Nuestro Romeo y Julieta

Capítulo tres│Guerra de miradas

Capítulo tres│Guerra de miradas

Salgo de la oficina de la directora echando humo por todas partes, destilando ira por todos lados. No puedo creer que me haya echado toda la culpa A MÍ por haber iniciado la pelea.

Técnicamente...

Cállate, nadie pidió tu opinión.

Todos sabemos que fue culpa de la castaña, ella me provoco.

Camino por el pasillo echa una furia, saco las llaves de mi pantalón para abrir la puerta de mi habitación. Escucho como alguien grita mi nombre, pero decido ignorarlo completamente, ahora no quiero hablar con nadie.

Entro a la habitación, y cierro la puerta en la cara de quien sea que me estaba hablando, me quito los zapatos para acostarme en la cama y pensar en que voy a hacer la toda esta semana que este suspendida.

Porque sí, estoy suspendida por una semana.

Papá me va a matar cuando se entere.

Mis ojos empiezan a cerrarse, pero me despierto alerta cuando escucho el resonar de la puerta.

Les encanta molestarme cuando no ando de humor.

—¡Cara de ángel!, ¡sal, se que estás aquí! —rápidamente reconozco la voz de Fabián.

Gruño y pongo una almohada en mi cara tratando de callarlo.

La puerta vuelve a sonar, y sus gritos no cesan.

Me levanto de la cama con el peor humor que pueda tener.

¿Qué es lo que quiere?

—¿Qué quieres? —pregunto, apoyo mi frente en la puerta y cierro los ojos tratando de encontrar paz.

—¿Hayley?, joder, pensé que estabas muerta —contesta un poco aliviado.

Ojalá estar muerta.

—¿Me puedes abrir la puerta? —vuelve a preguntar.

¿Para que quiere entrar? Ya sabe que estoy viva, no es necesario que me vea.

—No, vete, quiero dormir.

—Hayley, sabes que no me iré de aquí hasta que me abras la bendita puerta. Abre, y no lo volveré a repetir.

—Ya te dije que no, lárgate, ve a hacer cosas mejores que hablar conmigo.

Doy por terminada nuestra conversación, regreso a paso lento a la cama, me acuesto para dormirme de una buena vez, pero el idiota de Fabián abre la puerta asustándome.

—¿Qué mierda te pasa?, ¿quién cojones te crees para abrir la puerta de MI habitación como si se tratara de la tuya? —pregunto alterada.

—Te dije que no iba a irme de aquí hasta que abrieras, ahora, nos vamos a comer, estoy seguro de que no has comido nada en todo el día —contesta, me agarra del brazo empezándome a jalar del brazo.

Como puedo lo detengo y me pongo mis pantuflas, no saldré descalza.

Camino como puedo, ya que Fabián sigue jalándome como si fuera un animal, todos nos miran extraño, ya que, claramente no es normal ver a una persona jalando así a la otra.

Llegamos a la cafetería ante la atenta mirada de todos, Fabián me deja en una de las mesas para irse e ir a traer comida.

Empiezo a mover mi pierna con impaciencia, ya que nunca regresa, estoy a punto de levantarme cuando Fabián deja una bandeja en la mesa. Arroz, pollo, papas fritas.

No tengo hambre.

¿Segura?

Mi estómago me traiciona cuando ve toda la comida, no tardó ni un minuto para empezar a comer todo.

Más tarde me sentiré culpable.

—Al parecer alguien tenía hambre —murmura Fabián.

Su comentario hace que me detenga, empiezo a ver la comida con asco.

Hago una mueca y alejo la bandeja.

Me limpio la boca con una servilleta, me levanto para ir a dejar la bandeja a su lugar asignado, pero Fabián me toma del brazo deteniéndome, me sienta y me arrebata la bandeja de los brazos, él me mira de una manera que me da entender que no me mueva, y que cuando él regresa hablaremos.

Suspiro, todos los que están en la cafetería me están mirando como si fuera un bicho raro, supongo que se extendió el rumor de la pelea con la castaña. Hace mucho que no se extendían rumores de mí.

Se siente raro volver a saber que personas que no te conocen te están juzgando.

Fabián llega a la mesa un poco molesto, ¿por qué?, no lo sé, y tampoco quiero saberlo.

—¿Me puedo ir ya? —le pregunto, cansada por su actitud.

—¿Por qué golpeaste a Alannah?

—¿Alannah?, ¿quién es? —pregunto un poco confundida, pero luego caigo en cuenta de quién habla —. ¿Acaso es la castaña a la cual casi dejo sin nariz? Si es que no lo hice ya, claro está.

—Sí, ella, ¿por qué la golpeaste?

—Porque ella me provoco, además, ¿por qué te importa tanto? ­—pregunto con un poco de interés.

—No es para de tu incumbencia, ¿no? —contesta un poco burlón, desvía su mirada para evitar hacer contacto visual conmigo.




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