Alexander se despertó después de sentir los rayos del sol en su cara. Lo hizo sobresaltado, no olvidaba lo que había sucedido la noche anterior. Tenía temor de entrar a la cabina y enfrentarse con ella.
Después de un rato el profesor salió con su sonrisa característica dando gracias por ese nuevo día.
Acompañado por él salió el pirata que se había convertido en su compañero.
Alexander preguntó por la cama negra pero ellos respondieron que ella no estaba ahí, pensando que había salido con el marino.
Sintió un poco de pena por lo ocurrido, pensó que en otras circunstancias pudo haber funcionado lo suyo. Él sentía admiración por ella y su gran valentía y liderazgo, pero estaba ahí por el amor de su vida y no iba a renunciar a ella.
Alexander solo miró hacia la playa para buscarla pero no hubo rastro de ella. Se había ido temprano sin decir adiós. Al final había mantenido su palabra y aquellos hombres estaban listos para partir.
Acomodaron todo lo necesario preparándose para el gran viaje. El anciano le dió las coordenadas para llegar a la ciudad Gran Bahama, pretendía que esa fuera de su última parada antes de recibir su premio. Estaba ansioso por ello.
El profesor por su parte se sentía mejor, el dolor por la fractura seguía latente pero había disminuido. Con la mejor actitud estuvo de acuerdo en partir.
Alexander subió el motor y zarparon rumbo a su destino.
En ciertos sectores del mar había más tráfico de naves, cuando yo ocurría Alexander aceleraba a manera de pasar lo más rápido entre ellas para no ocasionar conflictos. Los marineros podían ver algo que se movía muy rápido entre ellos pero al verlos alejarse no le daban importancia.
El viaje duró varias horas, se dirigió al norte del caribe, ahí donde un grupo de islas eran exploradas, siendo la más grande la elegida para establecer la gran ciudad.
En aquellas yeguas también existía la amenaza pirata pero su compañero les decía cómo poder evitarlo. Así pudimos evitar conflictos a lo largo del viaje.
Conforme se fueron acercando la emoción del marino era muy latente, su corazón palpitaba más y más rápido a cada instante. Solo estaba concentrado en llegar pero el profesor puso más presión en su cabeza.
—Según mis cálculos aparecerá hacía el sur en tres días.—Utilizó un tono serio que pocas veces se le vio.—Espero que sea suficiente para regresar ya que de no hacerlo tendría que calcular todo de nuevo.
—Estamos muy cerca de la isla.—Dijo en tono pesimista.—Todo saldrá bien, la encontraremos y estaremos de vuelta en ese tiempo.
Ambos rezaron porque así fuera.
Llegaron a la gran ciudad, pudieron ver un enorme puerto con muchos barcos de varios tamaños. Preguntaron al anciano dónde podían dejar el bote para no levantar sospechas. Él les indicó que deberían usar la misma estrategia… una caverna. Por fortuna él conocía varias cercanas en donde lo podrían dejar sin que se lo robaran.
Se dirigieron a la más cercana y ahí Alexander usó las misma medidas de seguridad y se dispuso a salir.
—Ya he cumplido mi parte.—Le dijo el pirata con tono amistoso.—¿Puedes darme mi arma?
Alexander lo miró y no pudo negarle su petición, ya había hecho mucho por él. De su mochila sacó un taser que llevaba ahí.
El hombre lo miró extrañado pero Alexander se encargó de dispersar todas sus dudas en cuanto le explicó el funcionamiento.
Al anciano se le hizo muy simple pero no tenía razón para dudar del poderío que aquella arma pudiera tener.
Adicional a eso le regaló un cuchillo, este último diciendo lo especial que era para él.
El hombre aceptó los regalos con gusto y pretendía despedirse ahí, pero se ofreció a acompañarlos hasta el centro de la ciudad. Sentía un ligero lazo de amistad entre ellos.
Cuando llegaron al centro le indicó el camino y le dijo que él esperaría ahí, quizá podía irse con ellos para viajar una última vez en el bote.
Alexander asintió con la cabeza y lo dejó ahí tomándolo como una despedida.
El profesor por su parte, se mostró muy amable con él aunque no habían convivido mucho, se despidió cortésmente.
La ciudad era magnífica ante los ojos de aquellos dos hombres. Había grandes palacios, muchas casas de adobo y sobre todo bastantes personas, todas vestidas de acuerdo a la época.
El profesor y Alexander lograron pasar desapercibidos gracias a la gran acumulación de personas que ahí había, todas pensando en sus cosas por hacer.
Tuvieron que pensar en cómo encontrarla. Les ocurrió ir a al mercado para preguntar sobre una mujer con ropas similares a la de ellos.
El marcado era muy grande con puestos que vendían comida, ropa, y productos de otros lados. Había cosas muy interesantes.
Caminaron por una senda cada uno preguntando a las personas lo que necesitaban saber. Algunos no les ponían atención, los vendedores deseaban terminar con su ventas y no aceptaban distracciones, mientras que los clientes los tomaban como locos o gente que hacía de todo para vender algo.
Los pocos que les prestaban atención no sabían darles la información, no habían visto una persona con dichas características.
A pesar de eso Alexander no se quería rendir, ya estaba ahí y cada negativa la tomaba como una reducción de terreno. Algo en su interior le decía que su amada estaba ahí en esa ciudad, solo tenía que encontrarla.
Recorriendo el mercado un par de veces pero en ninguna hubo buenos resultados. Decidieron cambiar de terreno, ahora irían al puerto, quizá alguien sabría acerca de un barco que la llevó.
Con eso en mente se dirigieron a ese lugar. Como era de esperarse había mucha gente, todos trabajando en ese lugar, la mayoría descargando cajas.
Comenzaron su misión del preguntar pero ninguno obtuvo resultados, ocurrió lo mismo que en el mercado.