Obsesión Presidencial

CAPÍTULO UNO: REENCUENTROS NADA PLANCENTEROS

Siempre he creído que el amor vence todo, que es la fuerza que nos mueve en el universo; que usualmente somos creados con amor. Sabía que el amor que le tenía a mi nación, mis seres queridos y mis más grandes amigos me harían vencedora en las próximas elecciones presidenciales de Koldien. Ese era mi sueño, mi motivación, mi meta más preciada. Tenía que prepararme diariamente para que, por fin, mi país estuviera en mis manos y cuidar de quien más lo necesita.

Incluso me fue fácil conseguir la candidatura, mi padre fue uno de los más recientes líderes del Partido Regeneración Koldiense, el partido del cual soy parte y aunque hubiera querido que el puesto no se me diera por nepotismo, los contactos eran lo que más importaba y gracias a ellos finalmente podía estar en aquel puesto: Dionne Starwell, candidata a la presidencia de Koldien por el Partido Regeneración Koldiense.

Estaba a días antes de la firma ante el Instituto Electoral y el líder del partido, John Krysten, me había llamado a la oficina para discutir los últimos detalles de la campaña: los discursos, las ciudades y recintos, los candidatos a las municipalidades y provincias y, por último, recalcarme las problemáticas de mayor importancia en el país. Todo parecía bien, hasta que me menciono una jodida cena para conocer a los candidatos de cada partido.

—Lo sé, Dionne, pero para eso es la reunión de hoy —Me decía el jefe del partido, John Krysten—. Hoy conocerás a los demás candidatos en la cena pactada para ustedes.

A la mierda la política, solo quería ayudar al país, o por mientras eso.

Tan jodida era la política en el país que todos los candidatos éramos amigos o nos conocíamos de años, conociéndonos en cenas y borracheras, consumiendo bebidas alcohólicas desde las más costosas hasta las más vulgares, bebiendo hasta que no pudiéramos pensar lógicamente y criticar a los ingenuos que creían que con una simple acción podíamos arreglar la inseguridad o el cambio climático. Sin embargo, esta ocasión, nunca me mencionaron quien carajos eran los candidatos, según por un supuesto acuerdo entre los partidos, pero no les creía en lo absoluto. Ni una simple palabra.

—¿Pero acaso no le dijeron a Monterreal con anticipación cuando él fue lanzado para la candidatura ? —Pregunté molesta, aunque pretendía guardar la calma, prefería conectar mis labios con el cerebro.

—Si, Dionne, pero esta vez entre los jefes de partido decidimos hacer una cena para que ustedes tres puedan convivir y no hacer un accidente como… las elecciones pasadas. —Krysten suspiró ; el accidente del segundo debate presidencial era de lo que no estaba orgulloso, eso les había costado la gubernatura hace ocho años a los del partido.

Tremenda pérdida de dinero para al final no llevarse unos millones extra.

¿Por qué ocultarme tanto a los candidatos? Habían prohibido que viera las noticias, ya que estaban llenas de los demás candidatos y líderes de partidos. Sin embargo, decían que era para que no hubiera conflictos personales y tuviera un enfoque crítico, imparcial.

Imparcial.

Era alguien del pasado, alguien que ya conocía, incluso ya tenía una lista de quienes pudieran ser: compañeros de la facultad de Derecho, amigos de la facultad de Ciencias Sociales y Políticas, o incluso diputados o senadores importantes de cada partido. Asumí que tal vez hasta eran algunos de sus amigos y el partido no deseaba crear una enemistad entre nosotros. Eso crearía una mala imagen ante el pueblo, aunque para ellos pan y circo. A pesar de que dentro del circulo de la socialité Koldiense las malas lenguas hablarían.

—Carajo Krysten, estoy hasta la puta mierda de que me oculten quienes son los demás.

Después de una hora, decidí retirarme e ir a descansar a mi casa. Tomé mi coché y manejé por la carretera al residencial donde vivía. Llegué a vivir a ella desde que me independicé al entrar a la Universidad Nacional Koldiense, nunca olvidándome de mi familia y visitándolos cada fin de semana que podía. Me gradué con honores para honrar la fama académica de mis padres, de los que los maestros más antiguos y directivos hablaban positivamente. Recordaba cada vez que un maestro escuchaba mi apellido y decía: “Starwell? Entonces debes ser igual de inteligente que tu padre.” Para después ellos reír y apoyar su mano en mi hombro. Inmediatamente al terminar mi carrera, por mi promedio final y muy probablemente el nepotismo, inicié inmediatamente a trabajar en un reconocido bufé de abogados hasta que decidí dedicarme a la política como la mayoría de mi familia. Quería valerme por mi misma y ya no depender del apellido Starwell. Crear una nueva imagen o dinastía, yo que sabía en ese entonces, solo no quería depender de mis padres y ser su sombra, lo odiaba desde que en la universidad dependía de mi apellido y las expectativas que cargaba con este.

El camino hacia casa fue tranquilo, aunque internamente mi mente era un infierno, preguntándose quienes serían los otros candidatos, sus conexiones, su popularidad y su manera de tratar a los demás, así que cuando pude llegar me dirigí al baño de mi habitación, tomando una larga ducha de agua helada. Las duchas hacían que cantara a todo volumen, bailara, o incluso imaginarme lo que diría en un debate y así darles una paliza a mis contrincantes, haciendo una gran participación y hacer que odien al que tiene el currículum más cuestionable. Sentí la temperatura fría del agua recorrer encima de mi cuerpo, concientizándome de mi entorno, pues esa noche conocería a mis contrincantes.




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