Charlie respiró hondo al bajar del bus universitario. El campus era enorme, vibrante, lleno de estudiantes que caminaban por los senderos arbolados, riendo, hablando por teléfono o mirando sus horarios. El cielo estaba despejado y el aire olía a hojas frescas y a posibilidades.
—Esto es… abrumador —murmuró.
—Pero también emocionante —respondió Chad, a su lado, con la mochila colgada de un solo hombro.
Llevaban apenas dos días en la ciudad universitaria. Compartían un pequeño apartamento a unas cuadras del campus, un lugar que decoraron entre videojuegos, pósters de cine, y plantas que Charlie juraba que lograrían mantener con vida.
Charlie había sido aceptado en la facultad de Ciencias, con un enfoque en programación y tecnología. Chad, por su parte, comenzaba Arquitectura, fascinado con la idea de diseñar espacios en los que la gente pudiera vivir, estudiar y soñar.
Ese día era la bienvenida oficial.
Los nervios estaban a flor de piel. Por mucho que se amaran, por mucho que hubieran superado prejuicios y etiquetas en la secundaria, esto era un territorio desconocido. La universidad era otro mundo.
—¿Crees que nos vamos a separar aquí? —preguntó Charlie de pronto, sin mirarlo.
Chad lo miró sorprendido.
—¿A qué te refieres?
—A que puede que hagamos nuevos amigos. Que tengamos horarios distintos. Que empecemos a cambiar…
Chad detuvo su paso y se giró hacia él, tomándole suavemente de la muñeca.
—Charlie, no importa si tenemos clases distintas o hacemos cosas nuevas. Lo que importa es que decidimos vivir esto juntos. Podemos crecer… sin separarnos.
Charlie asintió, aunque el miedo aún flotaba en su mirada.
Al llegar al auditorio principal, se encontraron con un mar de estudiantes. Algunos ya estaban en grupos, riendo con confianza. Otros, como ellos, miraban a su alrededor buscando un lugar donde encajar.
—¡Charlie! —gritó una voz familiar.
Era Kael. Había sido aceptado en la Escuela de Bellas Artes, y su entusiasmo era imposible de ocultar. A su lado, Yael le sostenía una carpeta llena de bocetos.
—¡Por fin! Creí que no iban a llegar —dijo Yael, abrazando a ambos.
—¿Dónde están los demás? —preguntó Chad.
—Lucy está en la Facultad de Música, Romina en la de Derecho, y Cody en Psicología con Xiomara —explicó Kael—. Todos andan en diferentes edificios, pero dijimos de vernos el viernes para cenar. ¡Tenemos que contarnos todo!
La idea los tranquilizó. Saber que, aunque estuvieran en distintas facultades, sus raíces seguían fuertes.
Al finalizar la ceremonia, Chad y Charlie caminaron por el campus hasta llegar a la biblioteca. Chad se detuvo a observar la arquitectura del edificio, mientras Charlie ya pensaba en pasar horas entre estanterías.
Y entonces, sin previo aviso, Chad lo tomó de la mano.
—¿Sabes qué? —dijo.
—¿Qué?
—No importa qué tan grande sea este lugar. Mientras te tenga cerca… siempre voy a sentir que estoy en casa.
Charlie sonrió, dejando que su mano se aferrara a la de Chad como si fuera su ancla en ese mar desconocido.
El primer día había comenzado.
Y aunque el camino sería nuevo, incierto, y lleno de desafíos, ambos sabían algo: no estaban solos.
Nunca más.