es Michael Lewis. —los presente.
Michael le ofreció su mano y ella acepto encantada.
—Un placer señor Lewis. —dijo la doctora.— Por que no nos sentamos.
Ambos le seguimos hasta el escritorio y tomamos asiento en los lugares correspondientes.
La doctora comenzó a hacer preguntas rutinarias llevándose la sorpresa de que ya teníamos una hija. Aunque sonrió cuando le conté por qué nuestras cita era con ella.
La verdad es que era muy agradable y me trato muy bien. Sabía que me llevaría muy bien con ella.
A Michael le encantó la idea de que me agradase mi nueva doctora y no se esforzó en ocultarlo.
—¿Están listos para verle? —preguntó luego de sus últimas anotaciones.
Yo mire entusiasmada a mi doctora y luego compartí una mirada rápida con Michael. Se le notaba muy nervioso y también lo estaba pero no tanto como la primera vez. Con Noa todo habían sido demasiadas emociones.
Asentí eufórica hacia la doctora y ella se puso de pie para acercarse a la camilla. La seguí hacia la camilla y pronto tuve a Michael a mi lado mientras la doctora preparaba todo lo necesario.
Expuse mi abdomen mientras seguía las instrucciones de la doctora y me recostaba en la camilla.
Michael tomó mi mano mientras la doctora esparcia el gel frío sobre mi abdomen y preparaba el aparato antes de colocarlo en mi abdomen.
La pantalla del ordenador se iluminó con una imagen difusa mientras la doctora movía el aparato sobre mi abdomen. A pesar de ser la segunda vez en una de estas camillas aún no distinguía bien las imágenes. No hasta que tenga algunos meses de más y logre distinguir su cabecita.
Observe a Michael que miraba la pantalla embelezado. Sonreí ante la imagen de sus ojos cristalizado mirando la pantalla donde se mostraba a nuestro aún pequeño bebé.
Observe a la doctora de vuelta y me anime a preguntar.
—¿Podemos oír su corazón? —pregunte.
Ella asintió encantada y pulso algunos botones en el ordenador antes de que el sonido constante y acelerado inundo la habitación.
Música para mis oídos.
—Tienes entre 8 y 10 semanas de embarazo. —anuncio la doctora—Lo que serían 2 meses de gestación. —busque la mirada de Michael que ahora se encontraba mirándome anonadado perdido en mi sonrisa, el corazón de nuestro bebé aún se escuchaba de fondo— Tiene un latido fuerte y parece estar perfectamente.
Le di un suave apretón y Michael y me sonrió antes de robarme un beso rápido para continuar escuchando a la doctora.
Nuestro bebé está bien y eso era muy tranquilizante.
Editado: 31.05.2024