Nuestra pequeña familia.

Capítulo 29: Solo el principio.


Volvía a estar en aquel jardín. En nuestro nuevo hogar. 

Volvía a estar frente a un lienzo, ya no tan en blanco, mientras una vida crecía dentro de mí. 

Pero esta vez no estaba en la pequeña casita de mis padres llena de miedo por lo que vendría después de ese día o después del siguiente. 

Ahora era feliz, completamente feliz, y tenia una familia que pronto crecería. 

¿Qué más podría desear? 

Aparte la mirada del cuadro y la centre en mi pequeña de 4 añitos que corría por todo el jardín a solo algunos metros de distancia. Ahora ella tampoco estaba sola, tenía un padre maravilloso, más tíos y unos abuelos que se desviven por ella. 

Lleve un mano a mi vientre y acaricié la curva que se había convertido la casita de mi hijo. 

El tampoco estaría solo. Tendría un padre que lo amaba y que lo vería crecer y esa familia de la que formabamos parte lo acogería encantada. Yo estaría para el durante toda su vida y lo amaría por sobre todas las cosas porque era mi hijo. Mi segundo bebé. 

Una manos se unieron a las mías entrelazando nuestras pieles y dedos mientras unos brazos fuertes y conocidos me rodeaban. 

—¿Donde te encuentras? —me preguntó justo al lado de mi cuello. 

Gire la cabeza un poco y me encontré con los precioso ojos grises de mi prometido y del padre de mis hijos. Esos ojos tan parecidos a los de mi princesa. Se inclinó solo un poco y nuestros labios se tocaron en un simple rose que me dejó cosquillas en la piel. 

—Estoy ansiosa por conocerle. —dije mientras daba un apretóncito a sus dedos y recoría mi vientre. 

—Todos lo estamos. —aseguro. Mi embarazo estaba apenas en las 20 semanas. Justo en la mitad del viaje. Y mi precioso bebé de unos 20 centímetros de largo y unos 300 gramos aproximadamente no dejaba de crecer cada día y yo me emocionaba cada vez más con la idea de tenerlo en brazos.— Pero no has respondido mi pregunta. 

Sonreí. 

—Pensaba en lo feliz que soy. 

El solo se dispuso a meserme entre sus brazos mientras juntos mirábamos a nuestra pequeña que seguía correteando. 

—¿Qué haces aquí afuera? ¿Ya has terminado de trabajar? —inquirí luego de un minuto o dos. 

Michael había comenzado a pasar mucho tiempo en casa después de que nos mudasemos hacia una semana o quizás dos. Según él su equipo estaba muy bien preparado como para arreglárselas sin el. En mi opinión solo me vigilaria lo que quedase de embarazo. 

Eso sí, pasaba horas dentro de su despacho en la mansión para ponerse al día todas las mañanas mientras que las tardes nos las dedicaba a nuestra hija y a mi. 

Estaba segura de que me podría acostumbrar a ello.  

—En realidad he venido en tu búsqueda. —informo mientras sonreía. 

Me gire un poco más hacia el para poder mirarle a los ojos confundida. 

—¿Qué sucede? —pregunte. 

Michael me hizo girarme por completo para tu darme luego a ponerme de pie antes de rodearme nuevamente entre sus brazos. 

—Tenemos visitas. —anuncio.— Nos esperan dentro. 

Lance una rápida mirada entre las puertas acristaladas a unos metros y luego los precios ojos de mi prometido. 

—Ya ha llegado. —Asintió.— Pues vallamos dentro. —demande— no la hagamos esperar.  

Me deshice de sus brazos y me encaminé hacia el interior de nuestra casa. No tarde demasiado en escuchar los pasos apresurados de Michael por alcanzarme ni mucho después de eso tenerlo pegado a mi costado mientras nos dirigíamos al salón. 

Sentada junto al ventanal en un salón decorado por ella misma se encontraba Juliana Méndez, nuestra diseñadora de interiores y la diosa que había echo mi sueño realidad en forma de casa y habitaciones decoradas. Me acerque a ella a paso apresurada y al verme se puso en pie para recibirme con los brazos abiertos. Habíamos encontrado una extraña relación vendedor-cliente después de que me vi satisfecha en mis extraños pedidos de última hora que recibía con una sonrisita de ella. 

Fueron muchas las tardes que nos reunimos durante horas para hablar sobre la decoración y terminábamos hablando de cualquier otra cosa. 

—Cada día estas más hermosa. —susurro en mi oído antes de apartarse y observarme a fondo.— Y ese pequeñín más grande. —apunto a mi vientre. 

Solté una carcajada antes de apartarme de sus brazos para verme rodeada por los de Michael unos segundos después. 

—Tú también estás hermosa. —asegure regalándole una sonrisa. 

Ella me la devolvió durante un segundo antes de eliminar toda emoción de su rostro y ponerse en modo profesional. 

