Nunca imaginé perderme en la oscuridad de un hombre. Jamás pensé que alguien pudiera romperme con solo una mirada. hasta que llegó él. Alexander Blackmore.
Frío, implacable, posesivo, y , por encima de todo, un maldito mafioso.
Lo odio con cada parte de mí, pero más lo odio por enseñarme a amarle.
Por meter sus manos en mi alma y desordenarla toda, por destruir lo poco que quedaba de mí con una facilidad que dolió más que cualquier traición.
Gracias a él aprendí que la debilidad se paga caro, que no todos los que se visten de inocencia son buenos, y que a veces, el enemigo más cruel es justo el que besa más lento. Aprendí a luchar por lo que deseo, a resistir cuando todo se cae, a no mendigar ternura a quien solo sabe ofrecer dolor.
Él me enseñó a desconfiar incluso del placer. Me enseñó que no todo lo que arde es amor... Y que a veces, la obsesión se disfraza de promesa.
No todo en esta vida es color de rosas.
Siempre hay alguien que llega para joderte la existencia. Y él... él fue mi maldición con rostro perfecto.
Primero fue obsesión
Luego Mi perdición
Porque cuando te das cuenta de que no podés respirar sin alguien que te está matando lentamente, ya no hay marcha atrás. Porque cuando tu cuerpo sigue corriendo hacia sus brazos aunque tu alma grite que huyas, entendés que estás jodida. Hasta el fondo, hasta los huesos.
Me perdí en su sombra, me arrodillé frente a sus promesas vacías. Le regalé mi piel, mis lágrimas, mi rabia... como si amar fuera una forma de sacrificio.
Y él tomó todo.Como si yo le perteneciera por derecho, como si quebrarme fuera un acto de amor.
Después de la obsesión vino el veneno.
Dulce, lento, insoportable. Y aun así, lo bebí con los ojos cerrados, porque aunque lo odiaba, aunque lo maldecía en silencio cada noche, una parte enferma de mí seguía esperando que me salvara del mismo infierno que él encendió.