Odio la Navidad

CAPITULO 7

Nicolas siempre había sido un hombre que creció en el bullicio de la ciudad y esas celebraciones de la navidad eran muy diferentes del sitio donde se encontraba actualmente. En su familia eran muy unidos, además de ser muy apegados a las tradiciones y la celebración de la navidad era una de ellas, pero aun así no era nada comparado con las actividades que veía en Cederwood y en cada persona allí. Aunque no los uniera ningún lazo consanguíneo, el apoyo y colaboración entre ellos eran aún más fuertes que los lazos familiares.

Aunque no tenían los escaparates decorados elegantemente de las diversas tiendas de las calles de su ciudad natal, a su alrededor había luces parpadeantes, decoraciones autóctonas del pueblo, los colores tradicionales de la navidad resaltaban en cada calle y una inmensidad de árboles y altos pinos en los bosques que rodeaban Cederwood que ya tenían una gruesa capa de nieve, producto de las últimas nevadas que garantizaban una blanca navidad y engalanaban las actividades del Festival Navideño.

El crepitar del fuego en la chimenea del salón comunal del pueblo y el sonido musical de los villancicos que salían de los altavoces, creaban un ambiente acogedor para las personas que estaban allí decorándolo para las actividades que se realizarían en los días que quedaban del festival. Cada minuto que compartía con su vecina-colega lo iba llenando de alegría, esa bella mujer con su carisma despertaba en él, sin proponérselo, el espíritu navideño que enterró en lo más profundo de su ser hace años atrás.

Para Jenny cada día que pasaba arrastraba consigo a este hombre que empezaba en despertar en ella muchas emociones, pero no quería etiquetar ninguna. Con él participaban como pareja en varias actividades y, aunque su espíritu competitivo era nulo, el de ella era suficiente para los dos.

Uno de los eventos más esperados del festival para el cual fueron seleccionados como jueces era el concurso de casa de jengibre. La selección de ellos fue que Nicolas poseía una mirada crítica y detallista, y Jenny gozaba de un exquisito paladar, además de su ingenio y creatividad para las construcciones dulces. Parecían ser la pareja perfecta, esta visión también la tenían sus compañeros de trabajo cuando los veían realizar su trabajo en la clínica del pueblo.

Ambos llegaron temprano al salón, y al retirar sus abrigos se percataron de que la vestimenta que lucían era en los mismos colores, azul, beige oscuro y blanco. El aroma del jengibre, la canela y otras especias flotaba en el aire. Las mesas ya estaban organizadas y abastecidas con lo que necesitaría cada equipo participante, a medida que pasaba el tiempo, docenas de casitas empezaban a tomar forma y los dulces y cremas abundaban en esas mesas.

Al final de la tarde se podían ver todas las casas de jengibre alineadas en la larga mesa central esperando ser evaluadas. Cada casa era una obra de arte única, se apreciaba que habían sido preparadas y decoradas con esmero por cada una de las familias que conformaban los equipos.

Había desde casitas sencillas con una chimenea humeante de azúcar hasta mansiones con detalles minuciosos en caramelo, crema chantillí y fondant. Los jueces, carpeta en mano, iniciaron su recorrido inspeccionando las obras creadas y anotando las puntuaciones en la planilla. Entre los jueces, Nicolas evaluaba desde la objetividad y complejidad de la edificación hasta el encanto que emitía, mientras que Jenny probaba un pedacito de muestra evaluando el sabor y el amor puesto por cada equipo al construir su casita.

Entre las casitas presentadas había una en particular que destacaba, y no era una casa como tal, sino que era la representación del pueblo de Cederwood en miniatura, era increíble. Los cuatro jueces quedaron impresionados por la atención en cada detalle que no fue pasado por alto, la creatividad de esta se evidenciaba, además se destacaba la complejidad de las estructuras y el trabajo en equipo de los creadores. Y no eran otros que los niños y personal del Orfanato Saint Thomas los creadores de tal belleza de obra de arte y los indiscutibles ganadores del evento.

A medida que avanzaba el tiempo, Jenny y Nicolas disfrutaban del calor y la alegría de la comunidad. Los participantes, orgullosos de sus creaciones, compartían con ellos anécdotas divertidas de la construcción y de festivales pasados. La atmosfera que rodeaba a esta pareja estaba llena de risas y espíritu navideño.

Mientras caminaban de regreso a la clínica a buscar sus pertenencias, no pudieron dejar pasar por alto el cielo estrellado y el crujido de la nieve bajo sus pies. Nicolas sintió que había vivido un momento que no olvidaría, eso le dio valor para invitarla.

-Sra. Claus, ¿te gustaría dar un paseo en carreta conmigo?- le preguntó extendiendo la mano como todo un caballero.

Ella, sorprendida pero emocionadísima asintió con entusiasmo. Se dirigieron a la plaza central, donde encontraron un carruaje rojo tirado por dos magníficos ejemplares equinos blancos. Estaba hermosamente decorado con luces y flores navideñas, además sobre los asientos estaban dos mantas suaves y cálidas.

La carreta empezó a ser tirada por los caballos, los cuales eran guiados por un amable señor que tenía todo su cabello cubierto de canas, al igual que su recortada barba. El movimiento del carruaje era lento, recorriendo las calles iluminadas por parpadeantes luces blancas y de colores. El sonido de los cascos de los caballos sobre la nieve, el empedrado de algunas calles y el pavimento asfaltado de las otras era un repiqueteo armónico que se mezclaba con la melodía lejana de villancicos que salían del interior de las casas por las que pasaban.




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