Obsidiana

Capítulo 17 → De vuelta a la realidad.

Mamá…

Mamita…

Ven cariño, te he estado esperando.

Mi cuerpo se siente pesado. Pero pesado mal, pesado como si me hubiera aplastado una aplanadora y yo estuviera tirada en el centro de la calle, inconsciente y completamente maltratada, a la deriva.

Sentí la boca pastosa y una terrible sed que me secaba la garganta por completo. De alguna forma no podía abrir mis ojos, estaba consciente pero no podía abrirlos.

Acaso… ¿¡Me ha dado parálisis del sueño?

Diosito, por favor, permite que el alma despiadada que se ha subido sobre mí siga la luz y encuentre su descanso eterno.

Me replanteé iniciar con diferentes rezos, unas cuantas veces el Padre Nuestro y un par de Aves Marias para ver si funcionaba, sin embargo, una voz muy conocida para mí me hizo sentir más aliviada, como el cántico de los ángeles..

– Hoy nos solicitan permiso para continuar colocando los sueros vitamínicos para Elle. Estoy ciertamente muy preocupado. Enana, ya despierta.

Jens, aquí estoy. Intenté ordenarle a mi cuerpo moverse, al menos un poco, un dedo.

Nada.

Oh no. Mi pobre y precioso hermano mayor se siente preocupado y yo estoy aquí, sin ser capaz de abrir los ojos porque no sé qué diablos me sucede o qué me lo impide. Me he sentido algo en la nebulosa todo este tiempo, consciente, pero al mismo tiempo incapaz de hacerme cargo de mí misma.

A todo esto, ¿por qué me encuentro con los ojos cerrados? Quiero abrirlos, necesito abrirlos.

¿Cuánto tiempo ha pasado desde que escuché la voz de Jens? ¿Un minuto? ¿Una hora? No tenía ni idea, no he tomado el tiempo y escuchando el tic tac del reloj se me hace ciertamente complicado poder determinar el tiempo exacto.

He intentado mantener la consciencia todo lo que puedo en pequeños intervalos. Tengo que despertar, tengo que hacerlo.

Ven, cariño. Te he estado esperando.

La dulce expresión de mi madre me sonríe, puedo ver su fino rostro frente a mí.

¿Otra alucinación? Sus cobrizos cabellos ondeando a cada lado de su pequeño rostro de muñeca y esa expresión pacífica que me mira. Su sonrisa me llena de calidez, me da luz y vitalidad al mismo tiempo.

Despierta, mi pequeña lucecilla. Debes despertar.

Ya lo sé, debo hacerlo.

Debes…

Intenté, lo hice. Ordené a mi consciente que me devolviera el control de mi cuerpo.

…Despertar.

Como si hubiera sido una orden mis ojos se abrieron, acatando las palabras de Ainara O’Neil como una ley marcial e inquebrantable.

Por unos segundos me vi cegada por la luz de la habitación, el brillo me forzó a entrecerrar parcialmente los parpados, protegiéndome hasta acostumbrarme a la luminaria que se encontraba adherida al cielo raso del techado de la habitación.

La contemplé, de forma casi desesperada recorrí cada rincón y definitivamente NO era mi habitación. Miré a mi alrededor, escaneándolo todo, lo primero que vi fueron camillas a mi lado. A mi brazo se conectaba un suero a través de una aguja, que sellada con cinta médica apretaba mi brazo, causándome algo de daño. Y al otro lado… En cuanto lo vi, abrí mis ojos como si hubiese visto al mismísimo demonio sentado.

¿Han escuchado la famosa expresión de: abrir los ojos como platos? Bueno, en este momento de la vida, mis ojos deben ser los platos más grandes que han existido nunca.

Quise hablar, probablemente demandar una explicación al ver a Einar sentado, casi desparramado a mi lado. Pero lo único que pude modular fueron un conjunto de balbuceos y jadeos sin sentido, como un maldito mudo queriendo expresarse por primera vez y fallando terriblemente en el intento.

Einar despertó, obvio que lo haría.

Maldita sea, ¿por qué a mi?

Mis alaridos eran una porquería, me miró y se incorporó con cuidado de la silla, acercándose mucho más a mí, cauteloso.

– Ey, ey… Hola. Has despertado al fin. ¿Cómo te sientes? –mi cuidador asignado se acercó a mí, con la palma de su mano delineó mi brazo y yo sentí un cosquilleo que me erizó la piel y me recorrió entera.

Por Dios.

Al no obtener respuesta de mi parte, se inclinó poco a poco sobre mi rostro y yo… ¿Y YO? Pues nada, solo abrí desmesuradamente los ojos y rogué a Diosito que esto fuera una pesadilla y que el muerto que me había impedido abrir los ojos me vuelva a sumergir en mi sueño infinito de inconsciencia.

Einar solo unió su frente contra la mía, sus ojos se cerraron y yo aproveché ese instante para ver con lujo de detalles la magnificencia de su rostro, la condenada belleza masculina que tenía ese hombre. Largas pestañas, cejas perfectas.

–No tienes más fiebre, eso es bueno. –tomó distancia nuevamente, –para mi mala suerte– y continuó mirándome. – Supongo que aún estás algo conmocionada.

O sea, ¿hola? Con lo que acababa de hacer me sorprende que no me haya dado un infarto ahí mismo.

–¿Qu-?

–¿Qu? –me imitó y yo lo penetré con la mirada. ¿Acaso se está burlando de mí?

Diablos. ¿Cuánto tiempo he estado dormida? Con dificultad intenté incorporarme, no lo conseguí, obviamente.

Apenas y logré impulsarme un poco, lo suficiente como para que mi cuerpo decidiera decirme: Hell no, y me empujara nuevamente a la cama, jalándome con egoísmo y forzándome a dar un tirón de ambos brazos en busca de un apropiado equilibrio. Ese tirón me hizo deformar una mueca de dolor. El catéter que penetra mi vena había sido mi verdugo.

Miré mi brazo y la marca violácea me hizo fruncir el ceño. ¿Cuánto tiempo he estado inconsciente?

–Tranquila, acabas de despertar. ¿Quieres algo? ¿Quieres… Agua?

Me sentí realmente frustrada. Frustrada porque me sentía como bambi cuando nació, completamente inútil y sin saber qué demonios había pasado. Me sentía frustrada porque de todas las personas a las que pude encontrar en mi despertar, no eran ninguno de mis imbéciles, era el otro imbécil, un imbécil que no quería ver porque me había traído problemas con Amelie. Un imbécil que me confundía.




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