Alex rodó por la cama y notó algo cálido y exquisitamente caliente bajo la palma de la mano. El cuerpo de una mujer. Dormido aún, saboreó los excitantes fragmentos de aquel sueño erótico y deslizó la mano por aquella suave piel, posándola sobre un monte redondeado. Era un sueño realmente erótico, pensó subconscientemente, dejando que su imaginación fluyera, sintiendo su propio cuerpo responder.
De pronto sintió pánico, y su ilusión de estar con una rubia de ojos azules se distorsionó. Alex luchó por salir de las profundidades del sueño a la realidad y, lentamente, abrió un ojo. Estaba en su dormitorio. La luz del sol entraba por una
rendija entre las cortinas marrones. «Gracias a Dios», pensó, cerrando los ojos aliviado. Finalmente hizo un esfuerzo por abrir ambos ojos y vio el encantador rostro de Lidia McCall.
«Demonios», pensó.
Alex apartó la mano del pecho y se incorporó. Sus bruscos movimientos despertaron a Lidi, que se estiró y comenzó a abrir los ojos despacio al principio para, por fin, abrirlos del todo y mirarlo. Alex observó la expresión de asombro de su
rostro segundos antes de oír un grito, que resonó en la habitación produciendo eco en su aturdido cerebro. Debía haberse oído hasta en San Antonio, a bastantes kilómetros de distancia del rancho donde se hallaban.
—¡Basta! —ordenó Alex tapándose los oídos, comenzando a comprender que tenía resaca.
—¡No te acerques a mí! —gritó Lidia incorporándose agitada y tirando de la sábana con fuerza, hasta dejarlo a él casi sin nada.
—Si vuelves a gritar así otra vez, créeme, salgo pitando —respondió Alex agarrando la sábana antes de que ella lo destapara por completo, exponiendo a la luz los dones que Dios le había concedido.
—¿Qué… qué estás haciendo tú aquí? —preguntó ella mirándolo medio bizca, como si viera dos cabezas.
Alex la observó cauto, tratando de mantener los ojos abiertos. De pronto le costaba tanto respirar como creer lo que estaba ocurriendo. La chica con la que trabajaba a diario, vestida siempre con vaqueros y botas, se había desvanecido. En su
lugar había una bella y joven mujer.
¡Desnuda, y en su cama!
Lidia era rubia, de pelo corto y, en ese momento, revuelto. Sin maquillaje, su piel era tersa y sin mácula. Los ojos de Alex se deslizaron hacia abajo, más allá del cuello, hasta los pechos redondeados bajo la sábana. Estuvo contemplándolos el
tiempo suficiente como para soñar con posar la boca sobre ellos, pero luego desvió la vista.
—Creo que sería más apropiado preguntar qué estás haciendo tú en mi cama — contestó al fin Alex sujetándose la cabeza con ambas manos
¿Qué diablos había ocurrido la noche anterior?, se preguntó tratando de darle algún sentido a aquel sueño, que se había convertido en una verdadera pesadilla.
¡Acostarse con la hermana del jefe, debía haber perdido la cabeza! Y lo que desde luego había perdido era el empleo.
Alex trató de recordar la noche anterior. En su mente surgían fogonazos, retazos de recuerdos. No recordaba haber bebido demasiado, durante el banquete de boda del hermano de Lidi. Unas cuantas cervezas. Y, por supuesto, todo el mundo había brindado unas cuantas veces por la felicidad de Jake y Catherine. Tras marcharse los novios, la fiesta había continuado pero, ¿desde cuándo bebía tanto que perdía el control?
De todos modos no hacía falta mucho alcohol para nublar el juicio de una persona, ni para aprovecharse de la falta de inhibición de otra. Alex se preguntó hasta qué punto había deseado a Lidia, para permitir que sucediera aquello.
¿Había ignorado inconscientemente el hecho de que ella le estaba prohibida?
—¿Tu cama? —repitió Lidia cerrando los ojos y volviendo a abrirlos lentamente, como si creyera que no era más que un sueño. Lidi miró a su alrededor, a la enorme habitación. Un armario, una pequeña nevera, una televisión justo frente a la cama. Jamás había estado en el barracón del capataz, pero reconocía aquel lugar como perteneciente al rancho de los McCall.
—¡Oh, no! Dime que esto no está sucediendo.
¿Qué había ocurrido la noche anterior?, se preguntó también Lynn, tratando de recordar. Pensar era un suplicio. Hasta respirar era un suplicio. Se sentía como si estuviera a punto de morir, y debía merecerlo. Tenía el estómago revuelto. Incapaz de mirar a Alex, desvió la cabeza a otro lado.
¡Alex! Estaba desnuda en la cama de Alex. Había hecho muchas estupideces en su vida, pero ninguna como esa. Lidia comenzó a planear el modo de escapar de aquella situación, causando el menor daño posible.
Alex observó la expresión de su rostro, que pasó de la incredulidad a la humillación. Lidia flexionó las piernas y apoyó la frente en las rodillas. Los cabellos le taparon las uñas pintadas de las manos. Ella era terriblemente sexy, pensó Alex contemplando sus hombros y brazos desnudos. Lidia gimió y se quejó, y Alex trató una vez más de concentrarse en la situación.
—Tómatelo con calma —aconsejó Alex acercándose a ella.
—¡No te atrevas a tocarme! —exclamó Lidia sintiendo instintivamente que él se inclinaba hacia ella, aferrándose a la sábana.
—Creo que es un poco tarde para decir eso —rio Alex sarcástico, comprendiendo que aquella noche había hecho algo más que tocarla. De pronto su mente recreó la imagen del cuerpo de Lynn, desnudo bajo él, mientras la penetraba
—Y no vuelvas a levantar la voz, maldita sea.
—Lo siento —murmuró Lidia mirándolo unos instantes, para apartar la vista después, con ojos llorosos. Lidia estaba a punto de morir de vergüenza. De vergüenza, o a manos de sus tres hermanos mayores, pensó Alex
— ¿Te importaría,por favor, salir de la cama y pasarme mi ropa? —Alex obedeció, pero al ir a apartar la sábana ella volvió a gritar, así que se quedó inmóvil
— ¡No, espera! ¡Quédate donde estás! ¡Ah, y, por favor, no vuelvas a moverte! —rogó Lidia comprendiendo entonces que él también estaba desnudo