PRÓLOGO.
La dulce Acacia se paseaba por la carretera, llevaba un libro grande y grueso pegado a su pecho con fuerzas con miedo de que alguien se lo quisiera quitar. El peculiar cabello ondeaba con el viento. Con miedo la pequeña se atrevió a cruzar la carretera mirando a todas partes, esperando a que todos los carros dejaran de pasar para poder echar a correr con toda la fuerza que sus pequeñas piernas le permitieron. Sonriendo llegó hasta el otro lado de la carretera para empezar a subir las grandes e interminables escaleras que la llevarían a su hogar o si es que se le podía llamar hogar al lugar donde vivía con todas sus maestras y madre. Un gran monasterio en el que habitaban damas de todas las edades que se instruían en la medicina con plantas y cosas orgánicas, ¿Y por qué no ser sinceros? También un poco de magia.
Muchas personas de todo el mundo las visitaban para obtener los remedios, ya fuera por una enfermedad u otros que deseaban tener pociones de amor para darles a sus enamorados. Estos eran los favoritos de Sia, quien se sentaba a escuchar las historias que le contaban los visitantes enamorados mientras esperaban a que las damas le dieran su pedido.
Acacia se detuvo respirando con dificultada enfrente de la enorme edificación, se acomodó su corta melena y con cuidado empujó la puerta, deseando que esta no hiciera ningún sonido al abrirla porque si lo hacía estaría en graves, muy graves, problemas. La pesada puerta del monasterio se abrió y para su desgracia rechino tan fuerte que los cotilleos que provenían desde adentro se silenciaron.
- Así que ahí estabas niña traviesa. - regaño una de las mujeres con voz dulce y preocupada.
Acacia miro a su madre con miedo de que la castigara. Se encogió en su lugar y abrazo con fuerza el libro.
- Yo quería ir a leer. - se excusó haciendo la mueca más tierna que pudo en ese momento.
Su madre rió sintiendo como el alivio se extendía por todo su cuerpo, se agachó un poco y tomo a la pequeña entre sus brazos.
- ¿Y que querías leer? - pregunto interesada por lo que podía contestarle su pequeña de tres años. Sí tres años y leía a la perfección, pero es que la dulce Acacia era una niña sumamente especial. Las otras damas, que estaban en el recibidor, les dirigieron una mirada curiosa y siguieron con sus labores.
Sia y su madre entraron a un enorme salón que estaba repleto de unas sesenta mujeres de todas las edades a partir de los dieciocho años. Las damas al ver que la joven Lirio entraba cargando a la niña en brazos soltaron un suspiro de alivio, y elevaron sus brazos dando gracias a los dioses.
- El libro que me dio papá en el bosque. - contesto la pequeña mirando con diversión las muecas de las otras mujeres, si bien era cierto que la pequeña niña era físicamente como un ángel también era conocida por tener el humor y la actitud de su padre. Un elfo.
Lirio miro desconcertada a su hija, pero luego sonrió. Sí que era una pequeña especial pensó con amor mirando los ojos de Sia que ese día estaban de una tierna tonalidad gris, como los de su padre el príncipe Lórien.
...
15 años después...
- ¡Atrápenla!
- ¡Ladrona!
Ni ladrona y ni otra cosa. Era Acacia y estaba loca.
La chica soltó una carcajada, salto al tejado más cercano y se dejó caer entre las ramas de un árbol donde aprovecho para internarse al bosque. Con suerte perdería de vista a esos humanos gruñones y brutos que la seguían, tanteo con las manos la bolsa de su capa roja la redonda manzana que había robado. No es como si no tuviera dinero para comprar sus propias cosas, pero siempre que podía hacer una maldad no perdía la oportunidad y además le había dejado un par de monedas así que verdaderamente no se la había robado.
Llego al fondo del bosque y se detuvo enfrente de un gran árbol, se dejó caer sobre el suelo y saco la gran manzana roja con la que jugo hasta que una mano se la arrebato. Sia levanto la vista bufando al ver como su padre le daba un gran mordico, el elfo le sonrió en grande pasando un largo mecho de cabello blanco detrás de su oreja.
- Espero que te haya gustado mi almuerzo papá.
- Ni estaba buena, ¿se la has quitado a los del mercado? No es bueno robar Siaaa. - canturreo el hombre despeinando a la chica.
- Le diré a mamá.
- No lo harás.
- Puede que sí...
- ¿Qué es lo que quieres, mariposita? -pregunto Lórien al notar que el rostro de su hija se contraía en una mueca.
- Es mamá, quiere que asista a un internado de chuchos... ¡No me gustan los licántropos! Son sucios y ruidosos.
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Editado: 20.10.2020