Intentamos tocar la puerta pero estaba tan mal construida que casi se caía dejando una gran aventura por la cual pudimos ver el interior. Parecía estar vacío pero entramos siguiendo el rastro de sangre. El lugar era muy pequeño y solo había un poco de granos tirados y mucha paja en montones. Caminamos hasta una habitación trasera donde el rastro de sangre terminaba. Nos dimos cuenta que era una mesa de madera cubierta con paja. El anciano se escondía ahí dentro mientras resistía el dolor de sus heridas. Cuando quitamos la paja y nos vió empezó a suplicar.
—¡No me hagan daño por favor, yo no sé dónde está ese dinero, mi esposa lo recibió y lo escondió en la isla!—Gritaba desesperado sin abrir los ojos para ver que éramos nosotros.
—Tranquilo, no te vamos a dañar.—Le intenté tocar su mano pero cuando la sintió la quitó por el temor.—Soy yo, el que te salvó allá arriba.
—¿Qué quieren de mí?—Preguntaba muy nervioso y siempre a la defensiva ese pobre hombre.—Yo no tengo el tesoro, ya se los dije.
—No te buscamos por ningún tesoro, queremos algo más valioso.
— ¿Qué cosa? Yo no tengo nada de valor, déjenme en paz.
—Lo único que necesitamos de ti es información.—Respondí mientras le tocaba sus hombros para calmarlo.—A cambio te daremos protección de esos hombres y te ayudaremos a sanarte.
—Qué necesitan saber?—Seguía con su tono de voz nervioso.—Que sea rápido, necesito esconderme de esos malditos piratas, estoy seguro que vendrán a buscarme aquí.
—Piratas dijiste?—Preguntó sorprendida Rut y un poco incrédula.
—Si, esos malditos y su capitán son unos verdaderos rufianes, estas yeguas están plagadas de esa peste que se creen dueños de todo. Ustedes tuvieron suerte de sobrevivir pero les recomiendo que se vayan lo antes posible. Ese capitán Rock es un b*st*rd* muy persistente, no abandonará la isla tan fácil, la quemará toda si es necesario hasta que encuentre lo que vino a buscar.
—Suena a una persona muy terrible.—Continué con la conversación.—La cosa es que llegamos aquí por accidente y no sabemos cómo salir de este lugar. De hecho la palabra piratas es una leyenda de dónde venimos.
—No importa de dónde vengan, ni que tan raros luzcan, si se meten con esos hombres lo pagarán muy caro, así que por favor déjenme en paz.—Miró un poco a sus rostros y vió desesperación, nobleza y buena voluntad en ellos. Así que decidió darles lo que buscaban.—Estamos en una isla que se llama Bárbaros, pertenecía al imperio inglés pero por la guerra la han dejado desierta. Los habitantes que nos quedamos, la mayoría han muerto. Solo quedamos mi esposa, dos jóvenes que no aguantaron y salieron al mar por su propia cuenta y yo. Bueno ahora solo quedo yo pues mi esposa la han matado esos imbéciles. Y aunque soy viejo pretendo vivir algunos años más y preferiría hacerlo tranquilamente.
—¿Ha visto alguna vez o sabido de una tormenta que arroja unos rayos color violeta?—Decidí preguntar directamente.
—En el mar existen cosas muy extrañas, infinidad de tormentas y todas diferentes pero en esta costa, no he visto ninguna con esos colores. Lo siento mucho.
—Por favor trate de recordar, llegamos aquí en nuestro bote después que esa tormenta nos tragara, debieron ver algo en ese entonces.
—No joven, no logré ver una tormenta asi, llevamos días escondidos de esos piratas corriendo de un lado a otro y en todos estos días no ha llovido.
—¡Eso no puede ser posible!—Dijo mi compañero Carlos al escuchar la respuesta del anciano.—Llegamos aquí por alguna razón, debe haber una respuesta de cómo fue posible.
—Cuando el atardecer estaba por extinguirse ayer, un destello color violeta se vió en el cielo, pero solo eso. Además son muy comunes, a veces son verdes, azules, violetas, la naturaleza trae esos regalos.
—Eso puede ayudar, díganos más de esos destellos por favor.—Carlos parecía emocionado ante sus palabras. Lo que nunca imaginó es que serían las últimas para él.
De pronto se escuchó un pequeño impacto. Una bala había perforado la puerta y después el pecho de nuestro compañero. Esos hombres a los que les decían piratas estaban afuera y sin que nos percatáramos, habían rodeado el terreno y su capitán dió un tiro con el propósito de eliminarlos.
—¡Carlos!—Gritamos desesperados.—¡Por favor resiste amigo.
—¡Están aquí, les advertí!—Se puso bastante desesperado el anciano.—Vamos a morir, es nuestro fin!
Tu prometida y Rubén se refugiaron inmediatamente para ponerse en guardia sacando sus armas. Mientras que yo me quedé en el suelo reteniendo entre mis brazos el cuerpo de mi amigo caído que se esforzaba por respirar.
—¡Aguanta por favor, te sacaremos de aquí!—Él me había salvado antes de esos mismos hombres, lo más que podía hacer era devolver el favor y salvarlo. O al menos eso quería hacer pues al poco tiempo dejó de respirar. La bala había perforado uno de sus pulmones, fue un tiro certero.
Al verlo caer me llené de coraje, tomé mi arma y sin pensarlo salí a vengarme de esos bastardos.
—¡Espera, no salgas!, ¡Son demasiados!—Me suplicaba Rut ante lo que yo iba hacer.—¡Tenemos que agruparnos, no hagas tonterías!
Pero en esos momentos nada me importaba más que sacar mi ira matando yo mismo al que le disparó a mi amigo. Salí y comencé a disparar, en esos momentos la superioridad de mi arma jugó a mi favor. Ellos estaban arriba, detrás y enfrente de la choza así que me enfoqué en los de enfrente. Disparé tantas balas como pude hasta que sentí que los rufianes de arriba comenzaron a dispararme. Afortunadamente para mí ocurrieron dos cosas que me salvaron, la primera es que no tuvieron buena puntería y la segunda que a Rut y Rubén se les ocurrió disparar hacia arriba. El material de la choza era madera y paja así que las balas penetraron fácilmente provocándoles bajas a los enemigos.