El aire era una sopa espesa de partículas de carne humana carbonizada. Cada bocanada me llenaba los pulmones de ceniza genética, los restos de los que habían sido mis carceleros y compañeros de cautiverio. Al girar la cabeza, vi cómo el brazo de la Dra. Vells sobresalía entre los barrotes de una ventana deformada, su piel burbujeando como cera maldita mientras sus huesos se fundían con el marco metálico. Sus dedos, convertidos en velas de sebo humano, goteaban sobre mi rostro.
Corrí con una pierna dislocada—el hueso ya se recomponía bajo la carne, crujiendo como cristales rotos reorganizándose—y noté que el sudor que brotaba de mis poros tenía un brillo aceitoso. *Fluido de soporte vital*, lo llamaban en el laboratorio. Mi cuerpo estaba purgando los últimos vestigios de sus cócteles de nanomáquinas.
El callejón repleto de basura biotecnológica se extendía ante mí como un laberinto de desechos y recuerdos olvidados. Jeringas inteligentes vacías, parches dérmicos usados con códigos de barras quemados, y fragmentos de cuerpos que habían sido desechados como si fueran objetos inservibles. Tropecé con algo que no era basura.
Era el Sujeto Rho-9.
Su espina dorsal sobresalía como un cuchillo oxidado de su espalda, los implantes neurales destellando en morse rojo.
-Nyx...- escupió con una boca llena de agujas de titanio. Sus palabras olían a batería perforada- Te prometieron libertad, pero solo somos piezas reemplazables.
Antes de que pudiera responder, su cráneo estalló en un géiser de líquido cefalorraquídeo fluorescente. La escena se convirtió en un espectáculo grotesco, una obra maestra del horror que me dejó paralizada por un instante. El brillo del líquido iluminó el callejón, reflejándose en los trozos de metal y plástico que lo rodeaban.
El dolor en mi abdomen era un alfabeto de cortes quirúrgicos recordándome cada violación biométrica.
Procedimiento 441: Extracción de tejido regenerativo. La voz del director no venía del exterior, sino de mis propios conductos biliares, donde los nanocables habían tejido un altavoz orgánico.
-¿Recuerdas cómo brillaban tus intestinos bajo la luz UV cuando los marcamos?- le escuché decir .
Un recuerdo involuntario: yo, despierta en la mesa de operaciones, viendo cómo un endoscopio robótico grababa microsímbolos en mi páncreas. El láser olía a almendras podridas—cianuro de potasio, el toque final de sus "marcas de propiedad."
Escupí un diente. No era mío. En su superficie, grabado con láser, leí: NYX420 - PROPIEDAD DEL PROYECTO FÉNIX.
Los "Recuperadores" llegaron con un sonido de huesos de cerdo siendo triturados en una picadora. Eran tres, sus cuerpos una amalgama de:
• Unidad Alfa: Piel reemplazada por membrana de tiburón sintética, los dientes ordenados en espirales fractales.
• Unidad Beta: Brazos convertidos en taladros dentados que giraban con restos de carne vieja atascada en los engranajes.
• Unidad Gamma: Le faltaba la mandíbula inferior; en su lugar, un racimo de tentáculos de silicona que palpaban el aire como lenguas de serpiente.
Me arrinconaron contra un contenedor lleno de bolsas de suero vencido. Beta me atravesó el hombro con su taladro, y por un segundo, sentí placer. Los nanotubos en mi médula reconocieron el metal de su brazo como algo familiar, casi erótico.
Entonces Gamma se abalanzó. Sus tentáculos se enterraron en mis fosas nasales, buscando acceso al cerebro. Fue entonces cuando mis cicatrices cobraron vida.
Las incisiones que me hicieron durante los Protocolos de Resistencia (esa noche en que me sumergieron en ácido mientras cantaban canciones de cuna en alemán) se abrieron como branquias. De ellas emergieron filamentos de tejido nervioso armado, cada uno terminado en un ojo embrionario.
Los Recuperadores retrocedieron. "Contaminación cognitiva nivel 5", farfulló Alfa antes de que mis nuevos ojos le inyectaran ácido lisérgico directamente en la córnea.
La visión se expandió más allá del dolor físico; era una percepción alterada que me permitía ver conexiones entre las cosas que antes eran invisibles. Cada objeto en el callejón pulsaba con energía oscura y vibrante. Podía sentir las emociones atrapadas en los residuos biotecnológicos, ecos de vidas pasadas que resonaban en mi mente.
Desesperada por escapar, me lancé hacia adelante, rompiendo el contacto con Gamma y dejando atrás sus tentáculos resbaladizos. Corrí a través del callejón, sintiendo cómo mis cicatrices susurraban secretos antiguos y olvidados. Cada paso resonaba con la memoria del dolor, pero también con la promesa de resistencia.
En los bajos fondos de la ciudad biomodificada, encontré a Lázaro, un ex-cirujano del Proyecto que ahora vendía recuerdos robados en viales de cristal. Su mirada era la de alguien que había visto demasiado y aún cargaba las cicatrices invisibles del trauma.
- Tus hepatocitos tienen el logo de la corporación- dijo mientras me examinaba el iris bajo una lupa tallada en un hueso de cadera- Pero hay algo más... ¿sabías que tu córtex prefrontal está embarazado?.
Su declaración me dejó atónita. El concepto era absurdo y perturbador, pero sentí que había una verdad inquietante detrás de sus palabras. Era como si mi cerebro hubiera sido diseñado para albergar algo más grande que yo misma; un potencial latente que había sido reprimido por las fuerzas que me habían sometido.
- ¿Es eso posible?- me le quedé viendo aún procesando su análisis .
-Tienes que liberarte- continuó Lázaro, su voz era un murmullo grave y lleno de urgencia- Esa corporación no solo te ha marcado; te ha dejado un legado. Hay otros como tú, Nyx. Otros que han sobrevivido a las mismas atrocidades.
Mis cicatrices comenzaron a arder nuevamente, recordándome las noches interminables llenas de experimentos y torturas. Las memorias se entrelazaron con la realidad del momento presente; podía ver a otros prisioneros, sus rostros distorsionados por el dolor y la desesperanza.
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no hay final feliz, no adaptaciones, no apto para publico sensible
Editado: 27.07.2025