Nueve de marzo

9 de marzo

Cuando supe de tu existencia, no sentía nada, después de todo, la vida me había quitado tanto que mi corazón se había convertido en hielo, uno que era difícil de derretir. Contemplaba las cosas detrás de una cortina, como si no me sintiera parte de este mundo. Ya sea amor u odio eran emociones muy dolorosas para mí por lo que intente evitarlas.

Sabes, en ese tiempo me sentía una inútil y mediocre. Todos mis planes, las cosas que quería, nada, absolutamente nada me salía bien. Estaba tan triste, que a veces, solo a veces cuando caía la noche y las estrellas iluminaban el cielo nocturno, me preguntaba si era mejor rendirse, si estaba luchando contra corriente, si era mejor dejar que el extenso mar me llevase.

No tenía el apoyo de nadie, lo único que escuchaba la mayor parte del tiempo eran reclamos y más reclamos. Muchas veces me pregunté, ¿en qué había fallado?, ¿por qué nadie me apoyaba?, ¿qué era lo que había hecho tan mal?, ¿por qué nadie me consolaba y me decía que todo estaría bien?

En ese tiempo, me sentía como un pez luna, el cual a pesar de ser considerado uno de los animales más inútiles del mundo lucha por sobrevivir. Te cuento un secreto, a veces, solo a veces, cuando te extraño aún me siento así.

Al principio, no estaba segura de tu sexo, pensé que eras una niña, por lo que te puse un nombre por capricho, te llamé Nube, pero con el pasar de los días, al notar tu temperamento feroz, opté por cambiarte el nombre a Yuma, como la protagonista de la novela Pantanal. Aunque la mayor parte del tiempo te llamaba La Niña. Sin embargo, unos días después descubrí que no eras una ‘ella’ sino un ‘él’, pero amabas tu nombre que ya no te lo cambié.

Si cierro los ojos y pienso en ti, puedo verte levantando tus orejitas cada vez que te llamaba, maullando suavemente mientras frotabas mis piernas en busca de cariño. No sabía si era porque te alimentaba y a veces cuando estaba aburrida jugaba un poco contigo o quizás porque sentiste mi soledad y tristeza. Pero te volviste tan apegado a mí.

Cuando estaba afuera, haciendo cualquier cosa, tú estabas ahí, mirándome con tus ojos color miel, sin pestañear, siguiendo cada uno de mis movimientos, luego cuando te llamaba, maullabas y te acercabas a mí. Me seguías a todas partes, dormías a mi lado.

¿Cómo podía seguir manteniendo mi corazón congelado? ¿Cómo podía resistirme a tu ternura? ¿Cómo podía no caer?

Te dejé entrar, y luego la vida empezó a verse y escuchar diferente. Ahora no me sentía tan sola e incomprendida, tenía a un cierto alguien de ojos que parecían contener la luz del sol a mi lado, el cual, con solo un gesto calentaba mi corazón y derretía todo el hielo en mi interior.

Me levantaba con una sonrisa todos los días, vi luz en medio de tanta oscuridad, los malos comentarios que se clavaban como puñaladas en mi alma, dejaron de importarme y me concentré en ser feliz a tu lado.

Éramos felices, ¡ay, como lo éramos!

Las cosas parecían haber mejorado para mí, mis pequeños sueños se estaban cumpliendo, los malos comentarios que antes me seguían como fantasmas feroces, se fueron extinguiendo.

Cuando caía la noche ya no había oscuridad, mis pesadillas se transformaron en dulces sueños, en donde aparecías tú. Siempre que me imaginaba donde estaría en los próximos años, ahí tú estabas, siempre estabas tú, en mis momentos felices así como los tristes, eres la única constante.

Tal vez por eso tu partida se sintió tan terrible para mí. Y la razón por la que me siento tan desamparada y culpable es que vi las señales, pero no les hice caso. Quizás si hubiera tomado otras decisiones, todo habría terminado de una manera diferente.

Sabes fuiste ese pequeño pedazo de cielo que siempre desee, ese lugar que me daba paz en mis tiempos angustiosos. Quizás muchos pensaran que estoy exagerando, que solo eras una mascota, pero para mí eras el ángel que Dios me envío para salvarme. Mi tiempo a tu lado se sentía como un sueño, pero como todo buen sueño, este en algún momento debe terminar.

Todo sucedió un nueve de marzo, ese día actuaste fuera de lo común, entraste a mi habitación y maullabas sin parar, lo sentí extraño, pero te hice algunos mimos y te calmaste, jugaste con tu hermano durante mucho tiempo, y al verte sentí una sensación de vacío, algo incongruente con el ambiente, pero no le di importancia a esta sensación.

En la tarde del mismo día, un pensamiento extraño acudió a mi mente cuando te vi echado en el suelo, pensé que era mejor que te cambie de lugar por si alguien te aplastaba. Justo cuando estaba por hacerlo, mi mamá me pidió que le pasara un vaso de agua, ya que, el sol era abrazador y como ese día mi hermana estaba de visita con uno de mis sobrinos, un niño muy travieso y juguetón, estaba algo cansada de platicar.

Mientras iba por el vaso de agua te escuché gritar por lo que salí corriendo de la cocina para verificar que te había pasado, luego vi a mi sobrino sonriendo de oreja a oreja a tu lado, lo que se me hizo extraño. Le pregunté si te había aplastado a lo que él salió corriendo lleno de sonrisas.

Te llamé varias veces y me lamiste la mano, aparentemente todo estaba bien, pensé que no fue tan grave, de igual manera me dirigí hacia mi hermana y le dije que eduque a mi sobrino, ya que, los animales no son juguetes a los que puede destruir. Ella lo aconsejó, luego se fue a su casa.

Ya cuando llegó la hora de la cena te busque para darte tu comidita, pero no te encontré, en mi búsqueda me di cuenta de que habías vomitado la comida de la tarde lo que se me hizo raro, luego te encontré acostado en mi cama con tu lengüita afuera, cesando como si hubieras corrido una maratón.

En ese momento un pensamiento acudió a mi mente, algo me decía que ibas a morir, y sin pensarlo tanto me eché a llorar desconsoladamente. Y tú, al verme así, aun en tu condición trataste de darme consuelo.

Mi mamá me dijo que te salvarías.

Mi hermana me dijo lo mismo.




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