Obsidiana

Capítulo 18 → Miradas que matan.

El nerviosismo es algo propio de todos los seres vivos. Es una reacción negativa y adversa de la confianza de una persona, el quiebre de la seguridad y el temor de sucesos que pueden o no ocurrir. Yo ahora mismo me siento nerviosa, nerviosa de saber lo que ocurrirá, nerviosa por ese cambio que probablemente me haga sentir más distante de todos.

Me encontraba de pie a las afueras del enorme edificio que me contendría por algunas horas en lo que resta del año.

Muchos estudiantes iban y venían a mi alrededor, esquivándome porque, bueno, estaba ahí de pie delante de la pequeña escalinata, enviándole órdenes a mi cerebro para que avance, más sin embargo, este solo tenía un colapso y me retenía como si acabase de fusionarme con el concreto y fuera una sola con el empedrado del exterior.  

–¡Elle! ¡Al fin!

Esa dulce vocecilla cual coro de ángeles me hizo voltear apenas lo suficiente. No fui tan rápida como ella, la efusividad con la que Polaris me abrazó me hizo sentir tan bien. Le correspondí el abrazo desde luego y ambas nos quedamos chillando como un par de animales extraños, ignorando olímpicamente las miradas extrañadas de quienes pasaban a nuestro alrededor, mirándonos como wtf.

–¿Cómo te sientes? Me habría encantado visitarte ayer… Tuve una reunión importante con el consejo escolar.

El puchero con el que me dio su excusa me hizo sonreír.

–Estoy bien, pequeña. Y no te preocupes, ayer fue un día… Bastante extraño. –me ericé como un gato salvaje al recordar quién había estado a mi lado cuando desperté. Sacudí mis pensamientos enviándolos a Narnia, muy dentro del ropero y lejos de mi primer día de clases formal.

–¿Extraño? ¿Por qué?

No quería alimentar ese fanatismo que Polaris sentía ante las atenciones que tenía Einar hacia mí. De hecho, quería mantenerme lejos de eso.

–Ellery, bienvenida.

–¿Cómo estás, Ellery?

–¡Te ves bonita hoy, Ellery!

Vale. ¿Qué demonios está pasando? Avanzaba por el pasillo sintiéndome en la dimensión desconocida cuando algunos estudiantes pasaban a mi lado y me saludaban como si hubieran sido amigos míos de toda la vida.

Me daba repelús.

Como si no fuera la primera vez que los veía, como si muchos de ellos no me hubiesen volteado la cara y esquivado mi presencia como si fuera una leprosa a punto de contagiarles un ébola super evolucionado.

–Polar… ¿Qué diablos está pasando?

–¿Huh? Ay, que bonita – Polaris acarició mi cabeza y me sentí estúpida. Es decir, ¿era tan fácil que aún no lo veía? – Así ha sido desde que pasó el baile.

Algo me conversó Axel al respecto. Incluso Jens, ambos me habían dicho que me iba a sorprender el cambio de las personas. Incluso te lo insinuó Einar. Sí, me lo insinuó él y aun así me porté como un animal.

¿Es que acaso el karma me estaba atacando de una forma extraña? Era inusualmente agradable.

Agradable porque era lo que esperaba, muy en el fondo era lo que quería. Vivir un último año escolar sin sentirme presa de malos tratos, sin tener que esconderme en mi habitación como una chica emo depresiva que no puede salir al mundo porque el mundo estaba contra mi –literalmente hablando–, poder caminar sin temor a que me quisieran lanzar por una ventana o por una escalera.

Vale eso último fue un tanto exagerado. Pero entienden mi punto.

Y por otro lado era extraño. Me hacía creer que estas personas eran genuinamente racistas. En todo el sentido de la palabra, excluyendo a seres humanos por el simple hecho de ser eso, humanos.

Pude haber continuado con mis divagaciones y mis análisis mentales profundos de no ser por una mano que, literalmente, me revolvió la cabeza como si fuera un tornado y dejó mis cabellos alborotados. De forma automática extendí mi codo y golpeé el estómago de mi atacante.

–Maldi-tasea.

Bingo.

–No te metas nunca con el cabello de una chica, tonto. ¿No has aprendido eso? Tsk.

–¿Por qué no puedes ser como las chicas normales y solo quejarte?

Enarqué una ceja. – ¿Alguna vez has escuchado mis quejas y dejado de fastidiarme?

–Nope.

Hice una mueca por la evidente respuesta que ya esperaba.

–Entonces cálatela, Axel.

Mientras mi hermano se brindaba confort por mi reciente atentado, yo lo miré con diversión. Siempre nos hemos llevado de esta forma desde siempre. Sin embargo, pude ver calma en su mirada. Probablemente felicidad al poder tenerme a su lado con normalidad.

Era una especie de norma muy nuestra, estábamos muy acostumbrados a convivir en el mismo espacio desde que existimos.

–¿Qué te parece?

–¿El recibimiento o tu forma de fastidiarme el día de hoy?

–Sabes a lo que me refiero.

–Es extraño… Me resulta un poco...

–¿Falso?

–Sí. Es por eso que me genera un poco de incomodidad. Supongo que solo debo acostumbrarme.

–Yo empiezo a hacerlo. Pero ve el lado bueno, tenías una pequeña hada contigo antes que todo.

Axel enredó su dedo índice entre los degradados rosa del cabello de Polaris y luego los liberó en una pequeña onda. –  Honestamente, belleza. ¿Cómo aguantas a mi hermana?

–Yo te aguanto y no me quejo con ella al respecto.

Polaris se encogió de hombros y negó con la cabeza entre risas.

En compañía de esos dos me dirigí a mi primera clase, completamente llena de energía y de ánimo.

No tenía más miedo, el nerviosismo en mí se había desvanecido. No sabía si era por la compañía o por el hecho de que, en verdad, podía sentirme libre y sin preocupaciones sobre malos ambientes a mí alrededor.

Mi primer día fue más que satisfactorio, al menos hasta ahora. No me había perdido más que la parte introductoria de las clases pasadas y eso me aliviaba de sobremanera. No quería tener que recibirme con una calificación mediocre. En cuanto las clases acabaron y el maestro se retiró del salón, Axel organizó sus materiales con la rapidez de un rayo y, con un seco nos vemos, se perdió tras salir del salón.




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