Steven Gypson ya no estaba en donde lo había dejado.
El marino lo buscó desesperadamente por el área. Se le hacia raro que él pudiera avanzar por su propia cuenta así que pensó lo peor.
Entró al bote con la esperanza de verlo ahí pero no tuvo suerte, parecía que se había esfumado.
Analizó si faltaba algo ahí pero todo estaba en orden.
El equipo médico, las armas, la ropa, lo único que faltaba eran las cosas del profesor.
Se lamentó por haber tenido aquella distracción que le hizo perderlo de vista. Se entretuvo mirando el barco antiguo y sus alrededores.
Ahora sabía dónde estaba pero a costa de perder a su gran compañero.
Regresó a la zona donde lo había dejado y trató de buscar pistas.
Al revisar pudo ver huellas en la arena que no eran de ellos y que se dirigieron a la dirección opuesta que el había tomado.
Eran muchas lo cual significaba que habían sido muchos hombres los que raptaron al profesor.
Alexander se quedó analizando sobre qué podía hacer.
Ningún lugar era seguro, no debían quedarse más tiempo del necesario.
Tampoco podía irse al mar pues el bote estaba atorado y él solo no podría empujarlo. Además tampoco iba a abandonar al profesor, no había ido a buscar a una persona para perder a otra.
Después de un rato tomó su decisión; Tenía que ir por el profesor.
Tomó su equipo con la mayor cantidad de armas posibles. El resto de cosas las guardó en el bote y cerró la cabina con él código de seguridad. Ahora solo él podría entrar.
Caminó por la arena siguiendo las huellas. Lo hacía lentamente pues no quería que lo sorprendieran. Como todo buen marino comenzó a utilizar técnicas de sigilo.
Las huellas iban muy lejos. Los que se llevaron al profesor habían avanzado muchos metros a una gran velocidad. Sin duda conocían el terreno muy bien.
A lo lejos pudo ver que había unas cuevas, era muy probable que lo hubieran llevado ahí. Para él significaba un gran problema porque se trataba de un lugar cerrado con muchos enemigos, no iba a poder rescatarlo tan fácil.
Es verdad que se había preparado muy bien llevando todo ese equipo, pero no quería desperdiciarlo. No sabía que tanto podía tardar en recuperar a Rut, por ello tenía que ser precavido con sus recursos.
Se escondió detrás de unas rocas, ahí donde podía observar perfectamente la entrada de la cueva.
Pudo ver cómo dos hombres salieron de ahí y caminaron hacia el mar. Estaban armados con escopetas. Pensó en seguirlos para atacarlos poco a poco pero pensó que valía más la pena seguir observando el lugar.
Después de un rato ya no hubo movimiento y esto le provocó inquietud, le estaba obligado a adentrarse.
Bajó sigilosamente de las rocas y caminó hacia la entrada de la cueva con mucha precaución.
Se asomó y pudo ver que no había nadie cerca, entonces decidió avanzar lentamente para averiguar.
Cuando lo hizo pudo ver que el lugar era mucho más grande de lo que había imaginado. La cueva estaba alumbrada por antorchas unidas a la pared en una distancia de dos metros unas de otras. Eso facilitaba la visión de los que ahí entraban. Pero Alexander tenía un truco más, llevaba su propia arma con linterna. La encendió y esta generaba una luz mayor a la que las antorchas podían proporcionar.
Con esta nueva ventaja se adentró a la cueva. El camino era riesgoso ya que no iba recto, tenía que ir hacia abajo. Conforme avanzaba, el calor comenzó a ser mayor, parecía que bajaba al mismo infierno.
El ruido que generó era inevitable, al caminar pateaba pequeñas piedras que caían rodando y chocando entre ellas. Por más que trató de impedirlo no pudo hacerlo.
Siguió bajando hasta que llegó a un terreno más estable, ahí solo tenía que continuar recto, la iluminación le seguía ayudando.
Llegó hasta un punto en donde vió muchos barriles almacenados, además de múltiples costales apilados. Aparentemente no había nadie ahí así que siguió avanzando.
Llegó hasta donde topó con pared, ya no había a dónde ir. Ese lugar solo servía como almacén de esos productos.
Las personas que habían raptado al profesor, no lo habían llevado ahí.
Se dió la vuelta para regresar por dónde había ido, pero escuchó que dos hombres iban a su dirección. Ellos estaban conversando muy fuerte así que no esperaban tener un intruso.
Alexander se escondió detrás de los costales y aguardó ahí esperando el momento ideal para salir.
—Este cargamento nos va a dejar buenas ganancias.—Dijo uno de los hombres al llegar.—Tenemos mucho producto está vez.
—Espero que sí. Últimamente ha bajado mucho el precio del ron y azúcar.—Le contestó el otro hombre desmotivado.—Deberiamos dedicarnos a saquear barcos como antes y no al contrabando.
—La capitana sabe lo que hace.—Respondió su compañero.—No en balde ha llegado hasta donde está hoy.
—A veces pienso que ha perdido la brújula.—Le respondió con tono seco.—Creo que sus mejores días ya pasaron.
—No digas eso. Ella comentó que venía un plan grande.—Ese hombre usaba un tono más optimista.—Por eso necesitamos entregar este cargamento para generar dinero para ese plan.
—Yo creo que ella puede inventar cualquier cosa para retenernos aquí.—Se sentó para seguir conversando.—Ha perdido la crueldad. El viejo raro que encontramos en la playa, en otros tiempos lo hubiera vendido como esclavo, pero está vez le mostró “cortesía” quién sabe qué piensa hacer con él.
Por fin habían dicho algo interesante para el marino. Seguro que esa persona de la que hablaban era su querido amigo el profesor. Ahora había podido constatar que lo tomaron preso pero no era ahí donde lo tenían.
Con su interés fijo, decidió revelar su presencia.
—Pongan las manos donde pueda verlas.—Dijo mientras les apuntaba con su arma.