Obsesiones que matan | Serie: Sqm 1

18. La hemos jodido en grande

» Y no hablo del resultado, hablo de la situación que nos hizo esto, sin querer la hicimos más grande y complicada «

1 mes después

Mientras me mantengo recostada en la cama viendo cómo Ran va y viene de la habitación al armario, del armario al baño y viceversa. Pregunta cómo le queda ese color de corbata o si talvez el saco no es el indicado, pero al final de cuentas el mismo decide que le queda bien y que no.

Lo miro mientras se prepara, en absoluto silencio mientras el se habla ya no exigiendo una respuesta, solo con la seguridad de que lo estoy escuchando. De nuevo un dolor viene a mi cuerpo, había sido recurrente estos últimos días con más frecuencia.

Cuando él viene hacia mí, me trago cualquier malestar para no alertarlo.

—Bueno, tengo que irme mi ángel. Reimon y yo tenemos un par de tratos que cerrar hoy, si todo sale bien. Obtendremos más dinero del que pensamos.

—Dime la verdad, ¿Es un negocio sucio?

Escala la cama hasta llegar a donde estoy entre las sábanas y me toma la mano para jugar entre mis dedos.

—Lo sabes, la mitad de nuestros negocios lo son y jodidamente son los que mejores ganancias dejan, este es para poder tener más territorio y mandar cargamentos más grandes de drogas a Europa sin meternos en problemas con las mafias de allá.

—No me gusta esto Ran.

—En este mundo hay dos opciones Becca. Sobrevives y sigues adelante con lo que la vida te ofrece así sea malo o mueres esperando tu momento de suerte. Y el tiempo es oro, es lo único que nunca debes perder.

Me deja un corto beso en los labios y se queda a centímetros de mi cara recorriéndome con los ojos. Deja un beso en el costado de mi cuello y acaricio su cabello con mis dedos.

Él tenía razón, debía sobrevivir con los que la vida me daba y en este caso, era el amor ciego que él tenía hacía mí.

—Quiero salir hoy. —se despega bruscamente de mi contacto.

—No, sabes que todo menos eso.

—Vamos, solo quiero ir a un lugar a comprar unas cosas.

—Pídeles a los guardias que las traigan para ti.

—¡Son cosas de mujer! Me da vergüenza.

—Pídemelas a mi entonces, antes me mandabas por tus cosas a la farmacia para cuando "venía Andrés" ya me has hecho pasar vergüenza.

—¡Pero ahora es diferente! —vuelvo a chillarle— solo déjame que yo misma vaya, no importa si quieres ponerme veinte guardias y un GPS solo deja que al menos yo vaya por eso.

Me mira serio, repasando si esto sería buena idea o si le volvería a jugar una escapada suicida como la otra vez.

—No voy a escapar. —levanto la mano como si fuera alguna jura a la bandera— lo juro.

Rueda los ojos y va al vestidor por algo, por un instante pienso que todo ya se pudo haber ido al carajo, pero vuelve y me toma la mano para ponerme algo en ella.

—Úsala —la veo y es una tarjeta de crédito con mi nombre— es una de mis extensiones, y cuando digo que la uses no es para escapar. Porque si lo vuelves hacer, haré que quieras arrepentirte y desees haberlo pensado mejor.

—Si, sí. Como sea.

—Te acompañarán cuatro guardias que te esperarán a la salida de cada lugar al que quieras entrar para darte "privacidad" debería de llamarte señorita vergüenza. Tienes más de veinte años y aún te avergüenza que te sangre algo cada mes. Madura Wester.

Le golpeó el hombro y le hago un puchero, él se ríe e intenta abrazarme, pero me alejo, aunque no se queda con eso y me toma el brazo para hablarme a él de nuevo.

—De verdad te pido, que no huyas. —susurra y más que una orden es una genuina petición— estamos en un mal momento, lo sé. Pero todo siempre mejora. Me decías eso siempre, así que recuerda tus malditas palabras.

Trato de alejarme, pero me toma de la nuca para besarme, no puedo seguir su ritmo tan devorador y tampoco puedo rechazarlo, así que solo me quedo estática hasta que él ya tiene suficiente y se aleja por cuenta propia.

—Debo irme, vendré por la noche seguramente. Sal con cuidado.

Toma sus cosas y sale de la habitación, dejándome completamente sola con mis pensamientos. Me mantengo unas horas más sin hacer nada, hasta que llega la una de la tarde y me arreglo con unos jeans y una sudadera para salir de compras.

Tomo la tarjeta y la meto en mi cartera de mano, bajo a la entrada principal y nomás poner un pie fuera todos me miran como si pisara donde pisara, una bomba explotaría. Un valiente se acerca a mí. Después de todo, nadie se acercaba a más de cinco metros, solo Reimon y Ran eran los únicos hombres a los que podía tener así de cerca.

—Señora, ¿Saldrá ahora mismo?

—Así es. ¿Algún inconveniente?

—No, él señor Ran nos indicó que la acompañáramos por sus diligencias, permítanos traer el auto para usted.

Asiento y le hace señal a uno que sale casi corriendo por lo pedido, cuando la camioneta de Ran se estaciona frente a la casa me pongo la mano en el rostro, esto era exageración. Yo no era algún tipo de celebridad para viajar con tanto lujo y arrogancia.




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