Nuestro Estado Natural

4.1 Almas confusas

Canción: Medicine - Daughter

La semana continuó su curso sin que sucediera nada altamente novedoso o excitante, terminé de conocer a los empleados y puse todo mi empeño en ser amigable, un esfuerzo que no daba muchos frutos, el grupo de Scarlett comenzó a sospechar que era una asocial porque mientras ellos chistaban, yo no abría la boca y al medio día tampoco salía.

Como consecuencia del cambio que estaba experimentando mi vida, las citas con la trabajadora social se trasladaron a los sábados, las que tenía con la terapeuta y la psiquiatra a los domingos.

Anil y Gary cumplían su obligación de acompañarme una vez al mes, se había llegado el día. Entré al sitio yendo delante de mi hermano que tomaba la mano de papá, esperé a que se  corroboraran mis datos y ellos aguardaron en las bancas, pasé a hacer fila para subir a la báscula, enfrente estaba una chica de algunos trece años, el enfermero negó decepcionado por el numero que se marcó y la jaló a un lado, no se veía nada amable.

—Espera aquí, iremos con la doctora Hellman —comunicó indiferente, la niña acató con su mirada en el piso

Yo seguía pesando lo mismo de la última vez, experimenté cierta alegría ya que no realicé ninguna trampa antes de llegar, bebí lo adecuado en líquidos, desayuné plátanos hervidos y leche descremada, por otro lado no había cumplido la misión de subir unos gramos, me aterraba considerarlo desde que en la penúltima visita supe que había aumentado tres kilos en siete días, además de sufrir insomnio y euforia, la culpa la tuvieron unos nuevos medicamentos recién recetados, Bolee me los cambió de inmediato.

Me realizaron todos los procedimientos obligatorios de cada consulta, odiaba tanto la toma de presión arterial.

—Está muy baja. —El hombre de bata quitó de un tirón el tensiómetro, le reproché con una mirada molesta. Nunca acostumbran a atenderme los mismos enfermeros, a él jamás lo había visto y esperaba no volverlo a ver.

—Y te tiembla el brazo, niña

—Siempre tiembla

—De acuerdo —Escribió, desganado —¿Fecha de tu última menstruación?

—Mmm, tres de noviembre del 2021

Sus pestañas se movieron veloces en gesto desaprobatorio.
La regla llegaba cada dos o tres meses un día cualquiera, padecí amenorrea secundaria en el momento del colapso total, fue más de medio año sin sangrado a causa de la mala nutrición y bajos niveles de cierta hormona irrecordable, consideraban un hipotético triunfo que la situación física haya mejorado, mas, era una pena no poder decir lo mismo del perno psicológico, el más complicado de tratar

Quienes caminaban cerca apreciaban la fuerza, fuerza física, una piel tersa atribuida a los cítricos, los cítricos significaban salud, salud significaba felicidad y felicidad significaba conocer la estrategia correcta que no permitiera romperse ante los problemas, una mentirosa cadena infinita que siempre ignoraba los dolores del alma, donde nada tenía color y mantenerse respirando podía ser la única meta.

—Levántate y acompáñame —demandó. Le molestaba su trabajo, esa cara de odio no la llevaba cualquiera.

Entró al consultorio a dejar mi expediente, mientras me vi obligada a esperar que el otro paciente terminara, quise matar el tiempo escuchando música. Papá y Gary subieron las gradas y se quedaron a lado mío, Anil apoyó la cabeza sobre la pared y cerró los ojos, Gary jugaba Mario Kart en el Nintendo Swich que le quitó a Paris, porque arruinó el suyo y decía que los universitarios de Cambridge debían cumplir el fiel estereotipo de eruditos de películas autobiográficas, Isaac Newton nunca necesitó un Nintendo Swich, ni usó tatuajes en el cuello.

—Papá, no te duermas —pedí dándole un apretón en el brazo —Ya casi es mi turno

—Uhum —gimió

Busqué la canción Piano Man en el reproductor, le coloqué un auricular y yo me quedé el otro, él sonrió comodo.

—Ms. Lovelock —llamó la terapeuta, reaccioné rápida. El chico que salió del consultorio pasó sollozando frente a nosotros

—¡Voy! —respondí dudosa. Dejé el iPod a Anil

Rita Quentin primero hablaba conmigo, luego entraban ellos.
Meses atrás, cuando supe que iba ser mi encargada, pregunté a la administración si podían asignarme otra, incluso envié un correo a la clínica St. Magdalena, ¿la razón? Quentin tenía veinticinco años, hecho que me invadió de tristeza, envidia, miedo, me sentí boba y fracasada, una mezcla ridícula de emociones negativas por pretender compararme con la chica que siendo tan joven ya había sacado una maestría.

Pensé, pensé, pensé mil veces que nunca sería así de grandiosa, sus padres estarían orgullosos, a los míos yo solo los decepcionaba obteniendo notas bajas desde la primaria, llegué a sospechar ser victima de algún tipo de trastorno y las profesoras leían en voz alta la peor calificación para demostrar a los alumnos que debían estudiar o acabarían siendo igual de tontos que Deborah Lovelock.

—Muy bien ­—introdujo, acomodando mi expediente. Al fin y al cabo, la acepté y como la experta que era, apaciguó mis inseguridades en cuanto a lo relacionado, me tranquilicé. —¿Qué tal la mañana, Debbie?

—Me gusta —dije, procuraba parecer normal, espontanea, no cerrada, no penosa, no nerviosa, uní las manos erguiendo fuerte la espalda, según la terapeuta me forzaba demasiado, a un nivel que se volvía evidente —Esta menos húmeda que ayer, ya quiero que venga el verano para usar la manguera

Rio asertiva.

—Si, el sol en general genera motivación, si sale el sol puedes andar en bicicleta, ir a la playa o mojarte fregando las plantas, es divertido, aunque todo clima tiene sus beneficios, la lluvia te da la oportunidad de ver películas en familia o leer libros, dibujar, ¿has intentado algo?

Desde el año pasado le había hablado sobre la pintura que no conseguía terminar, el estanque de peces visto desde mi ventana, trazaba líneas que pronto borraba, utilizaba el método para calmar los pensamientos recurrentes y Quentin me ponía de tarea avanzar, así sacar cualquier sentimiento, pero no quería tocar el tema.



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En el texto hay: ciencia, depresion, drama

Editado: 27.10.2021

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