EL PRIMER OBJETIVO: DR. VOHL
La mansión de Vohl, un antiguo caserón de ladrillos oscuros y ventanas góticas, olía a formol y decadencia, como si cada rincón estuviera impregnado de secretos inconfesables. El aire pesado y denso se mezclaba con un leve aroma a moho, un recordatorio constante de la vida que alguna vez habitó esos espacios. En su estudio, las paredes estaban empapeladas con cortes histológicos de cerebros humanos, cada laminilla teñida de púrpura por la hematoxilina, exhibiendo un macabro arte que solo un verdadero psicópata podría apreciar. El doctor Vohl, un hombre de mirada penetrante y sonrisa siniestra, se había convertido en una leyenda entre los círculos académicos y criminales, conocido por su obsesión con la neurociencia y sus experimentos poco éticos.
Sentado en su escritorio, rodeado de frascos y tubos de ensayo, el doctor tenía una jeringa clavada en la vena yugular, inyectándose un cóctel azul de metanfetamina modificada y nootrópicos experimentales que prometían agudizar su mente hasta límites insospechados. Era un ritual habitual para él, una forma de elevar su intelecto mientras se sumergía en sus investigaciones macabras.
-Te hemos estado observando desde que...- comenzó a hablar con voz temblorosa, pero su discurso se vio interrumpido.
Sin previo aviso, mi cuchillo quirúrgico, robado de su propio esterilizador en un momento de audaz planificación, le seccionó los labios en un arco perfecto. La precisión del corte dejó al descubierto las encías inflamadas y los dientes con caries radiculares, un testimonio de su descuido personal a pesar de sus vastos conocimientos médicos. La sangre arterial brotó con presión, salpicando los frascos de muestras cerebrales dispuestas meticulosamente en su mesa, como si el caos intentara reclamar el orden que él había establecido.
Con un impulso casi instintivo, introduje mis dedos índice y medio en sus fosas nasales, sintiendo el cartílago nasal fracturarse con un crujido satisfactorio bajo mi presión. Al tirar hacia arriba, toda la estructura facial se desprendió como una máscara de carne, arrastrando consigo el tabique nasal y parte del hueso etmoides. Sus gritos sonaban extraños, distorsionados por la nueva configuración de sus cavidades inusales; eran ecos de dolor que fluían en la habitación como una sinfonía grotesca.
Los frascos que lo rodeaban contenían más que cerebros: eran mapas neuronales completos, flotando en líquido cefalorraquídeo artificial, cada uno representando una vida desgarrada por la curiosidad científica desmedida. Al romperlos con una mano temblorosa pero decidida, los recuerdos me golpearon como descargas eléctricas: el sabor del electrodo de plata en mi lengua durante las terapias de aversión, el sonido sordo de mi propio fémur siendo perforado para extraer médula, el olor a orina quemada cuando el dolor se convertía en una experiencia casi trascendental.
En medio del caos, Vohl intentó contraatacar con una jeringa llena de toxina botulínica modificada, su último recurso desesperado. Pero antes de que pudiera inyectar su veneno letal, el perchero de hierro ornamental -una pieza gótica con puntas en forma de cruz que había estado colgando en la pared- penetró su perineo con una ferocidad implacable. El metal atravesó recto, colon, estómago y diafragma antes de emerger por la cavidad oral, llevando consigo trozos de esófago necrosado y la lengua, ahora atravesada como un trofeo macabro.
La escena era un collage de horror y ciencia; un testamento a la locura que había guiado nuestras vidas hasta ese momento. En ese instante, comprendí que la línea entre el investigador y el monstruo era más delgada de lo que jamás había imaginado.
La habitación se saturó de un hedor a hierro caliente que invadía cada rincón, un aroma nauseabundo que emergía del aire que escapaba de los pulmones perforados del Dr. Vohl. Cada convulsión que sacudía su cuerpo era una danza macabra, como si su agonía estuviera ensayada en una coreografía grotesca y perturbadora. El cuerpo, ensartado en el perchero metálico, se balanceaba de un lado a otro, dejando un rastro siniestro de sangre y fluidos licuados en el suelo que reflejaban la brutalidad de la escena. Las esquirlas de hueso colgaban de su carne como flecos desgastados de una marioneta destrozada, un monumento a la tortura que había infligido no solo a otros, sino también a mí mismo.
Me acerqué, fascinado, para admirar mi obra maestra. En medio de las ruinas de su rostro desfigurado, sus ojos, ahora vacíos pero aún suplicantes, me miraban con un terror intenso que parecía ir más allá de la muerte. Allí estaba, atrapado en un ciclo de dolor que yo había orquestado meticulosamente. Tomé el bisturí, cada gota de su sangre empapaba la hoja, y lo deslicé con precisión aterradora justo bajo su pómulo, abriendo un camino que revelaba la dureza del hueso craneal. La piel se desprendía con una facilidad inquietante, como si el terror hubiera derretido cualquier resistencia que una vez tuvo.
Con una pinza, seccioné el nervio trigémino, el cual, al ser cortado, provocó un espasmo involuntario en su brazo, que se levantó en un saludo grotesco, como reclamando una última atención. "Ríe, Vohl, ríe", pensé en un instante de oscura satisfacción mientras su lengua, desgarrada y palpitante, se depositaba pesadamente sobre el metal del perchero.
Recuerdos, oscuros y pesados, flotaban en el estudio, atrapados en aquellos tarros de pesadillas que había recolectado a lo largo de los años. Elegí uno que parecía latir al compás de mi corazón perturbado, como si su contenido comenzara a cobrar vida propia. Lo abrí de un golpe; el líquido gelatinoso se desparramó, arrastrando jirones de corteza cerebral y un eco lejano de mi propia infancia, una voz familiar que resonaba en mi mente. De repente, imágenes incoherentes me asaltaron: yo mismo, enfermo y gritando en una camilla blanca, mientras la mano fría de Vohl me abría el cráneo en un ritual de sufrimiento; el zumbido de los electrodos marcando un compás incesante en mi córtex auditivo; la promesa susurrada en mis sueños más oscuros: "el dolor estudia, el dolor enseña".
#704 en Thriller
#337 en Misterio
#2147 en Otros
no hay final feliz, no adaptaciones, no apto para publico sensible
Editado: 27.07.2025