Obsesión | Bilogía libro ll

CAPÍTULO XIII

— ¡Ya no me quieres! — lloriqueo Valmar echándose en la cama.

Edward se tocó la cabeza frustrado.

— Amor mío... — demonios quería arrancarse la cabeza.

Se dirigió hasta la cama y trató de tocarla pero ella se quitó impidiendolo.

Se limpió su rostro lleno de lágrimas falsas.

— Sabes qué, no me interesa. Me largo. Sharon me trata mucho mejor que esto, me largo.

Se levantó precipitadamente de la cama y acomodó su cabello.

¿Egocéntrica?

Pff... para nada.

La vio partir furiosa y cerrar la puerta sin tacto alguno.

Demonios. No sabía ni como es que soportaba está situación.

Ya a este punto ni siquiera le importaba.

— Luna... — llamó mientras se acostaba en la cama y ponía su brazo tapando sus ojos.

Enseguida un hombre uniformado llegó.

— ¿Sí, diga alteza? — preguntó haciendo una reverencia de respeto.

— ¿Qué has encontrado? 

Ya había pasado tanto tiempo.

Más del que quisiera admitir.

— Nadie ha reportado los perfiles que usted dió, señor — informó sin mirarlo a los ojos.

Suspiró frustrado.

— Bien, puedes retirarte.

El hombre hizo la misma reverencia y salió.

Dios.

Era un completo idiota.

¿Qué estaba pensando en ese momento?

Lo había jodido todo.

2 años habían pasado ya y se sentían un maldito infierno.

— ¿Dónde estas?... — preguntó al aire, sabiendo que no recibiría respuesta alguna.

Era incapaz de no pensar en ella.

En su esencia y toda la fuerza que desprendía.

Y su pequeña hija.

Diablos, si tan solo no fuera tan estúpido.

Se estaba volviendo en la misma calaña que Jarek.

Aquel virus que juró destruir.

Aún sonaba en su mente la mirada de dolor de esa mujer y su desesperación cuando le habían disparado.

Un momento.

¿Qué demonios le habían disparado?

Su cabeza aún le dolía al recordar lo que había pasado en esa pequeña cuestión de segundos.

Sacudió su cabeza y decidió no forzarse a recordar.

No era necesario.

¿Cómo estarían ellas?

Seguramente bien, Conocía a esa mujer perfectamente.

Cuando amaba, lo hacía de corazón, dejando ver su lado más hermoso.

Tan dura como el acero pero tan blanda como una pluma.

Había cambiado demasiado desde la primera vez que la miró.

Antes parecía una fiera lista para atacar tu yugular, pero ahora era más protectora, defendiendo lo suyo con uñas y dientes.

Sencillamente magnífica.

Sonrió.

— Mi hermosa fiera, ¿Dónde estarás?

Estaba completamente decidido a encontrarla.

No iba a cometer el mismo error que su tío.

No iba a ponerle una cadena y tratar de domarla.

Iba a hacerla aruñar su espalda mientras la marcaba a su manera.

La iba a recuperar.

Un anillo en su dedo no se lo impediría.

Miró relucir ese anillo de diamante negro que brillaba entre su dedo.

Un matrimonio no era más que una unión con un mero fin comercial.

¿A estas alturas para que engañarse?

Ya no disfrutaba en lo absoluto de la compañía de Valmar.

Solo era una niña caprichosa que quería ser dueña de todo.

A sus 21 años no era más que una mujer con falta de atención.

Dió varias veces vueltas en la cama.

Casarse sin duda fue la idea más tonta que pudo tener.

Valmar estaba indispuesta a darle un hijo.

No quería perder a sus "colegas".

Reyes que la surtian en joyas y riquezas.

No entendía porque no lo hacía si ella tenía un padre que complacía todos sus caprichos.

Era una de esas avaras que nunca tenían suficiente.

Sin importarle su estado salió a la cocina en busca de cualquier cosa.

En el camino se encontró con el padre de Valmar.

Lo saludó fugazmente pero parecía querer decirle algo porque lo siguió hasta su destino.

Duró un momento en silencio incómodo pero por fin habló.

— Dime Edward ¿Tú sabes que pasó con la chiquilla con la que se iba a casar Jarek?

Estaba demasiado curioso.

Eso despertó la ansiedad de Edward.

— ¿Por qué lo preguntas?

¿Cómo es que la conocía?

El hombre frotó sus manos nervioso.

— La verdad es que estoy bastante intrigado con ella — confesó — Jarek me la presentó y desde entonces no he podido olvidarla.

— ¿Te la presento?

Él asintió.

— Cuando estaba anunciando su compromiso me la presento y debo admitir que quiero saber que fue de ella.

— ¿Ella en que sentido?

— Me gustó para hacerla mi amante. No he podido olvidarla y quiero que sea mía.

Edward sintió esas palabras como un puñetazo.

— Me pareció aún más hermosa verla vestida en oro, peligrosa y excitante a la vez.

Edward no supo ni en qué momento lo sujetó del cuello y lo miró con advertencia.

— Esa mujer no es de nadie. Le tocas un pelo y te mato.

— ¿No se supone que estas con mi hija y que la amabas? — preguntó con dificultad.

Edward apretaba cada vez más y más su agarre.

— Eso no incumbe. Hazme caso o de lo contrario no tendré compasión contigo.

 

 

 



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En el texto hay: romance, venganza, regreso

Editado: 24.11.2023

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