Nuestra pequeña familia.

EPÍLOGO:

Dos años después: 

Los ladridos del perro resonaban en toda la casa mientras Mía sacabas las galletas del horno y Martha terminaba en glaseado del pastel. 

Sonrió encantada cuando la segunda ronda de galletitas con chispas de chocolate entraban en el tazón de galletas listas. Resultaba que también era la última así que la alegría era mayor. 

Los ladridos vivieron a resonar pero esta vez más cerca del jardín y tras los ladridos le siguieron unas risitas y susurro que deseaban ser ocultados. 

Sonreí encantada con en lo que se había convertido mi vida en estos últimos años y lo feliz que era. 

Observe embelzada el anillo de compromiso y de matrimonio que adornaba mi dedo y que a diario me recordaba lo feliz que era. 

Lance el delantal sobre la encimera y con un asentimiento hacia Martha salí de aquel lugar en dirección al jardín donde se encontraba mi preciosa hija rodeada de todas sus recién estrenadas amigas del jardín de niños. 

¿Quién lo diría? Yo organizando un fiesta para las amigas de 6 años de mi hija. 

Noa, que al verme se le iluminó la mirada, se puso a correr como loca hacia mi. 

—Mami, ¿ya están las galletas? —preguntó entusiasmada. 

Era impresionante como cada vez se parecía más a Michael físicamente mientras que el decía que su amabilidad era idéntica a la mía. 

—Se están enfriando, cariño. —susurre con una sonrisa.— Martha las traerá en cuanto se enfríen. ¿La están pasando bien? 

Mi preciosa niña asintió efusivamente y me sonrió. 

—Hello. —grito la voz inconfundible de Terry desde la puerta de la cocina mientras se acercaba a nosotros. 

—Tia Terry. —grito Noa y se puso a correr hacia ella para después lanzarse hacia sus brazos. 

—Hola preciosa.  

Escuche como el perro volvi a ladrar eufórico con la propia alegría de mi hija y vi como ella arrastraba a su tía hacia la multitud de niñas de 6 años a unos metros. 

Sonreí encantada con el rostro de alegría de Noa y decidí que era buen momento para volver a adentro y traer las galletas. Tenía que ahorarle un poco de esfuerzo a Martha o pronto se pondría a echarnos en cara lo mal agradecidos que eramos. 

El único que se salvaba de sus sermones y sus exaltaciones era mi queridicimos Mateo y eso solo porque era el niño de sus ojos y el más organizado de la casa y eso que solo tenía dos años y apenas y había aprendido a caminar del todo bien hace algunos meses. Aunque el muy maldito había sido bendecido y había aprendido a hablar y a dar órdenes antes de aprender a pararse tan siquiera. 

Entre en la cocina y comprobé el estado de las galletas y al ver que seguían aún algo calientes decidí seguir de lleno hacia el salón. Quizás le haría alguna llamada a Thony para que me dijese se una vez como estaba si se dignaba a cogerme el teléfono. 

Mi amigo del alma se encontraba recorriendo el Europa en un viaje de locos que se había invitado a última hora y se había ido a disfrutar de sus vida de soltero. 

Justo cuando entraba al salón escuche la puerta abrirse y una conversación a susurro por el pasillo antes de que apareciesen los hombres de mi vida tan parecidos en todo. 

Sonreí encantada y me plante en su camino para recibir una segunda sesión de mimos del día de mis chicos. 

—¿Qué han estado haciendo los hombres de mi vida que viene con esa sonrisa? —pregunte mientras mi marido se inclinaba y me robaba un beso fugas antes de que mi hijo me abrazara efusivamente sin dejar los brazos de su padre. 

Mateo había heredado muchas cosas de Michael como el carácter o la mayoría de los rasgos físicos. De mi solo había heredado los ojos verdes pero lo amaba tanto como a su padre y a su hermana aunque a veces me sacase de quiso mucho más que Noa a su edad. 

—Solo hemos ido a dar un paseo. —susurro Micahel mientras se inclinaba y dejaba a Mateo en el suelo. 

—Cariño, Martha esta haciendo galletas por que no vas y le dices que te de algunas. —le sonreí a Mateo que me miró enseguida con una de sus pocas sonrisa. 

—Si mami. —y salió caminando —porque nunca corría o se alteraba demasiado— con paso firme hacia la cocina. 

Al perderlo de vista Michael se acerco los pocos pasos que nos separaban y me envolvió en sus brazos mientras se besaba en los labios como debería haberlo echo justo al legar. 

—Llevas toda la tarde de pie. —claramente no era una pregunta pero lo que no me vi en la obligación de responder.— ¿Cuántas veces te he dicho que tienes que descansar? —me reclamo. 

—Michael solo estoy embarazada no inválida. —le recordé alzando la voz un pelin al final de la oración como cada vez que me lo recordaba— Y si mal recuerdo esta no es la primera vez. 

—Si, pero si son los primeros gemelos. —exclamó su frase de siempre antes de inclinarse y tomarme en brazos y llevarme hacia el sillón más cercano y sentarse a mi lado.— Solo quiero que descanses y que no te sientas mal. Sabemos que este no es como el anterior. 

En eso tenía razón. 

Cuando Mateo todo era tranquilo y metódico sin mucha preocupación ni mucho espectáculo. 

Pero ahora se los había ocurrido llegar a los generales y, a pesar de ser el doble de todo, tenía una embarazo por revuelto con todo el paquete incluido. 

Y eso que ya estaba terminando mi primer trimestre. 

—Te prometo que voy a descansar más. 

El sonrió igual de feliz que el día en el que le dije acepto en el altar y me volvió a besar. 

—Te amo. —susurro. 

Sonreí. 

—Yo más. 

Eramos una familia. 

Una familia no tan pequeña como imaginábamos.

 

FIN...




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