Offside

CAPITULO 11

Lana.
Un mes después.

Me detuve jadeando y apoyé mis manos en mis muslos a medida que intentaba controlar mi agitada respiración. La risa de Christopher resonó del otro lado de mis audífonos haciéndome usar el poco aliento que me quedaba para rodar mis ojos ante su carcajada. Él, a diferencia de mí, parecía calmado y concentrado, sin demostrar que había estado corriendo durante treinta minutos sin detenerse.

— Te odio. —chillé enderezándome, mis pies caminaron adoloridos a la banca más cercana del parque junto a la Nichols Bakery y tomé asiento.

Su respuesta fue una ligera risita opacando su anterior carcajada. —¿Te detuviste? —inquirí tomando el termo de agua y llevándolo a mi boca. Gemí al sentir el frio tocando mi lengua. Como agradecía los congeladores justo ahora.

— Tomaré un descanso. Acabo de llegar a casa. —casi podía imaginar su sonrisa al notar que de nuevo me había ganado.

Oh vamos, Lana. Jamás tuviste oportunidad alguna.

Bufé de solo pensarlo. El hombre pasaba su vida entrenando alrededor de un campo de juego, se ganaba la vida sudando y golpeando, y era más que bueno en ello. Palabras de Bailey, mi fantástica amiga aficionada.

— ¿Aún sigues en el parque? —se burló. Escuché el sonido del ascensor al abrirse y el sonido de un tarareo junto a Christopher. —Señora León. —la mujer que según lo que sabía por palabras del hombre lo odiaba, solo comenzó a despotricar y tras el maullido de un gato y la risa de Chris, las puertas del ascensor parecieron volver a abrirse.

— Aun te odia. —me reí, inclinándome para atar mis zapatos.

— Su hija me odia, ella solo comparte ese resentimiento. —sonreí al recordar la anécdota algo embarazosa que el tipo me había contado hace un par de semanas. La mujer había intentado hacer que Christopher la invitara a salir, y al notar que su hermana había dejado la llave debajo del tapete hace un par de años, decidió entrar y esperar al hombre dentro en nada más que ropa interior. Vaya sorpresa que se llevó cuando no solo entró Christopher, sino todos los Chicago Warriors.

— Realmente no entiendo por qué te odia. ¿Qué esperaba? —era espeluznante solo de imaginarlo.

— Una invitación a quedarse talvez. —bufó. Escuché el tintineo de las llaves seguido del detenimiento de la risa de mi compañero de ejercicio en la distancia. —¿Qué haces aquí?

Permanecí en silencio sabiendo que esas palabras no habían sido lanzadas en mi dirección.

— Lo jodí. Lo jodí enserio, Hotch. —la voz del hombre junto a el sonaba desesperada y ansiosa, incluso podría decir que algo dolida.

— Te llamo en la noche, muñeca. Envíame un mensaje al llegar a casa.

— Claro. —dije para luego escuchar el habitual sonido que sonaba cuando la llamada quedaba descolgada.

Eso había sido raro.

Me puse de pie y caminé hasta llegar a la acera de enfrente a Nichols Bakery. La moto me dio la primera señal. El chaleco de motero que me daba la bienvenida, me mostró la segunda. Pero el hombre de espaldas a mí con el cigarrillo en la mano derecha, fue mi señal definitiva.

Saqué mi teléfono sin saber que más hacer y marqué el número de Owen tan rápido como mi nerviosismo me lo permitió. Por el vidrio noté a Bailey hablando animadamente con Emma y una pelinegra sin darse cuenta de que Mark se hallaba fuera de su lugar.

— Hola, linda. —el aliento se quedó estancado en mi garganta impidiéndome formular una mínima palabra. —Lana, cielo, ¿qué está mal?

— Está aquí.

— ¿Dónde? —no necesitó especificaciones, sabia de quien hablaba. Lo había estado buscando durante dos meses sin dar señales, y aquí estaba, burlándose de Owen y de todos nosotros. Especialmente de mí.

— En la cafetería. —murmuró algo a alguien junto a él y luego maldijo.

— ¿Estás dentro? —sacudí la cabeza inconsciente de que no me veía. —Lana...

— No. Pero Bailey lo está. Salí a correr, lo estoy viendo. Tengo miedo. —hablé con rapidez.

De nuevo maldijo. —Voy en camino. Quiero que llames a Bailey y le digas que tome el arma que está debajo de la caja registradora. —me quedé impasible cuando la palabra arma salió de su boca. —Lana, necesito que...

— ¿Por qué Bailey tendría una jodida arma, Owen? ¿Estás demente? —maldijo y luego el teléfono quedó en silencio.

— Lana, linda...—la voz de Evan era calmada mientras que ligeros resoplidos se escuchaban más allá. Probablemente Owen pensando en las distintas maneras de romperme el cuello cuando me viera. —¿Dónde estás? Owen y yo nos acabamos de subir al auto. Quiero que te quedes justo donde estas o en un lugar donde no pueda verte.

— Claro. Está de espaldas a mí.

— No es suficiente, hermosa. Corre a la otra calle y ve con Sasha. Está más cerca que nosotros porque iba a encontrarse con Elena y otra amiga. —miré a Emma con la pelinegra. Sasha no podría llegar, Mark la reconocería sin pestañear.

Me quedé en mi lugar en vez de prestarle atención a las palabras de Evan y noté como la pelinegra sacaba su celular para luego sonreír y mirar a Bailey. Mi amiga no levantó la mirada, pero sus facciones se endurecieron y sabía que estaba luchando contra el deseo de salir y acribillar a mi exnovio. La amiga de Emma debía ser la misma mujer con la que la novia de Owen se encontraría.

Caminé con rapidez, temiendo lo peor y aun sosteniendo el teléfono en mi oído, escuchando la respiración calmada de Evan al otro lado.

Divisé a Sasha, su mirada lanzando dagas desde una esquina en dirección al hombre esperando sobre la moto cubierto de un aire matón que jamás le había visto. La morena soltó el aire al encontrarse sus ojos marrones con los míos.

— Me tenías preocupada, cariño. —me abrazó una vez llegué a su lado. No había tratado tanto con ella en años atrás como lo había hecho en los últimos meses. Owen me había insistido tanto que preferí que mis charlas fuesen con ella y no con alguien más. Fue difícil comprender como había cambiado mi vida desde mi relación con Mark, pero mis amigos tenían razón, estuve tan ignorante todos estos años con respecto al hombre, que no lo conocía en lo absoluto.




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