Obsesión

7.

7.

 

Joder. Me había perdido la cena por quedarme dormida en el pino, hice un puchero y salte de la rama hasta la ventana, hice aparecer un gorro negro y me lo puse. Me bajé del marco de la ventana y caí sobre el piso de pie y con cuidado corrí escaleras abajo intentando no caerme por la oscuridad en la que estaba todo el castillo. Solo esperaba que las puertas del comedor y la cocina no estuvieran cerradas, pare respirando agitadamente enfrente de las grandes puertas.

 

Una sonrisa ladeada se extendió por mi rostro cuando vi que definitivamente si estaba cerradas, nada que un truquillo de magia no pudiera arreglar. Estire mi dedo apuntando fijamente hacia el picaporte antes de pronunciar.

 

— Patentibus.

El silencioso clic me había hecho sonreír todavía más si eso era posible. A hurtadillas entre mirando con suma curiosidad, los grandes ventanales dejaban que la luz de la luna entrara iluminando y creando divertidas formas en los lugares donde estaban puestos utensilios de condimentos que usábamos en la comida, estaba tan distraída mirando como un servilletero creaba una graciosa forma contra la pared que no me di cuenta cuando choque contra una de las sillas provocando un fuerte ruido, me lleve la mano al pecho y exhale.

 

Que susto.

 

— Jajá, solo eres tu Sia no seas dramática. – trague saliva negando con la cabeza, vaya que lograba ponerme nerviosa por nada. – Por dios que ridícula me siento, si aquí el único peligro soy yo misma.

 

Escuche una carcajada que me puso los pelos de puntas. Solo era el rumor del viento, me dirigí hasta una de las ventanas que estaba abierta y la cerré. ¿Una carcajada? ¿Enserio? Sacudí la cabeza, cada vez estaba más loca, pero eso no significa que lo que acababa de pasar me pusiera los pelos de punta. Apresure mi paso hasta detenerme enfrente de la enorme puerta blanca. Detrás de ese enorme pedazo de madera estaban guardadas miles de delicias guardadas, gire la manilla sintiendo como la energía recorría mi brazo mire atenta el largo destello verde.

 

Hice un baile de victoria moviendo los pies y las manos cuando la cerradura cedió, entre a la gran habitación mirando enamorada el montón de estanterías que esperaban por ser abiertas por mí. Tal vez podía hacer un pastel de fresas de media noche. ¡Si! Eso iba a hacer, corrí como idiota hasta el enorme horno mientras con mis poderes hacia salir todos los ingredientes de sus lugares hasta un enorme bol donde comenzaban a ser mezclados por una cuchara de madera, mi madre decía que era la mejor realizar dicha tarea.

 

Me agache un poco para poder mirar bien las perillas de horno. Okay, este era el único problema que tenía: No sabía cómo usar un horno. No uno de esos, en el templo cocinábamos con leña y uno horno de barro. Y mi magia no iba a funcionar porque solo servía con cosas que ya había utilizado antes. Me lleve una mano a la cabeza y enrede mis dedos entre mi cabello sin saber qué hacer. Podría abrir un portal hasta nuestra habitación y preguntarle a Fleur, pero considerando mi historial abriendo portales era una mala idea, me daba miedo terminar en el polo sur.

 

Bufe mirando que la mezcla ya estaba casi lista y no tenía ni la menor idea de cómo encender el maldito aparato de metal, me gire apretando los labios.

 

– Debes de girar la perilla hacia la derecha y marcar la temperatura que quieres.

 

– ¡Gracias! – con una sonrisa lo hice... Un momento, me gire asustada hacia dónde provenía la voz.

 

Mis ojos se dirigieron hasta la barra, donde había un chico sentando y unos ojos naranjas me miraban con atención estudiando con cuidado cada uno de mis movimientos. Abrí la boca.

 

¡Era el! Era el ladrón de pasteles, estaba segura que sí.

 

– Declaro que un trozo de ese pastel es mío. No quiero tener que robarlo, sería una lástima dejarte sin nada de nuevo– ¡Era el! Y el muy descarado lo estaba admitiendo. Dejó escapar una risa cuando gruñí enojada. – Por cierto, no me voy a disculpar por hacer eso. – dijo con voz maliciosa, atisbe un rastro de sonrisa debajo de la capucha que tapaba su rostro. El brillo de sus ojos anaranjados era tan fuerte que a pesar de tener el rostro oculto era capaz de notarlo.

 

Di media vuelta y traté de ignorarlo tomando con fuerza el recipiente en el que estaba la mezcla ya lista para ir al horno. Abrí la puerta y lo metí con cuidado sintiendo como sus ojos me taladraban la nuca.

 

– Deberías de tener cuidado, no me gusta el pastel quemado fresita.

 

Oh no. Eso sí que no. Apreté los puños cerrando de golpe la puerta del horno. No sabía que me daba más cólera, si el que me llamara de esa forma o que me estuviera dando una orden indirecta. Al final termine suspirando a la vez que me dejaba caer al piso para sentarme enfrente de la puerta y mirar por el vidrio la cocción del pastel, me daba mucha curiosidad ver como se cocinaba. Escuche a ojos naranjas moverse detrás de mí.

 

– Te llamas Acacia ¿verdad? – preguntó varios minutos después, gire la cabeza y lo mire por encima de mi hombro.




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