Nuestro Último Amanecer

Capitulo 1: Casa de los locos

Beckenham, Inglaterra.                       8 de julio de 2020

Michelson

Me encontraba sentada en mi lugar, jugueteando ansiosamente con mis dedos, ignorando rotundamente a mis compañeros y sus presentaciones. No me sentía del todo cómoda teniendo que escuchar como otros padecían la misma enfermedad que yo, por eso, los ignoraba.

—Falta que un paciente más se presente, pero creo que no... —la psicóloga fue interrumpida por el sonido de la puerta al ser abierta. Un joven pelinegro entró a la habitación sin saludar y se sentó dos sillas a lado mío—. Ya llegó... Joven Ackerman, ¿podría ser tan amable en presentarse para que su nueva compañera tenga conocimiento del por qué está usted aquí?

La psicóloga me señaló, el joven de ojos azules me observó con intensidad y casi pude sentir que veía mi alma. Él me observó sin emoción alguna, lo que me hizo hundirme más en mi lugar, deseando que dejara de observarme. Este sonrió burlesco y se levantó con desgano para presentarse.

—Veo que tenemos una nueva desquiciada en el loquero. Creí que con haberme presentado hace tres días atrás iba a bastar, pero la querida chica de ojos verdes no fue puntual.

¿Alguna vez se pararon frente a un gran público y sintieron ese miedo irracional al hablar? Pues eso sentí yo, solo que yo no estaba hablando y no estaba siendo observaba por muchos, solo por él.

—Yo no quise...

Traté de excusarme, pero él no me dejó. Solo soltó una pequeña risa burlesca que me hizo sentir peor. Ni siquiera sabía porque trataba de excusarme si no había hecho nada malo.

—¡Joven Ackerman! —lo reprendió la psicóloga, lo cual lo hizo reír aún más.

¿Por qué se reía? Tampoco lo comprendí. En ese momento no me interesaba para nada saber porque era así de idiota.

—Tranquila señorita Maia, es broma —sonrió falsamente y se dirigió a mí—. Mi nombre es Haspen Ackerman y estoy aquí por la misma enfermedad que tú, rojita. Espero que no te me acerques porque no quiero amistades y mucho menos lidiar con otro loco.

Hizo una reverencia como cual actor de teatro y volvió a su asiento. Los otros pacientes miraron al joven de nombre Haspen como si de verdad estuviera desquiciado, mas no dijeron nada, seguramente no querían meterse con un chico propenso a problemas.

La psicóloga carraspeó incomoda y animó a todos a iniciar con la sesión. Ignoré por completo lo que decía la psicóloga y me centré en ver al joven que perdía su mirada a través de la ventana que tenía al lado. Para mí, lucía como el típico chico que alegaba tener problemas familiares y por la misma razón era como era.

No lo detallé más allá del cabello negro algo largo, una perfecta mandíbula y labios bien formados y rosaditos. No quería verme como una acosadora o alguien con serios problemas para caer tan fácil ante tal acto de malcriadeza, como había hecho él.

Sin más remedio dejé de observarlo y comencé a prestarle atención a las palabras de la psicóloga, momentos antes de sentir como alguien clavaba su mirada en mí. Una mirada tan intensa, que sentía que me quemaba.

—Como expliqué el primer día, haremos diferentes tipos de TCC o Terapia Cognitiva Conductual, como mayormente se le conoce. En cada sesión y dependiendo del avance que se logre, llevaremos a cabo terapias de exposición, con el avanzar de las terapias entenderán de que van.

—¿Será efectivo? —susurró una joven, aparentemente temerosa de los resultados.

—Espero que sí. Mi padre tiene mucha esperanza en esto —comentó otra.

Mientras más escuchaba los parloteos de los demás pacientes, más insegura me sentía. No sabía que creer, y no tenía suficientes esperanzas en ello. Mas eso nunca lo dije en voz alta, no con ellos.

—Hoy iniciaremos con unas preguntas para romper el hielo, claro está que serán preguntas algo personales y si no quieren responderlas delante de sus compañeros pueden hacerlo en las sesiones privadas.

La psicóloga Cowell tomó una maleta que reposaba en el fino suelo de madera y sacó una carpeta donde al parecer guardaba sus preguntas.

—Comencemos —todos en la habitación nos acomodamos a la espera de las preguntas, excepto Haspen, quien seguía viendo por la ventana—. ¿Qué creen que desató su problema?

Me removí incomoda en mi lugar, no quería ser la primera en responder una pregunta tan personal como esa. Pero para mí sorpresa, Haspen contestó:

—Usted lo ha dicho: problemas. Creo que eso responde por todos, ¿no?

—Gracias, Haspen —sonrió molesta por la manera en la cual el joven se dirigió a ella, aunque eso no la detuvo en absoluto—. ¿Cómo creen que les afecta la ansiedad en las cosas cotidianas que hacen?

Algunos de los jóvenes alegaron que les impedía en cuanto a la forma física, como ir a estudiar, salir con amigos o cualquier situación que tuviera que ver con la presencia física. Haspen fue el único que no respondió a la pregunta, solo dio un leve encogimiento de hombros y siguió observando por la ventana.

¿Qué había allí que le gustaba tanto?

—Michelson, ¿cómo afecta la ansiedad en tu vida diaria?

'' ¡Maldición! '', pensé aterrada. No tenía de otra, así que con el gran nerviosismo que tenía, cerré mis ojos e imaginé que me lo decía a mí misma frente al espejo del baño, como practicaba siempre.

—Me afecta en muchas áreas... cuando veo algo que me recuerda a mi detonante, tengo que detenerme a pensar y recordar que no puede volver a pasar. Otras veces me afecta en la concentración, cuando tengo ese miedo irracional hacia algo que no está allí. Muchas veces los recuerdos son los que me asfixian y me causan la ansiedad.

La psicóloga Cowell escribió algo dentro de su carpeta y con una leve sonrisa aprobatoria me detuvo.

Estaba feliz, sentía que lo había hecho bien, sentía que era el inicio de mi camino a la mejoría. Era la primera vez que no me trababa al hablar sobre lo que me pasaba, aunque solo haya dicho un poco, era un paso grande para mí.




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