Salgo del despacho con la respiración entrecortada, como si hubiera estado conteniendo el aire demasiado tiempo.
El sabor de Enzo sigue en mis labios, pero se mezcla con la rabia de haberlo visto dejarse besar por Ángela segundos después. No es que se aleje, no es que no quiera… es que tiene novia y no es capaz de ser claro ni consigo mismo. Lo quiere todo, siempre. Y yo soy la que acaba jodida.
—Qué coincidencia. —La voz de Marco me sorprende a mitad de pasillo.
Levanto la vista. Está ahí, apoyado contra la pared, mirándome de arriba abajo.
—Marco —murmuro, obligándome a sonar neutra.
—Qué alegría volver a verte. —Se endereza y camina hacia mí con paso lento—. Bueno, desde aquella noche en la discoteca… ¿te acuerdas?
El recuerdo me golpea: demasiado alcohol, risas torpes, sus manos acariciando mi muslo y sus labios concentrados en los míos.
—Lo recuerdo —admito, bajando la mirada.
—Yo también. —Su sonrisa se ladea, descarada—. Y no te voy a mentir, me quedé con ganas de más.
Me pongo rígida, pero él no se molesta en disimular su interés.
—Vamos, te invito a un café —dice, como si no hubiera opción.
Niego con la cabeza, pero él ya se ha puesto a caminar, esperando que lo siga.
Y lo peor es que lo hago. Tal vez porque no quiero volver a casa con la herida todavía abierta, tal vez porque necesito distraerme de Enzo.
O tal vez porque hay algo en los hombres que se apellidan Colloricchio que siempre me nublan el juicio.
El café desprende vapor, pero es la forma en la que Marco me mira lo que me quema por dentro. Tiene los codos apoyados en la mesa, el cuerpo inclinado hacia delante, y esa seguridad que siempre parece rodearlo.
Su pelo, desordenado, sus ojos claros marca de la casa y su brillante sonrisa estampada en la cara. Es guapo, eso no se puede negar, además, los cinco años que le saca a su primo le dan un aire más maduro, más mayor.
—¿Y qué te trae por nuestras oficinas? —pregunta en cuanto doy el primer sorbo.
—Quería hablar con tu primo, sobre Lila, nada serio —sonrío sin más.
—¿De qué conocías a Enzo exactamente? —suelta, obligándome a enderezar el cuerpo.
Doy un sorbo al café, tranquila, tomándomelo con la calma de alguien que no tiene nada que esconder.
—Estudiamos juntos el último año de secundaria, Lila y Enzo se hicieron amigos y bueno… acabamos yendo casi en el mismo grupo. Luego me fui a estudiar fuera y perdimos el contacto. Es más, ni siquiera lo consideraría amigo.
—Entiendo —responde sin más.
Su mirada inquisidora me recorre un poco más mientras yo me mantengo igual de firme.
Tengo mucha experiencia en ocultar mis sentimientos, con él no voy a tener ningún problema.
—¿Estudiaste Derecho, no? —cambia de tema, para mi alivio.
—No lo terminé —lo corrijo de inmediato.
—¿Estás trabajando?
Levanto una ceja, extrañada.
—Pues… no. Todavía no.
Sé que tengo que hacerlo, soy consciente. Tyler no va a estar manteniéndome durante mucho más tiempo, más cuando le he insistido en pagar a medias el piso.
—Perfecto —sonríe, radiante—. En la empresa estamos necesitando una secretaria.
—Lo sé, para Enzo. Ya me comentó Lila —respondo, a la defensiva —. No estoy interesada.
Suelta una carcajada baja.
—No. Es para mí. —Alarga la última palabra, como si quisiera marcar la diferencia—. Yo te quiero conmigo, no con él.
—No, gracias pero no.
—¿Por qué? —arquea una ceja, con ese brillo provocador en los ojos—. ¿Porque tienes miedo de que podamos acabar lo de la discoteca?
Me atraganto con el café y él sonríe, victorioso.
—O… —baja el tono, más insinuante— ¿es por mi primo?
—No, no tiene nada que ver. —Me esfuerzo por sonar firme, aunque la voz me tiembla.
—Claro que tiene que ver. —Se inclina un poco más, tan cerca que puedo oler su colonia—. Y lo entiendo, Kate. Mi primo tiende a quererlo todo, sé como es. Pero a veces en la vida uno tiene que aceptar que hay cosas que estan fuera de su alcance.
Su mirada me atraviesa, como si supiera exactamente dónde duele.
—Necesitas trabajar —su voz baja aún más, casi un susurro—. Y yo necesito a alguien en quien confiar.
—¿Confías en mí? —río, incrédula—. Esta es la segunda conversación que tenemos, Marco. No sabes nada de mí.
—Soy muy bueno leyendo entre líneas, créeme. Y tu pareces estar pidiendo a gritos empezar de cero.
Trago saliva. No debo dejar que me afecte, pero sus palabras me sacuden.
—No voy a aceptar. No es buena idea, te lo aseguro.
—Esa no es la cuestión —sonríe, confiado—. Es muy sencillo: ¿quieres aceptar?
Sopeso sus palabras.
En realidad sí, quiero.
Porque estaba harta de pasarme todo el dia pensando en él, o en Lila, o en la culpa que sentía cada puñetero segundo.
Llevaba así cuatro años y en algún momento tendría que empezar a vivir de nuevo.
Mas todavía cuando el otro parecía seguir adelante sin importar nada ni nadie.
—Marco… es complicado, no estoy en mi mejor momento personal y tampoco tengo la cabeza donde debería.
—Veamos si tienes razón. —Se inclina de nuevo hacia mí —. Sé mi secretaria, Kate, y te aseguro que por muy guapa que seas, si no me vales no tendré reparo en echarte el primer día.
Me muerdo el labio, agotada, sin fuerzas para seguir discutiendo.
—Está bien…
Su sonrisa se amplía, triunfante.
—Nos lo vamos a pasar genial.
Llevo la taza a los labios para ocultar mi confusión.
No es Enzo.
Nunca lo será.
Pero es atractivo, seguro de sí mismo… y justo en este instante, eso basta para hacerme tambalear.
.
****
Cuando llego a casa, el murmullo de voces me recibe desde el pasillo. Abro la puerta y ahí están: Lila y Tyler entrando casi al mismo tiempo, riéndose como dos críos después de su primera excursión juntos.
—¡Ahí estás! —exclama Lila, con los ojos brillándole de entusiasmo—. No sabes lo bien que me lo he pasado hoy.
Editado: 08.09.2025