—Aquí está mi amigo.—Le respondía muy amable al dárselo.
Se lo bebió de un solo trago haciendo gestos de un ligero ardor en la garganta. Era la actitud de un hombre que solo desea sentir algo para contrarrestar el dolor y los pensamientos que lo matan por dentro. Ningún entrenamiento te prepara para perder a alguien y mucho menos a la persona que se ama. Se convirtió en una tortura inigualable que solo el alcohol ofrecía calmar pero solo por momentos.
—Dame otro por favor.—Lo pidió sin levantar la mirada.
El cantinero lo miró. En aquel puerto era común atender a personas con grandes vicios por la bebida, pero él sabía diferenciar entre un vicio y un hombre que se esforzaba por superar un dolor.
—¿Muchas penas mi amigo o está solo por estrés?—Preguntaba el cantinero mientras servía su pedido.
—Un poco de ambas, solo quiero olvidar por un momento todo.
—Bueno, no es muy común que alguien quiera emborracharse tan temprano y sólo. Así que tu pena debe ser demasiado grande.—Tenia una mirada amable, se podría decir que le gustaba su trabajo.—No me gusta meterme pero las personas sienten un alivio cuando lo cuentan a un desconocido, yo también estoy para eso.
—Gracias pero no es algo que se solucione hablando.—Se bebió el segundo vaso de la misma forma que el primero.—Este es uno de esos daños que te azotará toda la vida.
El lugar estaba perfectamente ambientado. Había muchas personas cantando, bailando y comiendo. La gran mayoría iba ahí para divertirse y no para perderse en las penas. Aquel sitio manifestaba mucha vida, lastimosamente no fue suficiente para contagiar al marino. Había que el cantinero intentó un poco más.
—Escuha amigo, cuando vivimos una situación mala creemos que no tiene solución, pero no es así.—Comenzó a hablarle con interés, cómo si fuera un amigo o un terapeuta.—Si es cuestión de amor todos nos equivocamos. Si ella está enojada ya se le pasará y si no solo dile lo que sientes y la vida te ayudará a sanar.
—Y si ella no está para decirle lo que siento?—Su tono se rompía con cada palabra.
El cantinero solo se compadeció de él, no entendía del todo la situación pero si experiencia le hizo imaginar lo que tenía en ese estado a aquel hombre.
Alexander seguía bebiendo y pidiendo alcohol como para no despertar nunca. No le importaba si era whisky, ron, cerveza, todo parecía funcionar por ratos.
La noche empezaba a asomarse en el bar. Ya había mucha más gente que cuando Alexander había llegado a soltar sus penas. La música sonaba fuerte, el baile había comenzado, las luces daban ese toque de fiesta y las personas continuaban divirtiéndose.
Pero sin importar lo que aquel lugar ofrecía para despejar la mente, el marino seguía hundido en sus penas.
—Yo no la pude salvar.—Platicaba Alexander ya bastante ebrio al cantinero.—Dime, dime, ¿Cómo puedo solucionar eso? Tú, consejero del amor.
El cantinero no decía nada, no por mala educación si no porque estaba atendiendo muchos pedidos y no podía prestar la atención adecuada. Había sentido un compromiso con aquel desconocido para ayudarle.
—Tú me ofreciste tu ayuda y ahora te vas, te vas como todos lo hacen.—Tenía un tono de borracho muy notorio.—Todos me abandonan…
—Tranquilo amigo solo estaba atendiendo unos pedidos.—Regresó el cantinero aún apurado.—Pero tienes razón, no tengo ningún consejo para tu historia. No me imagino pasar por lo mismo que tú. Ver morir a mi prometida en el mar, sin poder hacer nada. Debes de sentir una gran impotencia. Entiendo tus ganas de emborracharte.—Sirvió una copa más.—Esta va por mi cuenta amigo.
—¡La extraño mucho!, el alcohol no está ayudando.
—Lo único que te puedo decir es que aproveches esta noche para distraerte y brindar por ella. El tiempo te ayudará a superar esto.
—¿Qué hago, bailar? No tengo con quien, solo que lo haga con su fantasma.
Alexander se levantó para gritar: “¡Brindo por ella y los que ya no están!, ¡Salud!”
Lo hizo en un tono gracioso y todos en el bar se divertían con sus palabras. A pesar de estar muy borracho parecía que su carisma aún lo conservaba. Se paraba en cada mesa para brindar y contar que extrañaba a su prometida. Aunque pocos entendían el contexto pensando que era el típico hombre infiel que fue descubierto antes de la boda. Aún así le aceptaban el brindis y le seguían la plática.
“¡Brindo por todas las mujeres hermosas que hoy están aquí… vivas” Gritaba con una voz muy animada para solicitar el beber.
Alexander no escuchaba nada de lo que le decían, el nivel de alcohol que llevaba encima era suficiente para que él se moviera de un lado a otro solo gritando y bebiendo. Hasta que se detuvo en una mesa que estaba vacía, su vista se quedó firme en la puerta de la salida. Sus ojos veían a su prometida como si fuera un espíritu que lo visitaba. Ella tenía un vestido muy hermoso color azul que él nunca le había visto. Se talló los ojos para volver a mirar y ahí estaba ella nuevamente, pero está vez solo dió la vuelta y salió del lugar para desaparecer de su vista.
Entonces Alexander movió la cabeza como para que la borrachera se fuera y dió la vuelta para llegar a otra mesa donde había dos hombres bebiendo. Se quedó viendo fijamente a este par y decidió acercarse para olvidar el espíritu de Rut.
—¡Yo te conozco!—dijo Alexander mientras señalaba a uno de ellos.
Alexander se acercó a la mesa para señalar nuevamente al hombre que estaba con la cabeza baja, como si estuviera deprimido.
—Yo te conozco, tú eres el marino que rescatamos de esa tormenta.
—Amigo por favor vete de aquí, traje a mi hermano para que se distraiga de lo que vivió.—Le interrumpía el segundo hombre de la mesa.—No para que le recuerdes ese tormento.
—¡Mírame!—Insistía con un tono duro.—Yo soy el que te arrojó la cuerda y mi prometida es la que te amarró para subirte al barco. La que dió su vida para subirte ahí.