Alex se despertó lentamente. Rodó por la cama y buscó a Lidia, y al ver que no estaba abrió los ojos. No hubiera debido sorprenderse, pero, una vez más, se sorprendió. Y no solo estaba sorprendido, estaba también desilusionado.
¿Se habría marchado Lidia porque lamentaba lo ocurrido, o simplemente habría ido a atender a las niñas? Alex habría preferido poder creer en esa última explicación, pero no estaba seguro. Por supuesto, ella debía haberse dado cuenta de
que habían hecho el amor varias veces, y casi todas sin protección. Una vez más, volvían a estar en el mismo punto de días atrás. Alex juró entre dientes y se levantó de la cama, se vistió y fue en busca de Lidia. Ella estaba con los bebés en la cocina.
Alex se detuvo en el umbral y la observó. Se le daban bien los bebés. Se ocupaba de todas sus necesidades, comprendiendo al instante lo que les ocurría como si fueran sus propios hijos. Para Alex era fácil imaginarla cuidando de sus hijos.
Sus hijos. Alex juró en silencio, repitiéndose una vez más que era un estúpido.
No debía dejar que Lidia le arrebatara el corazón. A ella le gustaba hacer el amor, pero eso era lo único que había entre los dos. Y eso era lo que él deseaba, su único modo de defenderse. No obstante, según parecía, la atracción que sentía por Lidia le
nublaba el juicio. Alex estaba convencido de que tras hacerle el amor la primera vez, se sentiría satisfecho. Y quizá habría sido así, si ella no hubiese dormido junto a él.
Estrecharla en sus brazos había sido su perdición. Antes de caer dormidos, habían comenzado de nuevo a tocarse, luego a besarse, y por último él había vuelto a openetrarla con tanta rapidez que ambos habían llegado al climax en cuestión de
segundos. Aquello le había hecho sentirse bien. Hacer el amor con Lidia lo satisfacía más de lo que nunca hubiera imaginado. La tercera vez, Alex se había despertado notando que Lidia estaba tumbada casi encima de él. Jamás en la vida se había
sentido más sobrecogido por la emoción, más deseoso de ninguna otra mujer.
Alex entró en la cocina y se quedó de pie, detrás de ella, apoyando las manos en sus hombros. Lidia dejó el cuchillo en la mesa y se giró.
—¡Alex!
—¿Quién creías que era? —bromeó él inclinándose para besarla.
Lidia se alzó de puntillas, y Alex la estrechó y la sujetó contra su cuerpo.
—No te he oído entrar —susurró Lidia sorprendida y encantada, ante la actitud cariñosa de él—Estaba a punto de dar de comer a las gemelas. ¿Me ayudas?
—Claro —respondió Alex tomando un trozo de pancake que Lynn aún no había cortado para los bebés.
—Haré café, si quieres —comentó ella señalando la cafetera, en el extremo opuesto de la encimera. Alex, sin embargo, no la soltó. Lidia ladeó la cabeza y añadió—¿Sabes?, esas dos no van a esperar mucho más.
—Sí, ya lo sé —respondió Alex soltándola al fin, reacio, y dirigiéndose hacia la cafetera.
Lidia cortó el pancake y colocó dos platos sobre las mesitas de las tronas de las niñas, que empezaron a comer. Alex se estaba sirviendo café.
Lidia se alegraba de que él no hubiera hecho ningún comentario a propósito de la noche anterior, o del nuevo peligro que volvían a correr. Se había despertado una hora antes que él, se había duchado y vestido, y después había ido al cuarto de las niñas, que la esperaban despiertas. Mientras las cambiaba, Lidia había tratado de analizar sus sentimientos, y por fin se había confesado a sí misma la verdad.
Se había enamorado de Alex.
Desesperada, locamente. Pero no estaba muy segura de que esa noticia fuera a alegrarlo demasiado a él. Por supuesto, Alex se sentía atraído hacia ella, pero Lidia sabía que en el fondo estaba acorralado. De haber podido escoger, Alex jamás habría elegido casarse con ella. Y sin embargo seguía insistiendo en que permanecieran casados, para evitar rumores. Después pedirían la anulación. Lidia tragó. La anulación ya no era una opción, tendrían que pedir el divorcio.
Quizá, si vivieran como marido y mujer, él acabara por quererla. Lidia se prometió a sí misma disfrutar de aquellos días juntos y ver después en qué acababa todo. Si el futuro le deparaba un corazón destrozado, ya se las arreglaría, cuando llegara el momento. Tenía que aprovechar aquella oportunidad de estar con él, de disfrutar del sexo. De ese modo, quizá, solo quizá, él se enamorara.
Tal y como Lidia esperaba, aquel par de días ambos disfrutaron de su mutua compañía. Alex estuvo ocupado, trasladando los caballos que les habían dado Jake y Ryder al nuevo rancho y vigilando a los empleados de Bar M. Para cuando Michelle
y Melissa se iban a la cama, Lidia y Alex estaban deseando estar juntos.
