Los entierros siempre me habían parecido de los más ridículo del mundo. No el hecho de enterrar a tu ser querido, más bien toda la parafernalia que acompañaba aquel momento. El hecho de tener que estar en un lugar, recibiendo a cientos de personas que te abrazan y te mira con ojos llorosos si saber muy bien qué decir ni cómo comportarse, con miedo a ofenderte o no ser todo el apoyo que en ese momento necesitas. Luego la misa, un cura en modo automático leyendo unos párrafos de la biblia que intentan convencerte de que esa persona está en un lugar mejor, que eso que ha pasado es decisión de Dios y que a pesar de su muerte siempre estará contigo.
No, no lo estará. Mi padre no volverá a mirarme con ojos cariñosos ni volverá a pasar la mano por mi hombro recargando mi alma de su energía y no hay pasaje bíblico que pueda aliviar el enorme dolor que eso me produce.
Llevaba todo el día en el tanatorio municipal, recibiendo a familiares y conocidos, compañeros de trabajo y vecinos. Mi padre era sin duda muy querido por todos y si había logrado mantenerme de pie todo ese tiempo era porque sabía que hacer lo contrario le hubiera disgustado sobremanera.
“Eres una Montgomery, nunca debes perder la compostura señorita” Le encantaba decirme.
Noto como una mano aprieta la mía con fuerza y no necesito girarme para saber a quién corresponde.
—Llevo media hora explicándole a una señora que no nos vamos a casar —susurra poniéndose a mi lado.
Solo Enzo Colloricchio era capaz de hacerme intentar reír en un momento así. O más bien en cualquier momento.
—Qué triste que crea que no puedo aspirar a algo más —murmuro poniendo una mueca de disgusto.
—Tendré que hacer como que no he oído eso por el bien de esta amistad —replica.
Le miro y sus profundos ojos grises no esconden un punto de diversión que en ese momento agradezco infinitamente. Apoyo la cabeza en su pecho y pasa su reconfortante brazo alrededor de mis hombros.
Definitivamente Enzo era lo único que me quedaba. Sobre todo, desde que se fue Kate. En esos momentos hubiera estado tan encima de mi como él, haciendo lo imposible por distraerme preocupada cada segundo. Al menos eso es lo que haría la antigua Kate, la que no abandonó a todo el mundo sin dar explicaciones y sin que le importase lo más mínimo.
—Hola Lila —pego un salto al oír la voz del señor Costa, el padre de Kate.
Miro a la pareja que un día fue como una segunda familia para mí y busco alrededor algún vestigio de su hija, que no aparece por ningún lado. Noto como el cuerpo de Enzo se tensa de inmediato.
—Vuelvo enseguida —me avisa con tono serio el joven Colloricchio antes de esfumarse como por arte de magia.
La madre de Kate lo mira marcharse con una mezcla de vergüenza y pena, sabe perfectamente que él no los quiere ver ni en pintura, sobre todo después de la última vez que se vieron, años atrás, cuando Enzo fue a buscar desesperado alguna explicación de lo que había hecho Kate recibiendo un triste “Está bien” de su parte.
—¿Que hacéis aquí? —pregunto bruscamente
El padre de Kate agacha la cabeza y me obligo a mí misma a relajarme un poco. Ellos no tenían culpa de nada y habían sufrido lo suyo con todo aquello.
—Queríamos darte un abrazo al menos y ver como estabas —responde Begoña con un hilito de voz.
—Lo siento, es una situación que no sé llevar —junto las manos arrepentidas y dejo que los dos me abracen.
Recibo su muestra de cariño sin rechistar, es un abrazo sincero y apretado que no me desagrada en absoluto.
—Kate está aquí y quiere hablar contigo —susurra a mi oído Begoña y por un segundo dudo de si mi cabeza se lo ha inventado.
Vuelvo a mirar por todas partes sin entender nada y su madre me coje ambas manos.
—Está esperándote en una salita, no quería llamar la atención más de lo necesario.
La miro con cierto reproche. Conociéndola como la conocía la única razón de aquel secretismo era no encontrarse con Enzo. Instintivamente miro por los lados buscando a mi amigo y el miedo se instaura en mi cuerpo. Empiezo a caminar sin pensar, rezando para que Enzo tardará más de lo necesario e interpretara que simplemente había salido a hablar un momento con ella.
Recorro los pasillos siguiendo las indicaciones que me había dado Begoña con un nerviosismo inesperado. Hacía cuatro años que no veía a Kate y no tenía ni la menor idea de que narices iba a preguntarle. Mis ganas era gritar y pedir explicaciones por todo lo ocurrido pero la muerte de mi padre había anulado toda la fuerza y carácter que requería esa bronca. Había perdido parte de mí y solo podía sentir pena y debilidad.
Entramos en una de las salas del tanatorio y mi corazón se acelera al ver a Katherine Young frente a mí, con su bonito pelo oscuro algo alborotado y sus ojos azules tan brillantes como los recordaba. Se notaba el paso de esos años porque ya no tenía esa cara infantil del colegio, pero estaba todavía más guapa. Con todo, unas visibles ojeras y su gesto de tristeza no pasaron inadvertidos. Mi idea era aparentar indiferencia y rencor, pero al parecer mi cerebro no estaba tan de acuerdo porque sin pensarlo dos veces me lanzo a sus brazos y nos fundimos en un abrazo mientras dejo que una cascada de lágrimas caiga por mi rostro. La aprieto con fuerza, porque sé que tras aquello tardaré en volver a abrazarla y porque sé que ese momento de debilidad es el único que me permitiré antes de todo el reproche que se merece.
No puedo negar que abrazar a mi mejor amiga después de tantos años era muy reconfortante. La echaba de menos de verdad.
—No sabes cuanto lo siento Lila —susurra con la voz llorosa.
Sus palabras logran activarme de nuevo y me aparto buscando recomponerme un poco. Clavo mis ojos en ella a modo de reprimenda y traga saliva desviando la mirada.
—Hola —me saludo un chico joven y pego dos pasos atrás del susto.
Tenía el pelo rizado, de un negro tan oscuro como sus ojos. Era alto y tenía una piel exageradamente blanca. Su jersey verde y esos pantalones chinos daban una leve pista del país del que parecía provenir.
Editado: 29.10.2024