Nuestro Último Beso

Capítulo 1

1

Había pasado gran parte de mi vida soñando con ir a la Universidad de New York, prácticamente desde que supe lo que era una universidad. Es decir, ¿quién no sueña con ir a la universidad en New York? Absolutamente todos los libros y películas de adolescentes lo pintaban como la mejor experiencia que podrías tener en tu vida, y yo me había criado viendo esas películas y libros. Para mí, que había vivido siempre en un pequeño pueblo a varios cientos de kilómetros de la ciudad, estaba cumpliendo un sueño. 

Atravesé las puertas de la universidad arrastrando una de mis maletas e intentando que no se me cayera el bolso. Mi llegada a New York había sido de todo menos triunfal, di otro empujón a la maleta, que se quedaba atascada en cualquier pequeña grieta que hubiera en el camino, suspiré, cansada. Resulta que independizarse por primera vez en una de las ciudades más famosas del mundo era más difícil de lo que pensaba. 

Recapitulemos… para empezar, había estado apunto de perder mi vuelo, aunque, creo que si me hubieran dicho lo que me esperaba antes de subir, habría estado agradecida de perderlo. Dos niñas pequeñas estuvieron durante varias horas gritando al lado mío. Después, al bajar, mi maleta con ruedas era una maleta con una rueda, ¡venga ya. era una maleta vieja, pero tampoco se iba desmontando por ahí! Además, he hecho un tremendo descubrimiento, conseguir un taxi en New York tiene mucho más mérito de lo que creía. 

¿Quién ha caminado diez manzanas con una maleta rota? ¡Yo! 

Pero no pasa nada, se supone que lo peor ya ha pasado, ahora solo me queda llegar hasta mi habitación y tirarme en la cama. Llevé la maleta prácticamente a rastras hasta la puerta del enorme edificio, dentro, una mujer me recibió con una amable sonrisa. 

—¿Es usted una estudiante?

Asentí con la cabeza, dejando caer la maleta junto a mí, que, aunque tambaleó ligeramente, no llegó a caerse. 

—¡Genial! ¡La Universidad de New York está encantada de recibir a nuevos estudiantes! Dígame su nombre y podré darle la llave de su habitación. 

—Soy Anne Brown. 

La mujer volvió detrás del mostrador y sacó una llave que me entregó. 

—Esta es la llave de tu habitación. Tercer piso, pasillo de la derecha, puerta número 64. El ascensor está estropeado, mañana a primera hora lo arreglarán. Bienvenida a New York, señorita Brown. 

—Gracias. —respondí, girándome y acercándome a ver las escaleras. ¿¡COMO VOY A SUBIR UNA MALETA ROTA QUE PESA MÁS QUE YO TRES PISOS!? ¡A DURAS PENAS PUEDO ARRASTRARLA POR EL SUELO! Coloqué el mango metálico del dichoso cacharro en mi hombro, agarré con fuerza el bolso, y comencé a subir los dichosos escalones, rezando porque no se rompiera el mago de la maleta.

Vamos, Anne, tú puedes. Solo te faltan dos pisos y medio. 

¿He mencionado ya que estoy en mi mala forma? La última vez que corrí para algo fue para robar las últimas gomitas de fresa en un cumpleaños. Con esto iba a tener ejercico suficiente para todo el curso.

Dejé caer la maleta cuando toqué el suelo del segundo piso. Estaba hiperventilando y abanicandome con la mano, nunca había odiado tanto el calor como en este momento, al menos no había nadie cerca que pudiera ver el desastroso aspecto que seguro tenía. Volví a agarrar mis cosas y me armé de valor para subir hasta el tercer piso. 

Una vez allí, dos largos pasillos me daban la bienvenida, bajé la maleta y comencé a arrastrarla por el suelo, haciendo que soltara un horrible chirrido. 

Que se jodan, haber arreglado el ascensor. 

Atravesé el pasillo de la izquierda, sosteniendo la llave con fuerza entre mis escurridizas manos, sudadas por el ejercicio. Puerta número 60… 61… 62… 63… 64… 65.. ¡Espera, era la 64! Retrocedí, malhumorada. Me coloqué frente a la puerta, y fue a abrir, pero, antes de que pudiera siquiera meter la llave en la cerradura, la puerta se abrió de golpe, haciendo que yo cayera de culo contra el suelo y mi maleta me acompañara. Y, como mi día no podía ser peor, esta se abrió de par en par al chocar contra el suelo, esparciendo mi ropa por todas partes. 

—¡¿En este sitio abréis las puertas como elefantes o qué coño os pasa?! —grité, enfadada, levantándome y volviendo a meter todo en la maleta. Sin girarme si quiera a mirar a la persona que había abierto la puerta. 

—Eh, tranquilízate, amargada. No tengo rayos X para ver si hay alguien al otro lado de la puerta. —dijo una voz ronca masculina. 

¡¿Acababa de llamarme amargada?! Me giré enfurecida, topándome con el torso de alguien, alcé la cabeza, sin dejarme intimidar. El chico, de pelo negro, ojos verdes y mandíbula marcada me miraba con superioridad. 

—¿Quién coño te crees que eres para llamarme amargada? —respondí, cruzándome de brazos.

—Deberías de limpiar tu boca con jabón, esos no son modales, amargada. —su sonrisa de imbécil se agrandó, marchándose e ignorándome. — Por cierto, bonitas bragas de girasoles. 

Mi rostro se volvió rojo como un tomate, observé lo que tenía en las manos y había estado guardando en la maleta. Mis bragas de girasoles. Enfurecida, guardé todo de golpe en mi maleta, y entré en la habitación. 

—¡Gilipollas! —grité, antes de cerrar la puerta de un portazo. 

Centrate, Anne, no dejes que un imbécil te arruine más el día. 

Dentro de la habitación, una chica bajita, con unas enormes gafas, estaba tirada en la cama, observando su móvil. 

—¿Hola? —dije. La chica dio un pequeño bote y dejó caer su móvil sobre su cara, asustada— Lo siento, no pretendía asustarte, soy tu compañera de cuarto, me llamo Anne. 

La chica se levantó de un brinco y se colocó delante de mí, extendiéndome su mano, rápidamente la estreché. 

—Soy Lizz, encantada de conocerte. Espero que podamos hacernos buenas amigas. 

—Lo mismo digo. 



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En el texto hay: misterio, romance, badboy

Editado: 08.06.2022

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