Alex no dijo una palabra acerca del peligro que habían corrido esa primera noche, pero se aseguró de utilizar protección en las sucesivas veces, cuando hacían el amor. Cuando estaban juntos, casi siempre estaban en la cama. Tras meter a los bebés en las cunas, solo abandonaban la habitación de Deke para comer. Veían la televisión y picaban algo e, inevitablemente, comenzaban a acariciarse y besarse para terminar siempre haciendo el amor.
Por desgracia aquellos días pasaron muy deprisa, y pronto recibieron una llamada telefónica de Jake. Ashley y el bebé habían sido dados de alta, y todos volverían a casa antes del anochecer. Lidia limpió la casa y se ocupó de los bebés, con
la ayuda de Alex, para tenerlo todo listo antes de que llegaran.
El recién nacido, Taylor Mitchell, tuvo su bienvenida en casa de los McCall.
Lidia había preparado la cena, y todos se sentaron comentando los detalles del nacimiento. Ryder les contó que había asistido al parto y que no se había desmayado, como le había ocurrido con las gemelas. Tras la cena, Lidia y Alex se despidieron y se
marcharon a casa. Una vez más, en el trayecto, el silencio y la tensión creció entre ambos. Apenas se hablaron. En el nuevo rancho, Lidia y Alex ocupaban habitaciones separadas, lo cual era muestra del verdadero estado de sus relaciones. Lidia decidió no comentar nada, esperando que, durante el transcurso de la velada, ambos fueran sintiéndose cada vez más cómodos Alex, por el contrario, pensaba de un modo diferente. Estaba convencido de que nada había cambiado entre ellos, excepto el hecho de que habían hecho el amor.
Lidia seguía siendo la misma mujer ansiosa por disfrutar de su libertad. Alex deseaba compartir con ella la cama, pero se daba cuenta de que no tenía derecho alguno a proponérselo. Podía seducirla y hacerle el amor, por supuesto, pero antes o después ella acabaría por arrepentirse y echarse atrás, rompiéndole el corazón.
No podía hacerle eso a Lidia. Ni a sí mismo, tampoco. No era el hombre indicado para ella, ni podía darle el amor que merecía. Seguían casados solo a causa de su propio orgullo, pero debía tragárselo y dejarla marchar. Además estaba el tema del posible embarazo. Era un asunto del que necesitaban hablar. Alex se preparó para la discusión, pero Lidia lo miró a los ojos inquisitiva, y no tuvo valor.
—Iré a echarle un vistazo a los caballos —dijo él, tratando de hacer tiempo.
Lidia asintió, observándolo marcharse con el corazón destrozado. Durante su estancia en Bar M. habían cruzado una línea en sus relaciones, pero según parecía él estaba dispuesto a volver atrás, una vez solos. Lidia esperó la vuelta de Alex, deseosa de hablar con él. Inmediatamente, sin embargo, se hizo evidente que Alex no iba a volver. Por fin ella cedió y se marchó a la cama, esperando que Alex se uniera a ella pero sabiendo, en lo más profundo de su corazón, que no sería así.
Pasaron tres semanas, durante las cuales Lidia y Alex estuvieron casi todo el tiempo separados. Alex se marchaba temprano a trabajar al rancho de los McCall, para volver a media tarde y continuar con las tareas de su propio rancho. Lidia daba de comer a los caballos por la mañana y limpiaba los establos, para continuar después con el entrenamiento. Sin embargo ya no disfrutaba como antes de los animales. Aquellos caballos le costarían muy caro: le costarían su amor.
Alex y ella compartían la casa, pero ni la casa era suya ni la sentía como su hogar. Juntos entrenaban caballos, pero Alex no los consideraba suyos. Todo lo que siempre había deseado parecía a su alcance. Todo, excepto el amor de Alex.
Un día Alex llamó por teléfono para avisar de que llegaría tarde, debido a que había un caballo enfermo en Bar M. Lidia le guardó la cena caliente y lo esperó, deseosa de hablar con él y aclararlo todo. Por fin oyó el ruido de la furgoneta, aparcando. Alex entró en casa, se lavó las manos en el fregadero de la cocina, se dio la vuelta y la miró.
—Tenemos que hablar, Lidia.
Ella quería hablar, pero el tono de voz de Alex, frío y distante, la estremeció. No quería escuchar lo que él tuviera que decir, pero no había vuelta atrás. Había llegado el momento de enfrentarse alo inevitable. Lidia respiró hondo y lo miró. La expresión del rostro de Alex era indescifrable. Era como si ya no existiera el hombre con el que había hecho el amor.
—Bien.
—Ya sé que puede que estés embarazada, y que debería haber tomado precauciones —afirmó él sin más preámbulos.
—La culpa es tanto mía como tuya.