Obsesión

3.

 

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Abrí los ojos cuando escuché como el chofer me llamaba, le miré de reojo para que supiera que estaba despierta y me volví de nuevo hacia la ventana.

Vaya.

El aire se escapó de mis pulmones como si alguien me hubiese golpeado con fuerza el estómago. La palabra ¨impresionante¨ paso por mi cabeza como si fuera un gran afiche de esos que había al entrar en una ciudad o pueblo, con luces neón y muy llamativo.

Tome un profundo respiro.

Supongo que debía darle un punto al continente americano, su flora era totalmente hermosa. Hasta el momento. Mire como los arboles pasaban por la rapidez o tal vez solo éramos nosotros que íbamos a una velocidad considerablemente rápida.

— Ya estamos llegando señorita. — habló el anciano desde la parte delantera viéndome a través del espejo.

Aparte la mirada de la ventana y me arrastre de la esquina del asiento hasta el centro y tomando ambos asientos delanteros me impulse hacia adelante para ver por el parabrisas la enorme verja que se alzaba frente de nosotros. El señor Han detuvo el auto, y bajo la ventana de su puerta. Un hombre salió de una de las casetas del portón y se acercó a paso lento.

— Buenos días Jon, es todo un placer tenerlo por aquí. ¿Una alumna nueva? —pregunto el hombre moreno bajando sus gafas oscuras. Sus ojos verdes claros me miraron con simpatía, a pesar de que parecía un hombre simpático no pude evitar encogerme en el asiento y mirarlo con desconfianza.

— ¡Si! La señorita Acacia se va a unir a la escuela este año. Viene desde Rusia específicamente a la academia.

— Claro... — el guarda se recargo en mi ventana, me hice atrás y estuve a punto de gruñirle como un león enojado. Lo gracioso es que aquí ellos eran los lobos y justamente yo misma estaba actuando como uno de ellos, que vergüenza. — Espero que su estadía en nuestro pueblo sea magnifica. Pueden pasar, saludos a tu familia Jon Han.

El señor Jon asintió con emoción, el guarda se alejó del auto y haciendo una seña al puesto las grandes verjas de metal se corrieron. El vehículo se encendió y pronto nos alejamos subiendo por la empinada colina, arriba un enorme castillo nos esperaba. Cuando llegamos a la cima no pude evitar sacar la cabeza por la ventana mirando el increíble paisaje del valle y el pueblo.

Respire profundo llenando mis pulmones de aire, una corriente del mismo vino con rapidez hacia mí. Me reí cogiendo con fuerza los extremos de mi sombrero para evitar que se fuera con el viento y dejara a la vista mi espesa cabellera.

— Hemos llegado señorita Acacia. ¡Bienvenida a la Academia Gardenia!

Escondí un mechón de cabello detrás de mi oreja y bajé del extraño vehículo de un salto atrayendo varias miradas en mi dirección. El conductor me dirigió una mirada cansada al ver la sonrisa fanfarrona que se había formado en mi rostro, él pobre había tenido que pasar todo el largo viaje soportando mis constantes bromas.

— Recuerde lo que dijo su madre señorita Rose, nada de payasadas. — me recordó tendiéndome la enorme maleta azul. Quise sonreír, mi pobre madre ya no sabía ni que hacer conmigo.

— Pero si yo soy una persona súper seria señor Han. Jamás me comportaría de esa manera, soy toda una señorita. — acepté la maleta e hice una reverencia chistosa, Han rio por primera vez, por lo menos se estaba divirtiendo. La mueca fanfarrona que tenía cambio por una dulce sonrisa que le dedique al anciano. Le ofrecí mi mano enguantada: — Muchas gracias por traerme.

Palmeando mi hombro abrió la puerta del vehículo y se subió.

— Ha sido un placer conocerla.

Le dije adiós con la mano, esperé a que el auto desapareciera y luego arrastré la maleta detrás de mí. El aire del lugar era más fresco de lo que esperaba, y como si fuera una planta me moví a paso lento dejando que me llevara hasta que cuando iba por medio camino hacia la puerta del enorme castillo ya había una pequeña manada de animales que me seguía atrayendo las curiosas miradas de los demás estudiantes. Volteé un poco y les ahuyenté con las manos. Para no ser de mis habilidades parecían amarme bastante porque donde quiera que iba estaba rodeada de ellos.

— Mira que loca que esta, les habla a los animales. — susurro alguien a mis espaldas. Me quede rígida por segundo antes de dejar pasar el comentario.

No estás en casa Sia, no puedes hacer con los lobos lo mismo que les hacías a las damas. Una sonrisa maliciosa se estiro por mis labios.

Rodé los ojos, ¿y que si les hablaba a los animales? Malditos lobos llenos de perjuicios se creían que sólo por ser ellos unos verdaderos animales eran los únicos que podían entender a las especies caninas. Egocéntricos. Solamente eran un montón de perros sucios y salvajes llenos de pulgas. Apresure mi paso casi pisoteando de lo ofendida que me encontraba. Ya no aguantaba por ver a alguna bruja o hechicero que me ayudara a jugar alguna broma a esos chuchos molestos.

Afuera apoyada en la puerta me esperaba una mujer alta y de cabello negro a quien identifique como el alfa Safira. Una de las alfas más poderosas que podían existir. Casi quise imitar a un caracol para así retrasar más nuestro encuentro, todavía podía huir y esconderme en el bosque, pero ya solo me quedaban unos cuantos pasos para llegar hasta ella.




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