Odio la Navidad

CAPITULO 2

JENNY FLORES

Me encontraba en la capital de mi hermosa Venezuela, despidiéndome de mi familia, había pasado unas semanas maravillosas en mis amadas costas de Falcón donde crecí, y la que abandoné por seguir mi sueño de niña de ser una doctora que no solo curaba dolencias sino también el alma.

Todos los que me conocían fuera de las fronteras de mi hermoso país decía que el carisma de los venezolanos era único, la resilencia y empatía que tenían por su prójimo indistintamente de la nacionalidad era envidiable, y que el día que estaban repartiendo esos dones yo hice la fila varias veces, y eso lo irradiaba con mi alegría e iluminaba cualquier lugar al que llegara con mi carisma y humildad, que de lo más mínimo hacía una celebración y siempre veía lo positivo a todo.

Como buena venezolana llevaba las tradiciones a donde fuera y Cederwood no escapaba. Como todos los años, desde los tres que he estado viviendo allí, logré con la ayuda de algunos duendes y elfos de Santa, es decir mis amigas Celine y Milly a rescatar la tradición del “Festival Navideño de Cederwood”, que iniciaba el 10 de diciembre, para esta celebración cada familia del pueblo era la encargada de decorar un sector, la mejor decoración se ganaba el primer lugar y el derecho de escoger el tema del próximo año, para este año 2024 era “de regreso a las raíces” es decir, toda las decoraciones debían llevar los colores tradicionales de la navidad y resaltar los orígenes del pueblo, de la familia y de la navidad.

Todo el dinero, insumos y regalos que se recolectaba en esos 14 días de celebración iban directo a la clínica del pueblo, la escuela y el orfanato que acogía a muchos niños procedentes de varias partes de Utah, en el cual ayudaba en mis ratos libres a entretener a los niños.

Abracé a mis padres antes de montarme en el vehículo que me llevaría directo al aeropuerto Simón Bolívar, donde tomaría un vuelo con escala en República Dominicana, de allí a Miami, para luego tomar otro vuelo hasta Salt Lake City donde dejé mi vehículo que me trasladaría por cuatro horas más hasta Cederwood.

Me esperaba un viaje largo, en el cual descansaría lo suficiente, ya que apenas llegar armaría en mi cabaña mi propia villa de santa, amaba ese ancianito panzón vestido de rojo que me acompaño desde niña, sin dejar aun lado el hermoso nacimiento en cerámica que me regaló mi madre el cual compró en uno de los viajes que hizo al pueblo de Tintorero en mi país.

Había enviado por paquetería varios adornos típicos de mi país así como las compras en línea que hice de nuevos adornos, este año mí meta era decorar más allá de mi área de jardín, total, no tenia vecinos cercas. Imaginando como quedarían los diseños que hice en mi mente me quede profundamente dormida, no desperté hasta escuchar la voz del capitán por los parlantes que nos indicaba que abrochásemos los cinturones de seguridad.

Varias horas después, al llegar a mi destino final, agarré mi auto y conduje sin detenerme, casi al amanecer, sonreí ampliamente al ver varios adornos, en la entrada de pueblo, por lo visto, ya varios de los habitantes habían sido alcanzados por la ansiedad y el espíritu navideño, empezaban a sacar sus adornos para iniciar cuanto antes con el Festival navideño”.

Cuando estacioné frente a mi vivienda, me percaté que en la cabaña vecina estaba estacionado un Jeep Rubicon negro, -¡wow tengo vecinos nuevos, igual adornaré como lo tenía pensado, y le daré la bienvenida con mis famosas galletas- me dije en voz alta. Procedí a entrar y darme cuenta que Milly recibió todos mis paquetes y compras. Sin perder tiempo, empecé a desempacar y decorar cada rincón dentro y fuera de la cabaña, dejando a un lado mi cansancio.

No había un rincón donde no estuviesen unas pequeñas luces parpadeando, un gran árbol se encontraba justo en la ventana, este año vestí el árbol con decoraciones en los colores típicos de la navidad rojo, verde, blanco y dorado. Además adornos que me hacían trasladarme a mi bello país. No había un lugar dentro sin que le faltase algo alusivo a la navidad, igualmente ocurría fuera.

Mientras decoraba cantaba y bailaba al ritmo de la Gaita Venezolana, ya en e pueblo conocían varias de las tradiciones del país donde provenía, una de ellas era la música que eran la más sonadas en mi tierra desde septiembre, las famosas gaitas marabinas, el ritmo del tambor, el cuatro y del furruco de Amparito, Pa´que Luis, la gaita Onomatopeyica, Mi ranchito, La voy a tocar a pie, y Sin rencor eran una de las más escuchadas en vez de los tradicionales villancicos, y estas sonaban a través de los parlantes de mi cabaña.

Había mandado a traer un trineo, que me costo bastante sacar de la cochera, pero lo logré, con un gran santa y sus fieles amigos los renos Rudolph, Dasher, Dancer, Vixen, Prancer, Cupido, Cometa, Blitzen y Donner. Que fue colocado en mi jardín frontal, alrededor de estos añadí cabañitas pequeñas con elfos y gnomos que simulaban los habitantes del Polo Norte, estos debido al gran tamaño del trineo los coloque en el jardín de mis vecinos. Y por supuestos miles de pequeñas luces blancas que acompañaban la decoración externa.

Solo faltaba llenar de regalos el pie de árbol, pero estos llegarían en pocos días. Había comprado un regalo para cada niño del orfanato y un pequeño detalle para mis compañeros de trabajo de la clínica, inclusive al nuevo doctor que aún no conocía le compre una bola de cristal navideña para que colocara en su escritorio.

Ya con las galletas fuera del horno y todo limpio, ordenado y decorado, me dirigí a mi habitación, la cual también tenía ese toque navideño. Me di un buen baño en la tina para descansar un poco e ir a llevarles las galletas a mis nuevos vecinos.




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