Tomo con demasiada fuerza el cabello de la mujer, ella grita con algo de dolor pero yo simplemente puedo concentrarme en buscar mi propio placer, cada movimiento que hago con mis caderas son rápidos y profundos.
Con mi otra mano tiro de la cadena que tiene atada al collar alrededor de su cuello, la escucho jadear y suelto su cabello sin dejar de moverme.
El alcohol.
La droga.
El asco.
El dolor.
Y todo lo negativo que tengo encima me ciega como cada noche que entra a mi habitación una mujer mayor de treinta años, todas estas mujeres pagan a mi padre para poder acostarse con un chico de quince años.
En todas ellas veo a esa mujer que fue la primera en meterse entre mis sábanas a la fuerza.
Sonrío al recodar esa noche, mi noche de cumpleaños en la que esa mujer me obligó a hacer cosas que no quería.
El enojo toma lugar en mí y suelto la cadena para después salir de esa mujer, me siento en la cama al mismo tiempo que tiro del cabello de ella, la pongo de rodillas en el suelo y hago que comience a chupar mi dura erección, evidentemente provocada por una pastilla.
Estás mujeres no provocan nada en mí más que asco.
Tomo una botella de vodka que había sobre la cama y la abro, comienzo a beber mientras pongo mi mano sobre el cabello de la mujer haciendo que trague muy profundamente sin importarme que comience a tener arcadas.
Al bajar la mirada puedo ver lágrimas en sus ojos y eso me gusta, hago sus movimientos más rápidos y profundos.
Abro de golpe los ojos al mismo tiempo que me estaba en la cama, apoyo mi espalda contra el respaldo mientras cierro los ojos.
Mi respiración es agitada, llevo mi mano hasta mi cuello donde siento mi pulso acelerado, puedo sentir una fina capa de sudor cubriendo mi frente y parte de mi cuerpo, un sudor frío que me provoca escalofríos.
Trago saliva abriendo los ojos, miro el reloj que tengo sobre la mesita de noche, son las 2:30 am, la hora en que esas mujeres mayores entraban a mi habitación.
La mujer cae agotada en mi cama, abrocho mi pantalón y estiro mi mano para sostenerme de un mueble mirando al suelo, los mareos de siempre llegan enseguida.
El efecto de la viagra todavía estaba presente, pero el alcohol ya no estaba lo suficientemente fuerte para ayudarme a seguir con esa mujer.
La puerta se abre, mi padre entra casi cayéndose y comienza a reírse, mira a la mujer que ya estaba quitándose el collar, un nuevo mareo se hace presente y apoyo mi frente contra al mueble cerrando los ojos.
A las cuatro de la madrugada tuve que salir de cama para ir a beber agua, el alcohol había dejado de ser un amigo en mi vida y no había ni una botella en mi departamento.
Me siento en el sofá que hay frente al ventanal del departamento y me concentro en admirar la ciudad nocturna, esa misma que es ajena a los problemas que hay aquí dentro en un departamento, de un edificio que hay entre muchos otros de la ciudad.
A la mañana siguiente fui el primero en aparecer en la sala, es la única habitación de la casa que siempre permanece limpia, lista para recibir a las visitas que puedan llagar a venir, pocas veces.
Además de las mujeres que vienen de noche, no hay muchos amigos de mi padre que quieran venir a verlo, excepto uno, creo que se llama Dante o algo así.
Pocos minutos después mi padre sale de su habitación, tiene una resaca como todos los días y lo primero que hace es ir a la cocina por una cerveza, yo me quedo sentando frente a la televisión apagada tratando de ignorar mi dolor de cabeza.
Padre: ¡Williams!
Ese nombre me provoca un escalofrío en toda mi espalda y no puedo evitar apretar mis puños, levanto la mirada cuando escucho sus pasos salir de la cocina.
Padre: Williams, ¿Qué pasó con mis cervezas?
Gabriel: La mujer de anoche seguramente, es tu problema.
Padre: No me hables así, Williams.
Gabriel: No me llames así, carajo.
Padre: ¡Cuida tu boca!
Gabriel: ¡Y tú cuida tus putas mierdas mentales!
Me pongo de pie, él tiene que retroceder al verme enojado, la rabia no demora mucho en invadir mi cuerpo pero consigo controlarme.
Gabriel: No me llames Williams, no tienes derecho a decir el apellido de mi madre y yo ni siquiera debería de tenerlo, ambos simplemente lo ensuciamos.
Padre: Que mierdas dices.
Gabriel: Lo que oíste, Gustavo, tú eres el principal.
Gustavo: Escucha, niño... No te creas tan valiente, podría tirarte de esta casa y ya veremos qué haces con quince años sin trabajo en la calle.
Gabriel: Eres una...
Me quedo en silencio al momento, doy un paso atrás y en ese momento suena el timbre, mi padre pasa a mi lado golpeando mi hombro.
Agacho mi cabeza asqueado, aprieto nuevamente mis puños y como todos los días, la suciedad se posa en mi cuerpo haciendo que me sienta tan mal.
Gustavo: ¡Dante, buenos días!
Dante: Buenos días, con permiso.
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Editado: 14.06.2023