Volví más tarde de lo habitual, con barro hasta en el alma y el humor por los suelos. Andrea no estaba, pero Leany seguía en la cocina, sentada frente a su portátil, con una taza de té entre las manos.
—Hola —murmuró, apenas levantando la vista. Llevaba una coleta floja y el mismo suéter gris que se ponía cuando se quedaba a dormir. Uno de esos días que parecía invisible, como un mueble más en la casa.
—¿Dónde está Andrea? —pregunté mientras dejaba las llaves en la encimera.
—Salió. Dijo que volvía tarde. Creo que tenía ensayo.
Asentí. Empecé a buscar algo que comer, aunque no había mucho que elegir. Un paquete de galletas medio abierto y una manzana solitaria.
—Puedes calentarte un poco del ramen que hice. Está en la nevera —dijo de pronto.
La miré, sorprendido.
—¿Y eso?
Encogió los hombros, como si no le diera importancia.
—Tenías pinta de no haber comido nada. Y hueles a campo húmedo.
—Gracias, supongo. Muy encantadora tu forma de preocuparte.
Leany sonrió, bajando la vista al teclado. No contestó.
Calenté el cuenco en el microondas. El vapor subía como niebla, y por un momento me sentí un poco menos mierda.
Me senté en la mesa, frente a ella. Ella fingía seguir escribiendo, pero no tecleaba.
—¿Qué haces? —pregunté.
—Un trabajo para Literatura. Sobre el amor romántico en tiempos digitales. —Lo dijo sin mirarme, pero con una media sonrisa que no supe leer.
—Qué específico.
—Sí, ¿no? Me pareció interesante.
—¿Y cuál es tu tesis?
Leany levantó la vista por fin. Me sostuvo la mirada con esos ojos oscuros y tranquilos.
—Que a veces la gente se enamora de alguien antes de saber quién es realmente.
Me la quedé mirando, y ella alzó las cejas como si no hubiera dicho nada raro. Volvió a su portátil y empezó a teclear al fin.
—Está bueno el ramen —dije, más por decir algo.
—Lo sé —murmuró, sin mirarme.
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Editado: 17.04.2025