Si tuviera que elegir algo de mi vuelta a aquel mundillo que me aburría sobremanera, sin duda eran aquellos eventos sin sentido. Esas horas vagas que te obligaban a pasar saludando a uno u otro idiota con aire de superioridad, negociando y haciendo la pelota con mucho disimulo para que abriera la cartera y te firmara un generoso cheque. Un lugar en el que sabías, como todos, que tu presencia se debía a puro interés y en muchos casos un descarado lavado de imagen.
A pesar de todo, aquel en especial tenía cierta relevancia para mí. Crear la fundación Alessandro Colloricchio había sido la única decisión que había tomado esos meses por mí mismo, sin que fuera algo que arrastrara del modo de operar de mi padre. Era mi capricho personal y algo de lo que me sentía enormemente orgulloso. El resto de los negocios los ejecutaba de modo casi automático y en la mayoría de casos, siempre acababan siendo un auténtico quebradero de cabeza del que había logrado salir airoso esos años gracias a mi primo Marco, quien tomó las riendas de la empresa mientras buscaba mejorar mi formación para poder llevar aquel imperio heredado.
—Estás para comerte —susurra a mis espaldas una voz femenina.
Angela se acerca con sigilo abrazándome por detrás, dejando un leve mordisco en el lóbulo de mi oreja logrando animar a cierta parte de mi cuerpo a desistir de la fiesta y quedarme allí con ella.
Pero no podía faltar y ambos lo sabíamos. Mucho menos cuando era el primero al que acudiríamos como pareja oficial.
La decisión le había pillado algo por sorpresa y a decir verdad, a mí también. La prensa ya sabía desde hacía tiempo que salíamos juntos, pero sería la primera vez que acudiría a un evento formal de la familia Colloricchio del brazo de una mujer. Sin duda ella era una muy buena opción para eso.
Me doy la vuelta permitiéndome admirar a una mujer que sabía muy bien como arreglarse.
Era alta, rubia, con unos ojos color caramelo que la igualaban a una especie de barbie moderna. Esa noche había optado, como merecía la ocasión, por un sobrio vestido azul de vuelo a juego con mi traje, un recogido formal que dejaba a la vista unos pendientes de diamantes que habían sido mi primer regalo de novio romántico.
Se lo merecía, era la razón de que pudiera volver a ser yo mismo y decidir sentar definitivamente la cabeza.
Al menos hasta que esos malditos ojos azules habían vuelto para atormentarme.
Podía sentirme satisfecho de cómo había logrado mantenerme frío el día que volví a verla en la puerta de aquella discoteca, por suerte el odio y el rencor habían ganado la batalla a las ganas de cogerla y besarla hasta perder el jodido conocimiento.
Intento borrar la imagen de Katherine de mi cabeza besando con pasión a Angela, que me recibe complaciente deslizando sus manos por mi cuello y mi pecho hasta frenarse, muy a mi pesar, en mis caderas.
—Eso después —murmura ignorando un leve gruñido que sale por mi boca —. Si no nos vamos ya, llegaremos tarde.
Me da la espalda regalándome una bonita vista de su trasero mientras lucho contra mi subconsciente que amenaza con hacer alguna que otra comparación innecesaria.
Mi móvil empieza a vibrar en el bolsillo, haciendo que me altere levemente hasta ver el mensaje de "número oculto" que había visto en tantas ocasiones durante los últimos meses.
Y como en todas esas ocasiones, un fugaz escalofrío recorre mi nuca buscando inquietarme. No era de extrañar que me llamarán números de ese tipo, gente que encontraba mi teléfono por cualquier lado y solo buscaba molestar o incluso llamadas comerciales a horas intempestivas, pero aquel número en concreto parecía verdaderamente convencido en dar por saco y en día demasiados concretos para mi gusto.
Me lavo la cara con agua fría y vuelvo a centrarme en lo importante. La noche que tenía por delante sería larga y necesitaba mi mejor versión.
Llegamos justo a tiempo al "Casino". El hotel más elegante de toda la ciudad, que presumía de tener una sala para eventos de bastante categoría que había albergado fiestas del más alto nivel. Políticos, actores famosos y empresarios adinerados lo escogían para todo tipo de celebración y la verdad es que siempre acababan triunfando.
La decoración recordaba más bien al palacio de Versalles, con toda esa opulencia y grandiosidad y el servicio era impecable. Todo eso tenía un precio y no era para nada barato pero estaba dispuesto a pagarlo para la presentación de mi fundación.
Tras un breve pero triunfal discurso y unos minutos de aplausos y vítores, bajo del escenario y dejo que el cuarteto de música ocupe mi lugar para empezar a armonizar la alegre velada.
—Como siempre, impecable —me felicita Angela con una sonrisa de oreja a oreja.
Le planto un escueto beso en la mejilla como agradecimiento y le ofrezco mi brazo para iniciar la ronda de presentaciones.
Cómo era de esperar todos se quedan admirados y complacidos de mi elección de compañía. La familia Hernández era conocida en aquel entorno y respetada por la gran mayoría. Eso sí, un colectivo de personas los criticaban duramente por los lazos de su familia con un pasado poco mencionado en aquel país y una fortuna que causaba una profunda envidia. A mí no me importaban las habladurías ni los bulos, sabía que con ella tendría un futuro sólido y tranquilo, que era lo único que necesitaba en ese momento. De locas ya había tenido bastante para toda una vida.
Curiosamente a quien mejor le habría caído Angela hubiera sido a mi padre. No es que echara en falta los desprecios y las críticas de Mateo Colloricchio, pero no podía negar que últimamente me había visto en alguna que otra situación en la que, si hubiéramos sido una familia normal, habría estado bien tener su consejo y ayuda.
—¡Aquí está la pareja de la que todo el mundo habla! —exclama una conocida voz dándome un susto por detrás.
—Cómo no, tú llegando tarde una vez más —recalca Angela levantando las cejas.
Editado: 29.10.2024