El cielo, a pesar de la época invernal y las bajas temperaturas, al final de la tarde se teñía de un naranja hermoso. Iba en mi auto camino a la cabaña, ansiaba un baño urgente con agua caliente y una taza de mi café favorito.
La jornada laboral de hoy había sido extenuante, ya que del comedor comunitario del pueblo se presentaron varios casos de intoxicación. Pero lo que realmente me había colmado la paciencia era haber conseguido mi consultorio vomitado del espíritu navideño. Sé que eso tenía nombre y apellido, Jenny Flores, la vecina que desde que la vi no ha querido salir de mi cabeza, y pensar en ella despertaba otra zona de mi cuerpo que no debería hacerlo por ella, una loca obsesionada con lo que más detesto -¡Odio la navidad!- grité lleno de frustración al mismo tiempo de le daba un golpe al volante.
Por todo el camino de regreso las calles, las fachadas de negocios y casas se llenaban de flores, lazos y adornos propios de la época. La música de villancicos resonaba en los altoparlantes que estaban en cada una de las esquinas. Me volvería loco antes de que terminara el mes.
Las cadenas de las llantas resonaban en la calle empedrada de la entrada del complejo residencial donde había varias cabañas a distancias bastante prudenciales, excepto dos de ellas que se encontraban al final de la calle, la de mi loca vecina y la mía. Cada una estaba decorada de suelo a techo, sentía que iba a colapsar.
Las luces parpadeantes se mezclaban con mi visión cansada pareciendo un caleidoscopio grotesco. Anhelaba un poco de paz y silencio, por eso deseaba llegar a mi casa cuanto antes.
Finalmente, al girar en la segunda calle respiro un poco más aliviado. Ya estaba a pocos metros de la cabaña que rentaba, pero mi alivio desapareció con lo que vi, jamás imaginé encontrarme con tan tremendo exabrupto.
No se encontró con los gnomos y elfos que había lanzado a los botes de basura, ¡Noooooo! Ahora había una “Villa Quien” en versión miniatura, con todos sus personajes y por supuesto no podía faltar un Grinch tamaño natural vestido con una bata médica y a su lado Cindy Lou, también con una bata blanca.
Bufé de exasperación, no sabía si reír o enojarme, pero lo que sí no podía negar ni restarle crédito es al ingenio de esa hermosa mujer.
-¡Chao chicas!- dijo Jenny al despedirse de las trabajadoras del orfanato
-Se dice hasta luego- le dijo una de ellas riendo.
-¡Ay no! Una puede salir de Venezuela ¡pero Venezuela de una no!- le respondió la doctora con los brazos a la cintura en forma de jarra. Todas las que estaban allí presente empezaron a reír.
Al llegar al lugar donde vivo, sonrío ampliamente al ver estacionado el jeep de mi Nicolas y toda la decoración intacta, -¿Qué dije?- Me lleve el dedo índice a mi frente dándome golpes sobre ella -es Nicolas, sin el Mi-.
Corrí inmediatamente a la cocina a encender el horno para precalentarlo, sacar la masa de galletas de la heladera y que vaya temperando para poderlas hacer, mientras me doy un baño.
Una hora y media después iba camino a la cabaña del vecino, esta vez llevaba las galletas dentro de un tupper para prevenir cualquier caída estrepitosa. Mientras iba por el sendero de la entrada me era imposible no sonreír al ver la belleza de la villa que había conseguido meses antes y que usaría en la decoración del orfanato, pero convencer a Nick de ser mi Santa Claus este año en las fiestas navideñas requería medidas extremas y usar mis mejores herramientas.
Al estar frente a su puerta, doy siete toques seguidos con un ritmo muy característico en mi país. Al querer tocar nuevamente la puerta se abre y quedo con el puño levantado. -Hola- es lo único que logro articular al ver ese torso desnudo y cincelado por los dioses del Olimpo, unos jogger holgados que dejaban a la vista la línea V de su pelvis un poco más de lo que la imaginación permitía, además de las gotas de sudor que recorrían en descenso por su piel y lo hacían verse más varonil y apetecible. Sin pena ni gloria lo recorro de pies a cabeza tres veces, hasta que al cuarto recorrido un carraspeo me saca de concentración.
-Si quieres te regalo una foto- me dice.
-Perfecto, ¿me la envías por correo, mensaje o me la darás en mis manos?- le pregunto.
Al escuchar mi respuesta expande sus ojos, -Sin filtro en esa lengua- me dice.
-No, es casi imposible, siendo una mezcla de los genes maracuchos de mi mamá y los orientales de mi papá, eso es pedir peras al olmo-, le respondo levantando los hombros a manera de quitarle importancia y, sin esperar a que me invite, entro a su casa.
-Adelante, estás en tu casa- me dice con un tono bastante sarcástico y le respondo de igual manera.
-Solo cuido de mis pacientes, afuera hay mucho frío y te puedes resfriar.
-¿Desde cuándo soy tu paciente?- me dice, quisiera yo que fueras mi paciente y practicar en esa escultura que tienes por cuerpo lo que aprendí en mis clases de anatomía, pienso mientras miro un punto fijo, porque tampoco puedo ser tan descarada.
-Toma- le extiendo el tupper con las galletas, ignorando su pregunta, él lo toma y al abrirlo el olor se expande por toda la sala, agarra una y la muerde, al hacerlo un gemido sale de su boca al tiempo que sigue masticando.
-Si para tener esta delicia- me mira con intensidad -Tengo que seguir siendo ese muñeco verde- señala el dibujo del Grinch en mi camiseta -Lo seguiré siendo.
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Editado: 22.12.2024