Nuestro Último Beso

Capítulo 4

—Lizz, por favor, me duelen los pies, ¿podemos irnos? —dije, juntando las manos en forma de súplica. Lizz asintió con la cabeza, frenética y tambaleándose ligeramente, ya iba por su tercer vaso, Adrian la sostuvo, evitando que siguiera balanceándose. Se giró hacia su novio, soriendo como una idiota y agarrando sus mofletes, apretándolos. 

—¡Adrian! ¡A que nos llevas de vuelta a la residencia! ¡Rinny está aquí cerca! —Entonces, cuando parecía que Lizz iba a intentar echar a correr, el chico la agarró de los hombros, evitándolo— ¡Eh! —se quejó. 

Bendito seas, Adrian. 

—Vamos a tu coche, pero sin correr, pequeña gacela. 

Comenzamos a caminar hacia la salida, dando pequeños codazos a la gente que se aglomeraba cerca de la entrada. Cuando estuvimos fuera respiré hondo, agradeciendo un poco de aire fresco, observé el cielo; no había ni una sola estrella gracias a la contaminación lumínica. Cuando me senté en la parte trasera del escarabajo sentí como mis pies se relajaban. 

No pensaba volver a ponerme tacones jamás. 

Cuando aparcó frente al enorme edificio —con Lizz agarrada a su cuello como una garrapata— me miró con una sonrisa de disculpa. 

—Creo que será mejor que me lleve a Lizz conmigo, cuando bebe se convierte aún más en una niña de cuatro años. 

Lizz hizo un puchero con los labios. 

—¡Mentira! ¿Si me voy contigo me vas a hacer un cola-cao? 

—Si te comportas, te hago todos los que quieras. 

Lizz comenzó a hacer un extraño baile con las manos. 

—Lo siento, Anne, pero el cola-cao es muy importante. ¡Nos vemos mañana! 

—¡Llámame si hay cualquier problema! —dije, antes de que el coche volviera a arrancar, desapareciendo de mi vista. 

Suspiré caminando hacia la entrada. Agarré la puerta y empujé suavemente, no se movió de su lugar. 

Volví empujar. Una, dos, tres veces. 

¡Por qué a mí!

  Suspiré, resignada, la puerta estaba cerrada a cal y canto, debí de haberlo sospechado cuando no vi ninguna luz encendida. ¿Si me estampaba contra ella conseguiría romper la cerradura? O el cristal, cualquiera de los dos me valía. Me abracé a mí misma, intentando esquivar el frío de la noche; las temperaturas habían descendido bastante. Me apoyé contra la puerta, rezando porque alguien pasara y me abriera desde dentro.

—¿Qué pasa, amargada? ¿Te gusta pasar frío? 

Rodé los ojos, resignada, justo tenía que aparecer él. 

—Desde luego, es una de mis pasiones. Seguro que ya sabes que es bueno para el cutis —respondí, intentando reprimir el castañeo de mis dientes. 

—Supongo que te has quedado fuera del toque de queda. 

—Me alegra que tus neuronas puedan conectar para darse cuenta de algo obvio.

Levantó las manos y comenzó a caminar hacia mi. 

—Tranquilízate, fiera, se supone que estamos negociando la paz. Conozco otra entrada que no cierran, puedo ayudarte a entrar. 

Le miré esperanzada, ¡que se comportara como quisiera si me enseñaba otra entrada! 

—¿De verdad? 

Se encogió de hombros, sonriendo con malicia. 

—Aunque, mis servicios requieren un pago.

—¿Qué quieres? —pregunté de forma brusca, ¡me estaba congelando!

—La paz, tú y yo, no quiero que seamos amigos, Lizz no deja de pedirme que me lleve bien contigo. Me dijiste que lo pensarías, pues bien se acabó pensar, di que sí y te ayudaré a entrar. 

Le miré, furiosa, ¿en serio esperaba que dijera que no? ¡Estaba congelándome el maldito culo! ¡Ni siquiera era una opción como tal! No tuve que pensarlo para responder, aunque me habría gustado poder tener más tiempo para hacerme la dura, ahora lo odiaba aún más por obligarme a dejar de odiarlo. 

—¡Vale! ¡Se acabó la guerra! ¡Ya no te odio! —dije, abrazándome aún más a mi misma si eso era posible. —Ahora dime como coño entro. 

Arek sonrió con altanería y se acercó a la puerta, pasándome al lado, rozando su brazo con el mío. Agarró el pomo de la puerta y tiró de ella hacía nosotros, abriéndola. 

—Recuérdame que te enseñe a leer carteles. —dijo, y señaló el cartel que había sobre la puerta. 

“Tirar para abrir”

No. me. Jodas. 

Entré dentro del edificio, dando pisotones, enfadada. 

—¡Definitivamente te odio, Arek!

Él se carcajeó, sin darle importancia. 

—¡Ya estamos en tregua! ¡No puedes odiarme! 

****

—Lizz, por favor, me duelen los pies, ¿podemos irnos? —dije, juntando las manos en forma de súplica. Lizz asintió con la cabeza, frenética y tambaleándose ligeramente, ya iba por su tercer vaso, Adrian la sostuvo, evitando que siguiera balanceándose. Se giró hacia su novio, soriendo como una idiota y agarrando sus mofletes, apretándolos. 

—¡Adrian! ¡A que nos llevas de vuelta a la residencia! ¡Rinny está aquí cerca! —Entonces, cuando parecía que Lizz iba a intentar echar a correr, el chico la agarró de los hombros, evitándolo— ¡Eh! —se quejó. 

Bendito seas, Adrian. 

—Vamos a tu coche, pero sin correr, pequeña gacela. 

Comenzamos a caminar hacia la salida, dando pequeños codazos a la gente que se aglomeraba cerca de la entrada. Cuando estuvimos fuera respiré hondo, agradeciendo un poco de aire fresco, observé el cielo; no había ni una sola estrella gracias a la contaminación lumínica. Cuando me senté en la parte trasera del escarabajo sentí como mis pies se relajaban. 

No pensaba volver a ponerme tacones jamás. 

Cuando aparcó frente al enorme edificio —con Lizz agarrada a su cuello como una garrapata— me miró con una sonrisa de disculpa. 

—Creo que será mejor que me lleve a Lizz conmigo, cuando bebe se convierte aún más en una niña de cuatro años. 

Lizz hizo un puchero con los labios. 

—¡Mentira! ¿Si me voy contigo me vas a hacer un cola-cao? 

—Si te comportas, te hago todos los que quieras. 



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En el texto hay: misterio, romance, badboy

Editado: 08.06.2022

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