Océano de amor

Capitulo 18

El cielo estaba muy brillante. La infinidad de estrellas que ahí había creado un gran espectác*l*. Desafortunadamente para Alexander aquello no era más que un cielo triste por todo lo que le había pasado.

Nunca se imaginó que un descubierto le haría perder su mejor adquisición hasta ese momento. Su bote no solo era el almacén, también era su medio de transporte para regresar a casa. Además tenía ahí muchas cosas de utilidad que no se animaba a dejar.

El anciano se quedó con él, rompió su palabra al decir que no se apartaría de su lado.

El marino sólo a él pudo recurrir para cuestionarle sobre las opciones.

—¿Quién se lo pudo llevar?—Usó un tono desesperado y cansado.

—Aquí hay muchas tripulaciones piratas.—Le dijo analizando.—Lo que es un hecho es que alguna se lo llevó.

Alexander notó que había varios piratas aún observando debido a lo que ocurrió con sus recientes rivales y con su espectác*l* de poder. Se sentía amenazado aunque podía notar en todos ellos mucho miedo, no descargaba que alguien quisiera atacarle para robar sus secretos.

—Propone regresar al refugio y preguntar a todos quién fue?—Lo preguntó aún con más cansancio.

—Esa es una opción.—Le respondió burlón.—Pero no creo que nadie te diga. Lo mejor será preguntar a los vigías.

— ¿Quiénes son los vigías?—Cuestinó esperanzado.

—Son los hombres que se quedan a resguardo de las naves.—Señaló hacia enfrente.—Y vigilan que no vengan enemigos. Son el primer contacto de aviso.

Alexander miró hacia una pequeña torre que pasaba desapercibida por estar escondida en los árboles. Ahí había unos hombres que vigilaban las yeguas. Al ser un refugio pirata, estos hombres estaban ahí para dar seguridad, en caso de que el enemigo apareciera ellos tenían la responsabilidad de avisar para que todos se prepararan. Además estaban al pendiente por si veían algún barco despistado que apareciera por ahí con un jugoso cargamento. Si ese era el caso, lo tomarían los primeros piratas que llegaran.

Aquellos hombres habían observado todo y desde muy buena posición pero al notar que eran observados por el marino, se escondieron.

Alexander avanzó hasta allá y subió a la torre para interrogarlos, necesitaba saber dónde estaba su bota.

Los vigías se encerraron y atrancaron la puerta para que él no pudiera entrar.

La desesperación y determinación de Alexander fue tanta que comenzó a patear la puerta de madera provocando daños severos. Pero la puerta no cayó, necesitaba más que eso. Tomó su cuchillo y comenzó a retirar los pedazos de madera que se habían roto. Con eso pudo tener acceso y abrir la puerta manualmente. Así fue más sencillo deshacerse de las maderas que bloqueaban el camino al fin pudiendo entrar.

El espacio era muy estrecho. Como muebles solo había una mesa con un par de sillas. Los dos hombres se habían refugiado debajo de aquella mesa y permanecían ahí temerosos de su agresor.

—Salgan de ahí inmediatamente.—Les pidió muy enojado mientras apuntaba su arma, esta vez había optado por una corta, quería guardar la munición de la más poderosa.

Los dos hombres no tuvieron más remedio que salir y se sometieron inmediatamente suplicando por sus vidas y colocando las manos en sus cabezas.

—Perdón, perdón, nosotros no sabíamos que era suyo.—Comenzaron a decir con una voz nerviosa.—Pensamos que era un bote incursor de los soldados.

Alexander respiró al saber que aquellos hombres sabían de su bote, ahora solo tenían que encontrarlo.

—¿Dónde está?—Preguntó furioso.

—Se lo vendimos a unos piratas, la tripulación Fénix.—Respondió el otro hombre aterrado.

—¿Cómo pueden vender algo que no es suyo?—Golpeó la mesa enojado.

—Les dijimos que era parte de los soldados ingleses, que nosotros lo habíamos capturado.—Le dijeron muy avergonzados.—Se los ofrecimos a gran precio y se lo llevaron.

Alexander se molestó mucho, no se explicaba cómo se habían llevado su bote. Los piratas le dijeron que lo amarraron al galeón de la tripulación, el gigantesco barco hizo lo suyo y lo remolcó hasta irse.

También comentaron que aquella no era una banda peligrosa y que iban a acampar en una isla cercana. Se ofrecieron a decirle dónde.

Pero el marino no conforme con eso les dijo que lo llevaran hasta esa isla. Los dos hombres sometidos y asustados aceptaron.

Bajaron de la torre siendo escoltados por Alexander. Los piratas le dijeron que tenían un pequeño bote y que ellos remarian hasta llegar ahí. Era lo menos que podían hacer.

Caminaron un poco hasta llegar a la zona en dónde estaba el pequeño bote, pertenecía a años vigías y le invitaron a subir como toda una celebridad.

En la pequeña nave iban ellos dos, el anciano y Alexander. Cuatro personas eran suficientes para la embarcación pero solo dos remaron.

El trayecto era corto pero el método para llegar hasta allá era muy lento. Al menos pasarían un par de horas al llegar.

El frío era severo, pero los piratas llevaban unas cobijas que no dudaron en ofrecer a sus visitantes.

Alexander se la puso en la espalda y contempló el océano.

Toga esa tranquilidad, más el ajetreo de las olas y por supuesto el cansancio acumulado le estaban cobrando factura. Su cuerpo lo estaba invitando a descansar. Por mucho que él se aferrara, sus ojos comenzaban a cerrarse por sí solos.

Acomodó su arma cerca del pecho, ahí donde podía tener mayor control de ella. Luchó por mantenerse activo pero no lo logró. Al final fue vencido por el cansancio.

Después de unos minutos, los piratas se vieron entre ellos pensando que aquella era la oportunidad ideal para hacerse con el control del arma y deshacerse del marino.

Estaban temerosos por actuar y ser sorprendidos así que lo meditaron mucho.

Ambos se hacían señas con la cabeza indicando que lo tirarán al mar después de quitarle el arma.

Dudaron varios segundos planeando aquel acto pero justo cuando lo iban a poner en práctica el anciano los detuvo apuntando con su arma.



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Editado: 24.03.2025

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