—¿Para qué soy buena? —preguntó tomando asiento. 

Arrastre a Michael hasta el sofá más cercano y nos sentamos justo enfrente de Juliana. 

La expresión en nuestras cara pareció delatar nuestros sentimientos por no hablar de que expulsaba felicidad pura por los poros desde hacía unos pocos días. 

—Creemos que es conveniente que comencemos con la habitación del bebé. —expuso Michael mientras me colocaba un brazo sobre mi hombro.— Queremos ver todo los detalles y estar seguros de que todo estará listo antes de que los últimos meses se acerquen. 

No podría haberlo dicho mejor. 

—Traducción, Mía quiere ver todos los cambios y tomar todas las decisiones antes de no poder caminar. —bromeo Juliana. 

Solté una carcajada antes de obligar a recomponerme para continuar. 

—Estoy muy emocionada con el tema y tengo un montón de ideas. —¿Sonaba tan entusiasmada como me imaginaba 

Michael me dio un apretoncito en el hombro y me gire hacia el encontrando su sonrisa. 

—Cariño primero deberíamos preguntar a la experta. —sugirió. 

—De echo estoy de acuerdo con Michael en este caso. —afirmo Julián antes de girarse y comenzar a rebuscar en su bolso y a sacar paletas con colores y una libreta de notas.—Deberíamos empezar por los colores que predominarán en la habitación y esas cosas. 

—Oh claro. —me gire hacia Michael dispuesta a consultar su opinión— Tonos azul marino o quiza verdes. ¿No crees?—se encogió de hombros y me gire hacia Juliana que me Observaba— ¿Qué me recomendarías? 

Me observo desconcertada durante unos segundos. 

—¿Tonos azules? —sonaba muy confundida y desconcertada. 

—Si. Para la habitación de un niño. 

—¿Un niño? 

¿Es que acaso había sufrido algún contusión o infarto cerebral? 

—Si, un niño. —lleve un mano a mi vientre y Michael coloco la suya encima de la mía— Nuestro hijo. 

Ella agrando las ojos con la vista fija en mi vientre antes de sonreír y lanzarse a mis brazos para abrazarme. 

—Muchísimas felicidades de verdad. —susurro entre mis brazos pero ambos supimos que Michael también nos había escuchado. 

Nos apartamos luego de unos minutos con una sonrisa en nuestros rostros. 

—Pongámonos en marcha pues. 

Y la estancia se lleno de colores y paletas y palabras anunciado ideas locas para decorar la habitación de un bebé. 

Nuestro bebé. 

*** 

Los ladridos de un perro me ensordecieron los oídos mientras me encaminaba al interior de la mansión. 

Sabía que era mala idea adoptar a esa vestía. 

Hacia unos meses atrás Noa se había obsesionado con la idea de tener un amigo canino por la cada y en una decisión de último momento, Mía y yo, habíamos cedido a su súplicas —que duro dos semanas enteras las 24/7— y le había regalado un cachorro de casi un año que habíamos adoptado. 

No hay que contar como se puso Noa pero si que hay que decir que la pequeña no cabía dentro de sí de contenta. 

Un cachorro de Collie que no me llegaba ni a las rodillas se encaminó por una esquina y al verme corrió hacia mi. No muy atrás apareció mi preciosa princesa vestida como toda una verdadera princesa con tiara y otro y al verme se le iluminó el rostro y redoblo sus pasitos hasta llegar a mi y tirarse a acompañando su llegada con un gritito. 

La cogí en pleno aire y la abrace contra mi mientras tras que el puto perro no se despegaba de mis pies y me impedía caminar sin dejar de ladrar. 

—Hola preciosa. —la acomode mejor en mi brazo y la separe un poquito de mi para poder ver su carita. 

—Papi, ¿como esta mami? —su interrogatorio ya empezaba. Para nuestra desgracia Noa había comenzado la larga etapa en la que se preguntaba todo antes del tiempo indicado. Pero por esta vez estaba permitido que me interrogase—¿Cuando viene? ¿Y mi hermanito? 

Sonreí y la lleve conmigo hasta el sillón más cercano para sentarme con ella en mis piernas. 

—Mamá descansa en el hospital ahora. Y tu hermanito está muy bien. —le conté sonriendo— Eh venido a buscarte para ir a verla. ¿Quieres venir? —agregue la pregunta al final a pesar de saber la respuesta de mi hija. La tenía tatuada en su mirada. 

Los ojitos se le iluminaron y grito. 

—Shiii. —antes de viajar se de mi regazo y salir corriendo en dirección a las escaleras del segundo piso. 

Mi hija sin duda sabía como dejarme desconcertado sin proponérselo. Estaba seguro de que me daría grandes dolores de cabeza en un futuro. 

La seguí tan pronto como pude esquivar al perro que imitó mis pasos y se interpuso en el camino. 

