Bella
Desde el momento en que cruzamos la puerta del bar, sentí cómo varias miradas se clavaban en mí. Algunas curiosas, otras cargadas de algo que no supe identificar del todo... ¿interés?, ¿envidia, tal vez?
Caminamos entre las mesas hasta encontrar una libre, justo en una esquina acogedora. Era perfecta para los seis. Apenas nos sentamos, alguien ya había levantado la mano para pedir la primera ronda de tequila. Las luces tenues, la música retumbando en el fondo y las risas de mis amigos creaban una atmósfera casi mágica.
Y aun así, no podía ignorar esa sensación como si alguien, desde algún rincón del bar, no dejara de observarme. Voltee a ver a todos lados
—¡A divertirnos! —gritó Anna alzando su copa.
Todos brindamos con tequila, riendo y dejando que el alcohol nos encendiera el alma. Minutos después, la música nos arrastró a la pista. Mis tacones golpeaban el suelo al ritmo de los beats mientras movía mis caderas de un lado a otro, sintiéndome libre por primera vez en semanas.
Pero algo me inquietaba.
Esa sensación.
La de que alguien me observaba.
Sacudí la cabeza. No vine a preocuparme por tonterías, vine a olvidarme de todo. Vine a vivir.
Sentía miradas clavadas en mí. Hombres levantaban sus copas, otros me sonreían descaradamente. Yo solo correspondía con una sonrisa coqueta. ¿Qué más daba? No le debía explicaciones a nadie.
Una canción más intensa comenzó a sonar y cerré los ojos. Canté, bailé, me dejé llevar.
Y entonces, lo sentí.
Un calor recorrió mi espalda, como si alguien se hubiera acercado demasiado. Un gruñido, bajo y gutural, me erizó la piel.
Volteé.
Ahí estaba.
Alexander
Tragué saliva. ¿Qué demonios hacía él aquí? Nunca lo había visto en el bar 1929.
Su presencia era como una ola oscura entrando en la playa de mi noche perfecta.
—Hola, preciosa —dijo con esa voz que era casi un susurro peligroso.
—Alexander... ¿qué haces aquí? —pregunté, mi voz temblando más de lo que me gustaría admitir.
—Vine a divertirme con mis amigos. ¿Y tú?
—Lo mismo que tú. —Traté de sonreír, de sonar casual. Él solo me miró, como si supiera que estaba actuando.
—¿Bailas?
—No bailo, linda.
—Vamos, baila conmigo. —Extendí la mano con una sonrisa atrevida.
—No. —La rechazó sin miramientos—. ¿Maximiliano vino contigo?
Me tensé.
—No… Me dijo que no dormiría en casa, así que decidí salir.
—Perfecto. —Su sonrisa fue casi felina—. ¿Vienes conmigo?
—No lo sé…
—¿Tienes miedo de que Maximiliano nos vea juntos? —preguntó, burlón.
Solté una risa seca. —Claro que no.
—¿Eres su novia?
—Soy... soy su esposa —susurré, como si decirlo en voz alta lo hiciera más real.
Sus ojos brillaron con algo que no supe identificar. ¿Sorpresa? ¿Burla?
—¿Esposa?
Asentí con rapidez.
—Sí, su esposa. Pero... —me apresuré a aclarar— es por contrato.
Y ahí, su expresión cambió.
Como si acabara de encontrar un secreto muy valioso.
—¿Entonces no lo amas? —preguntó con la voz baja, casi como si no quisiera romper el aire que nos envolvía.
—Por supuesto que no —respondí sin pensarlo demasiado.
Y en ese segundo, su mano tomó la mía.
Firme. Decidido.
No pude ni protestar. Me jaló con una seguridad que me dejó sin aire, guiándome entre la multitud, alejándonos de la pista, de las luces, del ruido… de todo.
Terminamos en un pasillo oscuro, detrás de una puerta metálica que crujió al cerrarse.
El aire era más frío ahí, pero su presencia lo llenaba todo de calor.
No había música.
No había gente.
No había ni un solo guardia, ni personal del bar.
Éramos solo él y yo.
Nada más.
—¿Qué hacemos aquí? —pregunté, con el corazón golpeándome en el pecho como si quisiera escapar.
No dijo nada.
Solo me miró.
Esa mirada... intensa, profunda, casi peligrosa. Como si pudiera ver cada parte de mí, incluso las que yo misma no entendía.
Mi respiración se volvió inestable.
Sus ojos se clavaron en los míos y, por un instante, sentí que el mundo entero se había detenido entre esas cuatro paredes.
Y lo peor… es que no quería que se moviera.
—¿Porque me miras así? — murmuré
—Por que me gusta lo que veo
Trague saliva con fuerza, no podía creer lo que salió de su boca, y lo dijo en un tono diferente como una declaración peligrosa
—Estas casada —Sonrió—Y a mi me gusta el peligro —Añadió
—Sólo por contrato — lo correji
—Aún así—dio dos pasos hacia mí, cortando el espacio que había entre nosotros— eres de él
Parecía enojado por decir que era de él pero eso no es verdad, Maximiliano y yo no tenemos nada más que un simple contrato
—¿Te enoja? — Dije sin pensar
Dio una media sonrisa perversa y retadora
—Yo le puedo quitar a Maximiliano su esposa
No supe responder
Estaba tratando de decir que... No, él no trataba de decir nada, sólo jugaba conmigo, quiere que me ilusioné con él y no le daré el gusto
—Yo no dejó que los putos hombres jueguen conmigo Alexander
—Eso está bien —dijo despacio, cada palabra con calma que helaba la sangre—Por que yo no estoy jugando
Me reí seca, amarga, como si esa frase fuera el chiste de la noche
—¿No? Entonces explícame que es esto ¿Un capricho? ¿Una mujer más para tu colección?
Negó con la cabeza, sin borrar esa media sonrisa perversa
—Estas enfermo Alexander
—Si querer follarse a la mujer de mi enemigo es ser enfermo — sonríe aún más perverso—Entonces sí, estoy jodidamente enfermo
Me quedé congelada con esas palabras no sabía que decir
—Eres un imbécil
Se acercó más a mí casi rozando sus labios con lo míos, ahora sí respirabamos el mismo aire
—Te quiero follar Bella, desde que te vi en la cocina con tu pijama corta