Obsesión

Capítulo 3 - "El plan"

Alexander

El hielo tintinea contra el cristal mientras doy otro sorbo a mi whisky escocés. El líquido quema, pero no lo suficiente como para acallar el dolor punzante en mi sien. Hace horas que la noche se adueñó de la ciudad y mi despacho es ahora una cueva de sombras, iluminada apenas por la luz pálida de la luna que se cuela por la ventana.

Me paso los dedos por la mejilla derecha. Aún duele. Maldito Maximiliano. El golpe fue certero, pero más lo fue su intención. Él cree que puede marcar límites, que porque firmó un contrato de matrimonio con ella tiene algún derecho. Qué ridículo.

Él no la ama. Eso lo sé. Yo tampoco. Pero lo mío es diferente.

Nunca me ha importado lo que es suyo… hasta que lo toca. Entonces lo deseo con una necesidad que roza lo obsesivo. No es amor. Nunca lo ha sido. Es un juego. Es diversión. Y esta vez, ella es la pieza más interesante del tablero.

Y yo nunca pierdo.

Dejo el vaso a medio llenar sobre el escritorio, el hielo ya casi derretido. Me inclino hacia atrás en el sillón de cuero, dejando que la tensión se acomode en mis hombros como una vieja amiga. No necesito un cigarro para llenar el silencio el zumbido sordo del rencor basta.

Ella no debería importarme. Y sin embargo, ahí está. Su risa todavía flota en mi cabeza como una melodía que no puedo sacarme de encima. Es suave, pero tiene filo. Como si supiera lo que provoca y no le molestara jugar con fuego.

Maximiliano no lo nota. Cree que la tiene domada. Cree que porque lleva su apellido ella le pertenece.
Ingenuo.

Ella me mira diferente. No como si me tuviera miedo… sino como si quisiera saber qué se siente perder el control.

Y yo estoy más que dispuesto a enseñárselo.

—¿Porqué ella?

Recuerdo la voz de Javier de hace unos días cuando le comenté parte de mi plan, claro, sólo una parte, nunca todo el plan

—Por qué está donde no debería estar

Esto no es amor, no me interesa su corazón, solo el momento exacto en que deje de fingir que no me quiere. Y cuando cruce la línea, yo estaré ahí, esperando y ganando.

Porque en este juego, solo uno puede salir intacto. Y no voy a ser yo el que pierda.

El reloj marca las dos con tres minutos

La ciudad duerme, pero yo no puedo.

Sigo de pie frente a la ventana, observando los faros distantes como si en alguno de ellos pudiera encontrar una respuesta. Pero no busco respuestas. Busco el momento exacto en que todo se quiebre. La grieta. El punto débil.

Y ella ya lo es.

Pienso en su perfume. No el que usa para eventos, el caro y pretencioso que Maximiliano le regala. No. El otro. El que lleva cuando no espera ser vista. Suave, apenas dulce, con un dejo de vainilla que se queda prendido en la memoria.

Lo llevaba en el bar.
Lo llevaba para mí.

Porque aunque sus labios no lo digan, su cuerpo ya me habla.

La forma en que se le tensaron los dedos cuando rocé su mano "por accidente". Cómo no se apartó. Cómo no parpadeó. Cómo sostuvo el aire en los pulmones como si eso pudiera contener lo inevitable.

Quise decirle algo. No lo hice. No todavía.

Porque esto es una partida lenta.

Ella cree que puede jugar sin apostar. Que puede mirar sin tocar. Que puede coquetear con el abismo sin caer.
Y eso es lo más divertido de todo.

El momento en que se dé cuenta de que está enredada. De que ya no hay vuelta atrás. De que en algún instante entre las sonrisas fingidas y las miradas fugaces, se convirtió en mía.No legalmente. No públicamente, mía en esa forma cruda, silenciosa, inevitable. Esa que duele.

El hielo en el vaso se ha derretido por completo. Lo levanto, bebo el trago tibio como si fuera veneno, y en cierto modo, lo es.

Porque ella se está convirtiendo en eso. En algo que no puedo sacar de la cabeza. En una obsesión con perfume de mujer casada. En una guerra personal que no me interesa ganar con sangre. Solo con entrega.

Y cuando la tenga... Cuando deje de resistirse, cuando Maximiliano entienda que perdió sin siquiera saber que había empezado a jugar.

Ahí vendrá la mejor parte.

Yo no la amaré. Nunca lo haré. Pero la voy a tener, y eso, para hombres como yo, Vale mucho más.

Agarro el celular y veo su nombre brillando en la pantalla, como si el dispositivo supiera que la pienso incluso cuando no debería.

Llamarla no es algo que yo haga.

No con ella
No con ninguna.

Las mujeres vienen a mí. Siempre ha sido así. No por romanticismo, ni por promesas. Vienen porque saben que conmigo pueden tener lo que quieran.

No la llamo.

No la necesito en estos momentos para eso.

Solo escribo.

«Todavía hueles a vainilla»

Y lo dejo ahí. Sin explicación. Sin contexto. Porque sé que va a entender. Porque estaba tan cerca que lo supo.

Tiro el celular sobre el escritorio sin esperar respuesta. No necesito confirmación. Sé lo que provoco.
Sé que ahora mismo lo está leyendo. Que sus pupilas se dilataron un poco. Que se le tensó la mandíbula. Que miró a su alrededor para asegurarse de que nadie más lo viera.

Y que, después, sonrió.

Esa sonrisa que solo se deja ver cuando nadie más la está mirando.
Esa que me guarda a mí.

La obsesión no empieza de golpe. No es un incendio. Es una chispa escondida bajo piel, alimentada por el roce de un dedo, el eco de una palabra. Es lenta. Silenciosa. Letal.

Y ella ya tiene la piel ardiendo.

Maximiliano es ciego. O peor, confiado.
Como todos los hombres que creen que el poder está en el papel.
Él tiene su firma.
Yo tengo su debilidad.

Me siento otra vez, con el vaso vacío entre los dedos.
Y sonrío.

Porque la próxima vez que estemos en la misma habitación, todo va a pesar distinto. Ella sabrá que no soy solo una sombra en la esquina. Que no estoy esperando permiso. Que el juego ya empezó, y lo está jugando conmigo. aunque aún no lo diga en voz alta.



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En el texto hay: mafia, obsesion, darkromance

Editado: 17.07.2025

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