Cuando llegue a arriba me encontré a Noa dentro de su habitación mientras metía algunas de sus muñecas y peluches dentro de una pequeña mochila. Muchos de los que se encontraban en aquella habitación se los había regalado yo a lo largo de estos meses, o mis padres. Pero ella siempre guardaba y cuidaba con especial ahínco un pequeño osito que había visto alguna vez antes de que ambas se mudasen conmigo. 

Según me había contado Mía ese se lo ha ia donado ella pues era de cuando ella era pequeña y fue un regalo de sus padres, los abuelos de Noa. Claramente entendía lo especial del juguete pero no entendía para nada porque Noa lo tenía a su lado como si quisiese meterlo de primero pero se conteniece. 

—¿Qué haces princesa? —pregunte mientras me acercaba y me arrodillaba a su lado. 

—Les llevo estos a mi hermanito. —anuncio tan entusiasmada y segura de si misma que me sacó una sonrisa— Voy a darles muchas de mis muñecas y voy a hacer que juegue conmigo cuando vuelva del hospital. 

Sonreí encantado con la ternura de mi hija. 

—Cariño, —la tome de las manos para detener sus movimientos efusivos intentado que se centrará solo en mi— Tú hermanito aún esta muy pequeño para que le lleves tantos juguetes. —le explique mientras ella se le coloreaban las mejillas avergonzaba— Además cuando venga a casa podrás prestarle todos tus juguetes si quieres y cuando esté grande pedirle que jugué contigo. —le asegure y su mirada se iluminó un poquito más— Pero ahora debemos ir a ver a mamá. Se pondrá muy contenta cuando nos vea llegar. 

Noa pareció convencida tras mi pequeña explicación por lo que dejó la mochila a un lado y me dio la mano mientras yo me ponía de pie y nos guiaba hacia el pasillo. 

Para mi sorpresa mi preciosa princesa se detuvo junto a la puerta y soltando mi mano se encaminó hacia el interior de la habitación, tomo el oso de peluche de su madre y volvió conmigo. 

Me lanzó una mirada de suplica llena de ternura mientras hacía un mohin muy tierno. 

—¿Puedo llevarle este? —pregunto—Mamá dice que siempre estará ahí para que no me sienta solita. Quizás a mi hermanito le sirva también mientra esta en el hospital. 

La gran ternura y amabilidad que desprendía mi hija en aquel momento me conmovieron. 

Asentí mientras volvía a tomar su manita sintiéndome incapaz de decir palabra alguna. 

*** 

Resulto ser que Mateo Lewis era el niño más bonito que había visto en mi vida y no por el echo de ser su padre. 

Lo primero que me había enamorado de el fue la manera en que Mía lo miraba la primera vez que lo tubo en brazos, lo segundo que había llamado mi atención de mi recinto nacido hijo era el modo en que se acomodaba en mis brazos a pesar de ser más pequeño que mi antebrazo. 

Pero lo que más me llamaba la atención de mi pequeño y precioso hijo era sus ojos. 

Mateo, a pesar de tener todos los dotes de un verdadero Lewis, contaba con lo más que amaba de su madre. Sus ojos. 

Mateo tenía unos ojos verdes preciosos y muy bien definidos a pesar de su corta edad. 

Por no hablar de que su reciente estrenada hermana mayor le adoraba. Además de que era constantemente visitado por toda la familia. 

—Michael no se va a ir a ningún lado. —me reprocho Mía con un tono burlón desde la camilla a solo un palmo de distancia. 

La observe con nuestra hija plácidamente dormida abrazada a su cintura mientras ella le acariciaba el cabello oscuro. 

—Aún no puedo creer que ya esté aquí. —dije mientras arrastraba la pequeña cuna de hospital más cerca de la cama y me senté junto a ella, justo al otro lado de donde se encontaba Noa, y le pase un brazo por sobre los hombros. 

—Es sorprendente ¿verdad? —y se acurruco contra mi costado. 

—La verdad es que si. —observe a nuestro pequeño hijo que dormía tan plácidamente justo como su hermana. Mía se notaba aún cansada y lo comprendía a la perfección.— Cariño deberías descansar. —sugerí al ver como comenzaban a serrarsele los ojos. Llevábamos toda la tarde con Noa y sabía que había sido muy duro el día anterior.— Yo estaré aquí cuando despiertes. —le asegure. 

Ella se relajo entre mis brazos y la vi cerrar los ojos mientras se dejaba llevar por Morfeo. 

Mi familia había crecido. 

Mateo era un bebé precioso y fuerte que recién llegaba al mundo. 

Noa era la luz de mis ojos y haría todo para protegerla y amarla. 

Y Mía era la mujer de mi vida. Nos casariamos dentro de poco y protegería a nuestra familia hasta con mi propia vida. 

Nuestra pequeña familia.




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