Obsesión | Bilogía libro ll

CAPÍTULO VIII

Su sangre aún hervía de coraje.

Había tratado de ya no pensar en esa escena que había visto en el baño y regresar de nuevo a Agnes pero al final Valmar se regresó sola.

¿Qué si estaba pensando?

Era evidente que no, de lo contrario otra historia se estaría contando.

No estaba en sus cincos sentidos, no. No podía llegar un simple humano y robarle a esa mujer.

Valmar se había ido furiosa pero luego lo arreglaría. De todas formas sabía de sobra que Valmar no era mujer de un solo hombre.

Subió por el árbol, dispuesto a entrar por la ventana como solía hacerlo cuándo notó que la ventana estaba abierta.

Con cuidado brincó hacía la ventana y entró.

Su cuerpo se quedó igual de tenso que una piedra.

Esa mujer sostenía entre sus brazos a un bebé que sonreía y la miraba con enormes ojos, idénticos a los de ella.

No pasaron ni 5 segundos cuando ella notó su presencia y acercó la niña hacía su pecho, asustada.

No sabía ni que decir, por su mente pasaban mil cosas pero su boca no lograba formular nada.

Cuando su mente se calmó fue cuando finalmente pudo hablar.

—¿Es... tú hija? — preguntó un poco indeciso.

Ella asintió sin mirarlo a los ojos.

— ¿Cuántos años tiene?

— 4 meses.

— Ya veo — miles de preguntas pasaron por su mente, pero había una que resaltaba entre todas — ¿Quién es el padre?

Ella se quedó en silencio hasta que lo soltó.

Él no estaba seguro para escuchar como aquel infeliz con el que la había visto la hubiera proclamado.

— Tú — respondió con voz suave — tú eres su padre.

No supo exactamente qué sintió.

Todo era tan confuso.

 Estaba demasiado impresionado para contar los tiempos pero sabía que no había necesidad de hacerlo, ella no mentía. Algo en su interior se lo decía.

Inconscientemente se acercó a la cama y notó como la pequeña posaba sus ojos en él.

Se jalaba su pequeño cabello rizado mientras que su otra manita estaba en su boca.

Balbuceaba tratando de hablar.

Era sumamente hermosa.

— Cargala — le sugirió aquella mujer.

Estaba un poco indeciso, no quería lastimarla o tirarla.

Ada notó ese miedo en sus expresiones y le fue explicando.

— Con una mano sosten su cabeza y con la otra su espalda mientras la recargas en tu pecho.

Con nerviosismo lo hizo y la tomó en brazos.

Sintió una hermosa calidez al abrazarla.

Olía tan rico, era como tener un pedazo de paraíso entre las manos. No pesaba prácticamente nada.

Brenda sacó su manita de su boca y con ella le tocó la mejilla a Edward.

Edward sonrió totalmente fascinado.

La pequeña imitó su gesto y comenzó a reír con él.

— ¿Cuál es su nombre? — preguntó totalmente perdido en la sonrisa de su hija.

— Brenda, Henrrieta me ayudó con el nombre.

— Brenda... — repitió, le había gustado — Más fuerte que una espada...

Le gustaba el significado de ese nombre, imponente al igual que el suyo.

Henrrieta había hecho trampa, en sus tiempos de niñez le había dicho a ella jugando que cuando tuviera una hija le pondría el nombre de Brenda, igual que su criada. La mujer que lo crió.

La pequeña dió un gran bostezo y se acurrucó en su pecho.

Tomó su dedo, lo metió a su boca para utilizarlo de chupón y cerró los ojos dispuesta a dormirse.

¿Era mimada? Claro que sí.

Cuándo Brenda al fin se durmió, Edward miró a Ada molesto.

— ¿No planeabas decírmelo? 

— ¿Perdona?

— ¿No planeabas decirme que tenía una hija? 

Ada rió irónica.

— ¿Sí hubiera ido hasta tu castillo me habrías recibido? — preguntó igualmente molesta.

— No lo sé, tal vez yo... 

— No digas nada, no tienes derecho después de que nos corriste sin siquiera voltearnos a ver, te fuiste sin importar que tenías mi corazón entre tus manos y tampoco te importó haberlo roto de la peor manera — no pudo seguir hablando porque su voz se quebró.

Aún dolía, dolía demasiado.

A Edward le costó escuchar eso.

Verla llorar le hacía sentir como una basura.

Quiso acercarse pero ella se lo impidió parándose.

Limpió sus lágrimas, tenía que ser fuerte. Ya había hecho suficiente el ridículo viéndola llorar.

— Quédate el tiempo que quieras, estaré en la sala.

Edward iba a levantarse listo para ir con ella pero Ada se lo impidió.

— Aléjate de mí, no me hagas más daño. Ten piedad de mí...

Dios... hoy estaba demasiado sensible.

Edward se sintió mal al escucharla así.

La estaba lastimando.

Edward resignado se volvió a sentar en la cama.

Ada corrió hasta el baño.

Sabía que Edward ya no la quería y el hecho de que tratara de tocarla le parecía un golpe bajo, le daría nuevas esperanzas y eso era lo que no quería.

Solo quería que el dolor de su pecho desapareciera.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

¿Cómo aprendes a dejar de

 amar?

 

 

 

 

 

 



#270 en Fantasía
#1424 en Novela romántica

En el texto hay: romance, venganza, regreso

Editado: 24.11.2023

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.