Nuestra versión juntos

Capítulo 16 "ENZO"

Llego al apartamento cuando el sol todavía no ha terminado de salir.

Aún siento en los labios el eco del beso con Kate, como si me hubiera tatuado la piel, y odio reconocer que una parte de mí lo busca una y otra vez.

Pero no dejo que me domine. No puedo.

Camino hacia el salón y ahí está Lila, con los brazos cruzados y esa mirada inquisitiva que me conozco demasiado bien.

—Siéntate —ordena, señalando el sofá.

—Buenos días a ti también —replico, dejando caer las llaves sobre la mesa de cristal.

—Enzo. —Su tono no admite bromas.

Suelto un suspiro cargado de fastidio y me dejo caer en el sofá. Ella se acomoda a mi lado, como si estuviera a punto de interrogar a un criminal.

Había logrado que durante todo el día de ayer se mantuviera callada, pero ambos sabíamos que aquella conversación acabaría llegando.

—¿Vas a decirme qué demonios está pasando? —pregunta, sin rodeos.

Me froto la nuca. El cansancio de la noche se mezcla con la rabia que llevo arrastrando desde hace años. Y, aun así, mi primera reacción es la de siempre: levantar una muralla.

—No pasa nada —intento zanjar rápidamente.

—Oh, claro. Has pasado dos noches con Kate, te la has llevado delante de todos como si fuera un trofeo, y ahora quieres que me conforme con un “no pasa nada”. —Se inclina hacia delante—. Te he dado tiempo, pero quiero que empieces a abrir esa bocaza que tienes.

—No sé qué quieres que te diga, Lila.

—¿Habéis hablado? ¿Habéis arreglado las cosas?

—Hablar, lo que se dice hablar… no mucho —sonrío burlón, buscando convencerla.

—Lo sé —su gesto sigue serio—. Ese es vuestro problema.

Suspiro. No tenía ganas de pensar en aquello. La única razón de no contarle nada antes era porque ni siquiera yo mismo sabía qué estaba pasando.

—No tengo paciencia para dramas, lo sabes de sobra —murmuro, decidido.

La rubia apoya sus manos en la cabeza, con una mezcla de indignación e impotencia.

—Si crees que pasarte el día follando va a solucionar algo, estás muy equivocado —lanza sin tapujos—. Te conozco, no la has perdonado, Enzo.

Sus palabras me incomodan. Porque tiene razón.

—Perdonar… —murmuro, clavando la vista en la alfombra—. Eso es un poco más complicado.

—Entonces, ¿qué narices estás haciendo?

Me muerdo el interior de la mejilla. Me debato entre decirle lo que espera escuchar o lo que realmente me quema por dentro. Es Lila, así que me decanto por la sinceridad.

—Lo que siento es real. —La frase se me escapa casi en un susurro—. Nunca ha dejado de serlo.

Lila me observa en silencio, con esos ojos verdes que no permiten escapatoria.

—Pero no confío en ella —añado con más dureza—. No voy a hacerlo. Es imposible. Disfrutaré todo lo que pueda antes de que vuelva a decidir marcharse.

—No es tan sencillo.

—Lo es, y mucho —sueno más rencoroso de lo que pretendo.

—Esta vez tenía una buena razón —replica, firme.

Alzo la vista y me encuentro con su gesto desafiante.

—Siempre la tiene, Lila. —Mi voz se vuelve más grave—. Ese es su jodido problema. Si no es su familia será otra cosa. —Me remuevo nervioso en mi asiento—. Entiendo la decisión que tomó, pero no pienso volver a ser el que se queda con cara de gilipollas mientras ella decide desaparecer.

Se queda callada unos segundos. Y luego dispara la pregunta que esperaba.

—¿Y qué pasa con Ángela?¿No ibas a dejarla hace tan solo dos días?

Cierro los ojos un instante. El nombre me pesa, eso es innegable.

No se merecía aquello, pero yo tampoco me he merecido muchas de las cosas que al final he tenido que tragar. Ella era lo que realmente necesitaba y no podía permitirme estropearlo por algo pasajero.

—Ángela es… distinta. —Me obligo a abrirlos y fijarlos en ella, con la firmeza que me caracteriza—. Es alguien en quien puedo confiar. Está a mi lado, no enloquece, no me arrastra a un puto huracán de líos y mentiras.

—No estás enamorado de ella —me acusa, sin titubear.

Esbozo una sonrisa amarga.

—El amor no lo es todo.

—No me jodas, Enzo. ¿Tú? ¿El que estuvo meses metido en un pozo negro cuando ella se marchó? —Hace un gesto con la mano, frustrada—. No me vengas con esa mentira barata.

—No es una mentira. —Mi tono es cortante—. Tú no estás en posición de juzgarme.

—¿Ah, no? —arquea una ceja—. Pues mírame y dime que Kate está al corriente de la situación.

Me inclino hacia ella, firme.

—¿Ahora vas a ponerte de su lado? ¿De verdad?

Mis palabras la ofenden, y eso me obliga a bajar un poco el tono.

—Merece saber que lo vuestro no tiene posibilidades, que no estás dispuesto a empezar nada.

—Yo no le he dicho que la quiero, ni le he prometido quedarme. Porque la última vez que lo hice, ella fue la que desapareció.

Ella me sostiene la mirada, terca como siempre.

—La estás castigando. Y eso es cruel.

—¿Cruel? —me río, incrédulo—. Tomó una decisión, yo sufrí las consecuencias y ahora le toca a ella.

—Era su familia, Enzo, joder.

—Lo sé, pero si no fuera por el imbécil de su amigo yo ni siquiera me hubiera enterado. —Me levanto, harto de todo aquello—. Se iba a marchar de nuevo, Lila, los dos lo sabemos. Y ahora no parecía haber nada en peligro. Porque ella es así. Huye, abandona, desaparece y espera que todos se queden plantados esperando que vuelva.

Un silencio pesado cae entre nosotros. Lila suspira al fin, cansada.

—Entonces dime, ¿qué piensas hacer? ¿Vas a seguir besándola como si fuera el aire que respiras y, al mismo tiempo, esconderte detrás de Ángela?

No respondo de inmediato. Porque en realidad no lo sé.

Al final, me recuesto en el sofá y miro al frente.

—Voy a hacer lo que siempre hago. Protegerme. Pensar en mí y no en ella. Y si mientras tanto me la sigo follando cada vez que se me cruce… bueno, eso es asunto mío.

Ella resopla, frustrada.




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