Obsesión

4.

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— ¡No puedo creer que nos hayamos quedado dormidas! — exclamó Fleur mientras corríamos por los pasillos del castillo, el timbre sonaba indicando que en una media hora las clases  iban a comenzar. Lo que ella no sabía era que yo había lanzado el ruidoso aparato por la ventana apenas había sonado esa mañana.
 

Me partí de la risa al ver su ofuscamiento. Para ser una chica tan tranquila Fleur se estresaba muy rápido y era fácil que gritara, estar dos días enteros con ella me habían ayudado a comprenderla y ahora me caía bien.
 

Correteamos por los largos pasillos recibiendo extrañas miradas por parte de los otros estudiantes. Seguro porque yo era nueva ahí, pero tampoco me gusto la forma en la que miraban a mi nueva amiga. 
 

La loba se detuvo enfrente de una puerta, choque contra su espalda. Fleur rodó los ojos y se volteó por completo para acomodarme el lazo del uniforme. Uniforme que consentía en una bula blanca al estilo marinero y con un lazo gigante al cuello color morado, falda y camisa negra, medias altas del mismo color y botines negros. En conclusión, parecía una Loli sacada de un manga. Tomando un fuerte respiro abrió la puerta del gran comedor, la seguí a paso lento lanzando miradas venenosas al que se atrevía a verme más de la cuenta.
 

¿Es que acaso nunca habían visto a una chica con el cabello rosa? Apreté los labios siguiendo a la loba hasta una de las largas mesas, nos sentamos al principio y comenzamos a servirnos el desayuno. 
 

Mis ojos brillaron al ver el pedazo de pastel de fresa que quedaba, me levanté con una sonrisa y fui a por él, justo cuando fui a tomarlo una mano más grande también se posó sobre el pequeño plato. Levante la mirada casi echando humo por las orejas cuando me topé con unos ojos naranjas que me miraban inexpresivos, parpadeé varias veces y cuando me di cuenta el pequeño plato de porcelana era arrancado de mis dedos y el chico se alejaba rápidamente. Abrí la boca dispuesta discutir, pero la suave mano de Fleur me tomo por el codo a la vez que negaba con la cabeza.
 

— Deja que se lo quede, vamos prometo conseguir otro para ti. Las cocineras me aman, estoy segura de que si se los pido harán uno entero solo para ti. — sonrió nerviosa a la vez que tiraba de mi de vuelta a nuestro sitio, pero mis ojos seguían sobre las puertas por las que había salido el ladrón de pasteles. Ni siquiera había podido detallar su rostro para hacerlo pagar por robárselo.

 

Asentí lentamente sin abandonar mis pensamientos asesinos. Me conforme con un pudin que lucía delicioso, pero no era ni la mitad de lo que era el pastel de fresa para mí. 
 

Cuando viera de nuevo esos ojos no dudaría en saltar sobre el para hacerle pagar, resople tal vez estaba solo un poquitico obsesionada con dicho postre. Pero ese había sido el primer regalo que había recibido de parte de Ander, cuando cumplí cuatro años nos conocimos formalmente ambos sabíamos de la existencia del otro, pero mi hermano mayor nunca había salido del palacio porque sufría de anemia y siempre estaba teniendo cuidados excesivos. Ese día me había levantado y había corrido al bosque con mama siguiéndome para ir a ver a papá y cuando vi al niño de cabello rosa sentado a su lado me quedé estática sin saber cómo reaccionar viendo como mi madre lo abrazaba con fuerza y le llenaba el rostro de besos. Luego Ander se había acercado a mi cargando una pequeña cajita rosa con un enorme lazo verde y me lo había ofrecido un poco sonrojado.

— Me llamo Ander, tengo seis años y soy tu hermano mayor. Feliz cumpleaños. — había dicho ofreciéndome la caja.

Yo hice un puchero, pero acepté el presente abriéndolo con entusiasmo. Adentro estaba el postre más apetitoso que había en mis cuatro años de vida. Ese día descubrí que ese era mi pastel favorito y mi hermano se convirtió en uno de los seres que más amaba.

Suspire mirando a la loba. 

— Se amable. — me advirtió Fleur con seriedad al ya conocer mi carácter burlista y pasivo-agresivo por no decir que bipolar. Se detuvo enfrente de la puerta del salón.

— Si mamá. — conteste poniendo los ojos en blanco.

— Aquí vamos. — respiramos hondo y Fleur abrió la puerta. Más de veinte pares de ojos no tardaron en estar sobre nosotras, nadie me había avisado que iba a compartir salón con más de veinte chuchos molestos, pero por lo menos tenía a Fleur conmigo olvidando por un momento que ella también era uno de ellos.

— Buenos días señoritas. — hablo el profesor mirándose el reloj que descansaba en su brazo. — ¿Saben qué hora es?

— No tengo un reloj, pero si usted es tan amable de decirme que hora es seria genial. — respondí por inercia antes de que pudiera morderme la lengua. Varios rieron, en cambio el profesor me lanzo una mirada furiosa.

— Ya me habían advertido de su buen humor Rose. — musitó respirando profundo. — Pasen, y que sea la última vez. 




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